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Por Publicado el: 27/11/2014Categorías: Entrevistas

Carlos Álvarez: «Me iré cuando no me emocione»

 

 

 

  • Estoy a favor de que el público disfrute.
  • Más terapéutico que el aplauso ha sido satisfacer las expectativas de los compañeros
  • No le puedes dar al público cualquier cosa. El paño ya no se vende en el arca.

 

Superado  el paréntesis impuesto por dos zancadillas de la salud, el malagueño Carlos Álvarez ha ido recuperando pausadamente los papeles que le han situado en lo más alto del escalafón internacional de barítonos. Como el Don Giovanni, que estos días protagoniza en el Maestranza de Sevilla, donde debutó hace dos décadas y donde no le escuchaba desde hace diez años. Un papel que cantó por primera vez en Mallorca en 1995 y desde entonces ha paseado por los principales escenarios del mundo, con momentos gloriosos, como cuando en 1999 se lo dirigió Riccardo Muti en la Staatsoper de Viena, el coliseo en que  ha calibrado su momento a lo largo de  una carrera sólidamente cimentada. La de alguien reflexivo, capaz de sopesar cada oferta sin dejarse tentar por espejismos, a quien los Premios Campoamor acaban de reconocer en su edición 2014 como mejor Cantante masculino de ópera por su Gérard en el Andrea Chenier del Festival de Peralada el pasado mes de julio.

 

P. Su regreso a la vida musical lo marcó un recital en Bilbao.

R. Eso es. Un concierto programado en el Teatro Arriaga en mayo de 2011

 

P. ¿Cuál fue el primer papel tras el parón?

R. Don Giovanni, que no sólo me ha permitido incorporarlo como parte del repertorio de mi carrera. Cada vez que he vuelto en ese paréntesis de incertidumbre de la enfermedad, ha sido con Don Giovanni. Primero en Zurich -fue el último compromiso de Alexander Pereira antes de despedirse del Teatro- luego en Turín… por eso tengo que estarle tan agradecido a este papel que llevo cantando veinte años.

 

P. ¿Cómo lo ha evolucionado en ese tiempo?

R. Hace unos días, repasando fotos me di cuenta de que Don Giovanni ha crecido conmigo conforme me he ido haciendo más maduro, tanto personal como vocalmente. Cuando interpreté el personaje por primera vez, ambos teníamos 20 años menos, y en este tiempo él se ha convertido en alguien más interesante. Digamos tenía un buen bouquet y el envejecimiento en barrica le ha dotado de nuevas connotaciones. Si antes era más vivo, ahora es un Don Giovanni más asentado, que controla todo desde su posición de poder. El primer día que hicimos en Sevilla ensayo de conjunto de caracterización, Noelia, que me ayuda en el maquillaje, me repintó las canas de las sienes, que ya tengo bastantes… Hasta que me di cuenta de que quería tener esos cabellos blancos para el personaje que, como sucede en tantos enamoramientos, puede resultarle atractivo a la gente más joven y al tiempo convivir con la de tu edad. Eso es algo muy característico del personaje, que le ha permitido convertirse en mito.

 

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P. La crítica sevillana ha destacado su dominio del papel vocal y escénicamente

R. Después de dos décadas haciéndolo, no está mal.

 

P. ¿Lo ha domado?

R. No. El personaje siempre está por encima de cualquiera de nosotros, que nos limitamos a darle corporeidad. Lo hacemos nuestro, porque necesita de nuestra voz para ser reinterpretado cada vez, pero estos personajes, creados tan a conciencia desde el libreto al aspecto vocal, son indomables. Por eso permiten cualquier tipo de interpretación por todos nosotros, que somos los que cabemos en el personaje, y no al revés. Me gusta mucho percibir que cada vez que me acerco a Don Giovanni encuentro un matiz distinto. No sólo porque yo haya cambiado, sino que un personaje tan poliédrico permite esa visión múltiple.

 

P. Hablaba antes de la crítica ¿Cómo le ha recibido el público de Sevilla?

R. Con mucho cariño y con criterio, que es algo que me gusta. Espero haber estado a la altura de las circunstancias. Es verdad que había mucha expectación, porque desde hace diez años no cantaba ópera en el Maestranza, donde me encuentro como en mi casa, teniendo en cuenta que vivo a salto de caballo entre Málaga y Sevilla.

 

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P. En líneas generales ¿qué recepción le dispensan los teatros en su rentrée ?

R. Muy buena. El público me recibe con cariño. Aparte de que este año se cumplen las bodas de plata desde mi début profesional, se da el hecho añadido de que cuando se trata de gente como nosotros, con cierta trayectoria, hay una parte de reconocimiento a tu labor. Pero lo que le importa al público que asiste a una función es ver qué tal lo estás haciendo sobre el escenario esa noche. Y afortunadamente estoy teniendo una respuesta satisfactoria. Son muchos los que tienen además la cortesía de esperarme al final de la función para decirme que no he defraudado sus expectativas.

