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Por Publicado el: 17/08/2025Categorías: Crítica

Festival Bal y Gay: Apoteosis del Cuarteto Quiroga

 

Festival Bal y Gay. Obras de Mozart, Haydn y Beethoven. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, Cuarteto Quiroga. Auditorio Hernán Naval, Ribadeo. 

Festival bal y gay

El Cuarteto Quiroga, uno de los conjuntos camerísticos punteros del país. Fotografía: Sandra Polo

Nos solazamos y divertimos con estos dos conciertos. El mismo programa interpretado por la mañana y por la tarde con el fin de abrir la posibilidad de la escucha a más gente. En una sala de reducidas dimensiones. Hubo lleno en las dos convocatorias. El público se lo pasó en grande siguiendo la vigorosa recreación de los asturianos, ensayados y espoleados por los cuatro miembros del Cuarteto Quiroga, ocupantes de los cuatro primeros atriles de la cuerda. Un programa bien perfilado ya interpretado en Oviedo. Las líneas estaban bien engrasadas; y se notó.

Los Quiroga tienen las cosas muy claras: líneas básicas de fuerza bien dibujadas, ataques secos, fúlgidos, dinámicas estudiadas en busca de un reforzamiento y un especial subrayado de las primeras notas del compás. Y rítmica de rara intensidad; explicativos contrastes forte-piano… No por ello se perdió el norte de los compases melódicos, como se pudo apreciar, por ejemplo, en el Adagio de la Sinfonía nº 49 de Haydn, La Pasión, expuesto con las ondulaciones y acentos precisos para crear un discurso bien construido y coherente. Este modo de acentuar, de recrear nos trae a la memoria algunas de las interpretaciones de Harnoncourt, siempre estricto y centelleante.

De este modo el concierto fue animado y discurrió casi en un suspiro, aunque siempre con momentos de reposo bien estudiados. Un planteamiento de gran coherencia interna. El Finale: Presto de la obra de Haydn nos levantó del asiento. Como el Allegro vivace postrero de la Octava de Beethoven, convertida aquí en una apoteosis en la que pugnaban por hacerse presentes las líneas de fuerza.

Es cierto que la sonoridad, con un discurso lleno de tensiones, fue casi siempre agreste, incluso ruda, efecto potenciado por la seca acústica del Teatro. Pocas complacencias en este sentido. El planteamiento nos tuvo avizor en todo momento y contribuyó a que no dejáramos de llevar el compás de manera permanente. Con independencia de la belleza de los sonidos; que no era lo más importante.

Una propuesta que ayudó, por ejemplo, a comprobar la genialidad de un Mozart de ocho años, capaz de construir una Primera Sinfonía tan premonitoria como la que llevaría el K 16. Los contrastes impetuosos de la obra haydniana quedaron de relieve y pudimos bailar, como algunos de los instrumentistas -así el fogoso y epicéntrico Cibrán Sierra, siempre inquieto y movedizo- algunos de sus pasajes, contagiados e imantados. Beethoven fue una apoteosis rítmica, singularmente evidenciada en el Allegretto scherzando.

Las dos sesiones transcurrieron por tanto de manera fluida y firme, con intervención de algunos solistas de relieve; como el primer oboe, el primer fagot (este en Beethoven), la primera flauta. Todos bien ensamblados y ensayados. Todos imantados por la presencia y el consejo de los Quiroga: el citado Cibrán Sierra, concertino en Mozart, primer segundo violín en las otras dos obras; Aitor Hevia, concertino en Haydn y Beethoven; Josep Puchades, primer viola, y Helena Poggio, primer chelo. Una experiencia interesante y valiosa.

Arturo Reverter

 



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