Crítica: Orquestra de València, ameno y enjundioso comienzo de temporada
Ameno y enjundioso comienzo de temporada
Crítica de la Temporada 2025-2026 del Palau de la Música. Programa: Obras de Haydn (Sinfonía número 44, “Fúnebre”, Sánchez Verdú (Mural) y Brahms (Cuarta sinfonía). Orquestra de València. Director: Alexander Liebreich. Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.500 espectadores. Fecha: viernes, 17 octubre 2025.

Sánchez Verdú es el compositor en residencia de la Orquestra de València
Programa ameno y enjundioso el elegido por la Orquestra de València y Alexander Liebreich para abrir la temporada de abono 2025-2026 del Palau de la Música. Frente a una obra tan apreciada por el maestro bávaro como la nada fúnebre Sinfonía Fúnebre de Haydn -ya la dirigió en València, y estupendamente, en abril de 2022-, la apoteosis romántica de reojos beethovenianos de la Primera sinfonía de Brahms, bien llamada “Décima” de Beethoven.
En medio, entre el Haydn perfecto y luminoso de Liebreich y la apasionada opulencia brahmsiana, la música inequívoca del algecireño José María Sánchez Verdú (1968), actual compositor en residencia de la OV, representada por los alientos y desalientos, pinceladas, apuntes y ambientes sin fin de Mural, página de 2008 que se escuchaba con carácter de estreno en España.
Acaso la interpretación de esta obra de sugestiones inaprensibles y grandes proporciones, que concluye sin fin, como perdida en su elucubración sonora, ha sido el punto más acabado de un programa en el que la formación municipal volvió a hacer gala del buen momento que atraviesa de la mano de Liebreich, con calidades inimaginables hace solo unos años.
Haydn llegó dignificado en una lectura de notable calidad instrumental. Limpio, transparente, bien articulado y con sobresalientes intervenciones solistas. Sin remilgos historicistas, pero fondeado en su momento histórico (1772) y estético. Liebreich mira, entiende e interpreta la sinfonía desde una perspectiva ya moldeada por todo lo que vino después. Encontró los mejores momentos en los vivos movimientos extremos, cargados de vitalidades y brillos impropios de ese estúpido “fúnebre” con el que la obra tan tontamente quedó apodada en el siglo XIX por el capricho de cualquier editor.
Otro mundo -sinfónico y estético- es el de Brahms. Y una vez más, la OV hizo gala de versatilidad para volar en apenas minutos desde el mundo clásico de Haydn y la vanguardia sonora de Sánchez Verdú al incandescente romanticismo brahmsiano. La Primera sinfonía encontró una versión sobresaliente, salvo momentos del Andante sostenuto en el que la orquesta dejó asomar algunas feas costuras, en forma de imprecisiones y pequeños pero evidentes desajustes.
Pelillos a la mar frente al empaque, sentido y opulencia que instrumentistas y maestro otorgaron a la obra maestra, con ese do menor de tanto abolengo beethoveniano.
Liebreich no enfatiza lo que de por sí es ya énfasis y vehemencia. Y es precisamente este no cargar las tintas, el dejar que la música marque por sí misma la pauta, la cualidad más remarcable de un Brahms sin tontería que marca nueva cima en la larga historia de la Orquestra de València.
Entre los momentos memorables, el cuarto movimiento, con unas trompas en tarde de gracia magistralmente lideradas por Santiago Pla. La entrada del gran motivo a cargo del solista fue realmente sublime, tanto como la respuesta de la flauta en los labios sonoros y perfectos de Salvador Martínez, aunque el sortilegio se rompió pronto, con la deficiente entrada de los trombones.
Impresionantes durante toda la sinfonía los timbales, precisa base rítmica y métrica, sí, pero que en manos del solista Javier Eguillor, protagonizaron, además, una exhibición de sus capacidades para generar colores, sensaciones y registros. Espectacular.
(Publicada el 18 de octubre en el diario LEVANTE-EMV)


























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