 

P. Vamos, que le echaban de menos

R. Si, pero no soy yo quien debe confirmar ese extremo. He puesto todo de mi parte para que la vuelta fuera en las mejores condiciones posibles, y parece que la gente sigue disfrutando con mi trabajo. Durante el tiempo en que no podía subir al escenario, otros compañeros han ocupado ese espacio, pero al volver me he dado cuenta de que lo que hago sigue siendo del gusto tanto del público como de los compañeros de profesión: las distintas direcciones artísticas, los colegas, las orquestas… En este caso, cuando todos han tenido el cariñosísimo detalle de expresarme su satisfacción por estar de nuevo entre ellos, si he tenido la certeza de que realmente me echaban de menos.

 

P. Al parecer, en el homenaje a Teresa Berganza llegaron a saltársele las lágrimas.

R. Lo que ocurrió en la velada de Teresa fue fantástico, viendo la respuesta del público del Teatro Real que, con mi sola aparición, empezó a aplaudir. Nadie sabe lo que aquello significó para mí. Pero lo verdaderamente emocionante fue el reencuentro con el repertorio grande. Y eso sucedió en el Otello de Valencia hace dos años. En los saludos al terminar la función, viendo con qué calor premiaban mi actuación, no pude contener la emoción y me eché a llorar sobre el escenario.

 

P. ¿Se sigue emocionando?

R. Claro que si. Y el día que no me emocione, me iré. Si hay algo que uno puede hacer es transmitir su emoción. Contenida, claro está, porque la voz es lo primero que se quiebra en esos momentos, y hay que pensar qué pasaría si eso sucediera constantemente estando sobre el escenario. Tendríamos que salir de allí sin poder terminar. Pero dentro de esa contención, saber que estás haciendo algo que funciona en el terreno de la emotividad, es siempre estupendo.

 

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P. ¿Los aplausos pueden ser la mejor medicina?

R. En una situación así, no es el objetivo fundamental. Quizá mayor efecto terapéutico que el propio aplauso ha sido satisfacer las expectativas de los compañeros, que al final es con quien convives. Eso es mucho más importante que el aplauso mismo, que no deja de ser una respuesta subjetiva a la percepción que se tiene de tu entrega. Ver como la sonrisa de los compañeros se hacía evidente con el reencuentro me bastaba para obtener ese bienestar.

 

P. Eso no quita que las ovaciones ahuyenten miedos y le reafirmen en sí mismo

R. De acuerdo también, porque es verdad que nuestro trabajo tiene como objetivo el público. Pero como la exigencia profesional debe empezar  por nosotros mismos, la satisfacción surge un poquito antes: cuando el director musical despliega una sonrisa y te dice ¡muy bien!, Si le sigue el aplauso, bienvenido sea, y agradezco el reconocimiento. Pero esa mano en el hombro, o el abrazo después de terminar el ensayo, sin más repecusión que haber conseguido lo que pretendías, posiblemente sea más reconfortante

 

P. Se dice que el público es olvidadizo por naturaleza

R. Tiene derecho a serlo, porque si  algo caracteriza nuestro trabajo es su condición de efímero. Si alguien ha dicho fútbol es fútbol, y lo que sucede en el campo se queda en el campo, lo que sucede en el ámbito de un teatro durante el desarrollo de una función de ópera se queda allí. Lo que hace trascender nuestra aportación es la posibilidad de que se retenga un cierto impacto en la memoria del público, que es olvidadizo si no le das lo que quiere. Cuando se lo das, lo recuerda, y te hace suyo para siempre.

 

P. Esa fidelidad ¿también se da en sus directores habituales y los teatros que le han visto triunfar?

R. Claro que si. Tuve la posibilidad de salir adelante por la complicidad de los teatros, que me permitieron asumir más responsabilidad a medida que me iba sintiendo más capacitado. Pasando de un concierto a una función de menos intensidad hasta llegar de nuevo al repertorio de peso. Ha sido fundamental poder contar con esa comprensión, que me han demostrado desde el principio. Incluso teatros que siguieron materializando contratos sin tener la certeza de que yo pudiera responder positivamente al compromiso. Los dos primeros en hacerlo fueron la Ópera de Viena y el Liceo de Barcelona. Dominique Meyer y Joan Matabosch me dijeron que si estaba recuperado cuando tuviera que acometerlo, adelante; en caso contrario, se activaría una solución de recambio. Creaban de ese modo un contexto muy especial de total confianza en que yo pondría todo de mi parte para recuperarme, al tiempo que me proporcionaban un objetivo que se traducía en incentivo magnífico.

 

 

 

Carmen. Verona 2014. Foto Ennevi

Carmen. Verona 2014. Foto Ennevi

 

P. De estos teatros le quedan algunos por recuperar, como La Scala…

R. …a la Scala regresaré a finales del año próximo para hacer la Giovanna d’Arco de Verdi que abre temporada, y en Viena, donde después de mi vuelta he cantado una Carmen, dentro de poco estaré con una Hija del regimiento y de nuevo para I Puritani entre Febrero y Marzo de 2015, coincidiendo con los 20 años de mi début en aquel Teatro. ¡A ver cómo lo festejamos!.

