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Historias musicalesHistorias musicales: La pionera, el disidente y la mujer de Franco
Por Publicado el: 29/11/2025Categorías: Colaboraciones

Obituario: José Luis Castro, ‘retratista’ de Sevilla y ‘dignificador’ del Teatro Maestranza

Muere el director sevillano José Luis Castro

“Ha fallecido José Luis Castro de un infarto fulminante mientras trabajaba en Mallorca”. Así de tremendo, por WhatsApp y a bocajarro, llegó el anunció de muerte de quien fue más que un amigo. El corazón de Castro, quien devolvió la dignidad al Teatro Maestranza, y antes había convertido en lugar de referencia en la cultura escénica española el Teatro Lope de Vega de Sevilla, era demasiado vivo, demasiado grande, para soportar el trajín y sinsabores de una vida que no quiso ser grata con él.

JOSE LUIS CASTRO

José Luis Castro

Sevilla, tan desagradecida con sus mejores hijos, no reconoció nunca su excepcional aportación como dinamizador de la vida teatral y musical de una ciudad siempre ensimismada en su gloria y leyenda. José Luis Castro espoleó los pilares más rancios y casposos de la ciudad para convertir sus teatros y su oferta cultural en algo más que abanicos, “toros, flamenco y buena comida”, que diría el Emérito.

Fue ayer viernes, por la mañana, cuando el amigo y colega Andrés Moreno Mengíbar remitía el maldito WhatsApp. José Luis, cuyo corazón ya le había dado varios serios avisos, había muerto la noche anterior, cuando se encontraba pasando unos días de descanso junto con Carmela, su mujer y compañera de fatigas y sueños de toda la vida, con la que, además, tuvo que pasar el viacrucis de la muerte de su única hija.

José Luis Castro Blandón había nacido en Sevilla (¿dónde sino?), en 1952, y supo siempre congeniar su sevillanía militante con una visión universalista de la vida y del arte, que volcó tanto en su manera de ser, apasionada y entrañable, como en su quehacer artístico, vinculado a nombres como José Luis Gómez o Salvador Távora, pero también con Strehler, Ronconi, Scaparro o Zeffirelli, a los que paseó por Sevilla.

También su querida Cristina Hoyos, o el actor Juan Echanove protagonista único, en 1993, de su exitoso montaje de El Cerdo, basado en la novela de Raymond Cousse. Precisamente, el actor madrileño recordaba ayer que Castro “además de ser una excelente persona, tenía un gran sentido del humor, una sensibilidad, una agudeza y un talento extraordinarios”.

En 2004, cuando se produjo su cese como director del Teatro Maestranza, la crítica sevillana hizo piña para denunciar públicamente la cacicada de tan abominable destitución. Diez años antes, en 1994, José Luis había recogido los escombros de un teatro que, tras la gloria efímera de la Expo-92, se había convertido en un escenario provinciano sin apenas más vida que los conciertos de la Sinfónica de Sevilla y casi pare usted de contar.

Tras su llegada al teatro del Paseo de Colón, el Maestranza volvió a ser lo que fue en el 92, pero con la lógica y la gestión de una realidad de apreturas sorteada con imaginación, talento, esfuerzo e ilusión. Con el arte de la conversión de panes y peces. Fue el tiempo de su realista -y luego maltratada- producción de El barbero de Sevilla de Rossini (en 1997, al alimón con Zedda, Carmen Laffón, Juan Suárez, Ana María Abascal y Jacobo Cortines), que, como se escribió entonces, “retrataba la luz de Sevilla”. Luego vinieron Las bodas de Fígaro y bastantes títulos más, que repuso o estreno en numerosos teatros de España fuera de España.

José Luis, mi querido José Luis, logró con su entusiasmo y capacidad de trabajo -también clarividencia y mano izquierda para lidiar los estratos de poder de la ciudad- dignificar el Maestranza y universalizar sus programaciones más allá de la misión provinciana que, tras la Expo-92 se había instalado en él. Y lo hizo con imaginación y un sentido propio que sabía escuchar a unos y otros. Así logró implantar una oferta cultural diversificada y de Calidad con mayúscula, que iba más allá de los cuatro confines de la ciudad atrapadora que es Sevilla. Carmen, Las Bodas de Fígaro, El barbero de Sevilla… Sí, desde luego, ¡pero no solo! Luego vinieron Alahor en Granada, Manon Lescaut, La Bohème, La flauta mágica, La voz humana, El secreto de Susana…

Él, hombre de teatro, supo ir más lejos. Quedó fascinado con la ópera y su mundo particularísimo. No se conformó en recrearse ensimismado en el tópico y la magia de una ciudad que él adoraba como el que más. Su ambición y miras iban más allá de los “toros y flamenco”. Era un hombre de carne y hueso, no un pelele de tarjeta postal. Lo puso bien de manifiesto como gestor teatral, pero también como director de escena. El teatro, en prosa y lírico, corría por sus venas hoy inertes.

Apasionado y fervoroso desde los años mozos, cuando estudiaba en la Escuela de Arte Dramático de Sevilla. Ya en 1982 comenzó a colaborar en la creación de diferentes compañías de teatro en la ciudad de Sevilla. Años movedizos en la España tardo-franquista, en los que funda la Compañía de Teatro  El Globo, desde la que introduce en Sevilla las corrientes dramáticas y expresivas del momento.

Como escribió ayer Rosalía Gómez en las páginas de Diario de Sevilla, “ni la absorbente tarea de poner en marcha tres teatros, ni sus infartos anteriores, ni la terrible e irreparable pérdida de su única hija, lograron borrar de su ADN su amor por la escena”. Descansa en paz, querido José Luis. Gracias, de corazón, por tantas cosas.

Justo Romero

 

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