Muere Robert Massard, el barítono que le dijo “no” a Karajan y grabó “Carmen” con Callas
Robert Massard, leyenda francesa del canto, vivió hasta los 100 años
El pasado viernes falleció, a los cien años, Robert Massard, uno de los más importantes barítonos franceses, como atestiguan, además de su longeva y prestigiosa carrera sobre los escenarios, la participación en varias grabaciones icónicas, desde la Carmen junto a Maria Callas y Nicolai Gedda, a las órdenes de Georges Prêtre, al Fausto al lado de Joan Sutherland y Franco Corelli. A Karajan le dijo “no” en un par de ocasiones.

Massard vivía retirado en Pau, entre recuerdos de sus años parisinos
Robert Massard había nacido en Pau, en 1915, donde se formó. En la Schola Saint-Joseph solía cantar por estas fechas Minuit chrétien. En 1945, una vez abandonado el ejército, tuvo ocasión de audicionar para el tenor Léon Marcel, que le aconsejó seguir perfeccionándose. En 1959, ganó el concurso de la Asociación du Beau Ciel de Pau, lo que le supuso nuevos consejos del legendario barítono Vanni-Marcoux. Después de trasladarse a París, para ampliar sus estudios, en 1952 lo contrataron en la Ópera de esta ciudad para cantar en Sansón y Dalila, y ese mismo año, Ifigenia en Tauride, en el festival de Aix-en-Provence, bajo la batuta de Carlo Maria Giulini.
A partir e ahí, la Ópera parisina se convertiría en su casa, donde cantó de forma ininterrumpida durante 26 años, en 1003 representaciones. Su periodo de gloria transcurrió entre 1954 y 1968, donde interpretó los roles principales de Valentin (Fausto), Tonio (Pagliacci), Germont (Traviata), Zurga (Los pescadores de perlas), Rigoletto, Escamillo (Carmen), Macbeth, Riccardo (I Puritani), Enrico (Lucia di Lammermoor), Posa (Don Carlo), Don Quichotte, Figaro (Il Barbiere), …
Además, por esos años, su elegante línea de canto, de barítono puramente lírico, fue requerida para participar en giras como la que la compañía gala realizó por la URSS, en 1963, y llegó a interpretar In Terra Pax de Frank Martin para el papa Pablo VI, en 1969. Lo que para un católico como él supuso una acontecimiento excepcional. También cantaría en las principales ciudades norteamericanas, incluido el Met de Nueva York.
Entre ls estrellas de su época, Massard cultivó la amistad de Nicolai Ghiaurov (“un gran artista y un ser humano exquisito”); Boris Christoff, con el que actuó en muchas ocasiones, y Franco Corelli, junto al que protagonizó Carmen en Chicago Todos ellos fueron siempre modelos para él. Entre las negativas con las que a veces se construyen las carreras, figuraron su desdén a cantar el rol de Scarpia, que encontraba demasiado grave para su voz, y los roles mozartianos, con la sola excepción de Don Giovanni, que interpretó en una única ocasión.
Por dos veces rechazó cantar el Escamillo para Karajan, porque supo antes que el director lo había tomado en consideración tras el rechazo de otros cuatros barítonos.
Acostumbrado a actuar en los principales escenarios europeos, de La Scala o la Ópera de Roma a los festivales de Edimburgo y Orange, el barítono solía recorrerse el continente de un lado a otro conduciendo su propio coche: llegó a tener cuarenta y cinco a o largo de su vida. Para Massard, lo fundamental, más que la voz (“representa solo un 30%”), era la posibilidad de “componer un personaje”.
“Nunca quise cantar roles que no pudiera encarnar plenamente. Además, se necesita una voluntad inflexible. Toda mi vida ha sido una lucha, superando la oposición, las hostilidades, algunas promovidas por mis propios compañeros. Y luego he tenido que enfrentarme con agentes codiciosos y directores artísticos no siempre competentes”, dijo en una ocasión.
Su última actuación en la Ópera de París fue el 30 de julio de 1978. A partir de ahí realizó giras por teatros de provincias: Toulon, Toulouse, Avignon, Lille, Saint-Etienne, …, además de actuar en Bélgica, Argentina y España. Su retirada se produjo en 1984, después haber protagonizado funciones de Manon en Limoges y Angoulême. “Sabía que podría haber cantado al menos durante cuatro o cinco años más, pero preferí marcharme antes de decepcionar al público”, declaró.
La enseñanza no le gustó; por eso, una vez iniciada esta actividad, al poco tiempo, rechazó seguir tomando alumnos. Y no parecía muy feliz con los nuevos derroteros que la ópera ha empezado a emprender en los últimos años. “El poder escapa a los cantantes. El artista ya no cuenta como antes, y el público es muy distinto. Antes, al salir de una representación, incluso en una ciudad de provincias como Toulouse, había más de cien personas esperándote para que les firmaras un autógrafo. Lo que hoy falta son personalidades de envergadura que sepan ocuparse de los cantantes y gestionar sus carreras”.



























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