 

P. ¿Y el Met?

R. El Metropolitan está ahí pendiente, imagino que hasta que se vuelva a asentar todo, a la vista de como están también las cosas en Estados Unidos respecto a la financiación de la ópera. Lo que me va a permitir asentarme en ese repertorio grande en el que me quieren ver en el Met.

 

P. Tras esa reflexión reaparece el Carlos Álvarez que nunca ha querido batir records de velocidad

R. Si considero que no es el momento para asumir determinada responsabilidad la declino, como se sabe. En el caso concreto del Metropolitan siempre me he impuesto la obligación de estar absolutamente bien y seguro de responder. Por otra parte, los teatros programan con suficiente antelación – como mínimo dos o tres años-, y  hace ese tiempo yo no estaba disponible. Ahora hay que ponerse a la cola y esperar a que las programaciones y mi agenda puedan coincidir. En ese particular estoy tranquilo.

 

P. En estos 25 años ¿Cuántos papeles ha ido acumulando?

R. Hace poco, haciendo un recuento por encima, sin contar el repertorio de concierto y el sinfónico, que son bastante extensos, salían en torno a cincuenta papeles operísticos, además de media docena en zarzuelas. No me puedo quejar en absoluto.

 

P. ¿Ha despedido, o al menos aparcado, alguno de ellos?

R. Todavía a ninguno le he dicho adiós definitivamente. Pero también es cierto que las ofertas, tal vez por mi evolución vocal, se centran más en una parte del repertorio que en otra. Pero si en algún momento el director musical o el responsable artístico de un teatro se echa la manta a la cabeza y me propone por ejemplo un Barbero de Sevilla, estaría encantado de volverlo a hacer, aunque asumo que Fígaro debe ser un tipo joven, y yo ya estoy más cerca de los cincuenta que de los veinticinco.

 

P. ¿Piensa incorporar nuevos títulos?

R. En cuanto termine el Don Giovanni en Sevilla voy a Génova a cantar en una Tosca mi primer Scarpia, un personaje que me fascina. Tanto me apasiona; tantas ganas le tengo, que mi atención en este momento sólo se centra en el momento del début, que creo será una especie de catarsis en mi carrera. No sé por qué, tengo la intuición de que va a ir bien. Después de recibir este verano el reconocimiento de la crítica de Cataluña como mejor cantante por el Andrea Chenier del Festival de Perelada, teniendo en cuenta la proximidad de ese papel y el de Tosca en cuanto a intensidad vocal e interpretativa en la parte del barítono, me da pie a pensar que funcionará. Pero lo cierto es que el periodo comprendido entre el pasado septiembre y febrero de 2015 está siendo de altísima actividad en cuanto a nuevos papeles: cuatro óperas en cuatro meses… No está mal ¿verdad?. Empezando por el Guillermo Tell que debuté en octubre en Bologna, y fue magnífico, porque es un personaje que adoro, al adecuarse perfectamente a mis aptitudes. Inmediatamente después de Tosca, llegará en enero el Sansón y Dalila de Oviedo. Y acabo de hacer en Málaga en versión concierto un Falstaff en el cometido titular.

 

P. ¿Lo llevará a la escena?

R. Después de la excelente experiencia, asumo la posibilidad de incorporar al gordo Falstaff –con prótesis, por supuesto- a mi repertorio.

 

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P. Y después de todo eso, le toca zarzuelear en Madrid

R. Aunque sea en versión de concierto, me encanta la posibilidad de hacer La Marchenera, porque es una zarzuela fantástica a la que creo poder sacar mucho partido en lo vocal.

 

P. Nunca ha abandonado el género. Incluso es de lo pocos de su nivel que las ha hecho escénicamente ¿se uniría a alguno de los proyectos del Teatro de la Zarzuela?

R. Sin duda. Debemos ser conscientes de que es nuestra obligación estar ahí, apoyando ese tipo de proyectos Rescatar ciertas partituras tiene un doble objetivo: hacer revivir un repertorio impresionante y conseguir que el público conozca algo que si no se hace sobre el escenario puede desaparecer.

 

P. ¿Con usted en el reparto?

R. Si cuentan conmigo, estupendo.

 

P. El recital es algo que tiene que venir, son palabras suyas ¿Cómo se lleva con el en este momento?                                                                                                                                                                                              R. Bien. Lo que pasa es que ahora vuelvo a estar muy ocupado con el repertorio operístico, y prácticamente no tengo tiempo para hacer conciertos, que debes preparar. El programado para finales de marzo en Valencia es una idea que todavía debemos madurar. Como digo, en esta situación en que nos encontramos, no le puedes dar al público cualquier cosa. El paño ya no se vende en el arca. Y el mero hecho del nombre ya no arrastra a la gente a un concierto. Así que la propuesta tiene que ser atractiva, pensando en que la audiencia lo pase bien. Estoy a favor de que el público disfrute. El umbral del asombro tiene que ser lo suficientemente bajo para poderte enganchar, y lo suficientemente alto para que el criterio te permita decidir si lo que ves es o no bueno. Con una competencia tan grande y tan variada en oferta cultural, un recital tiene que ser algo muy atractivo. Que le haga pensar al público que merece la pena el esfuerzo de ir a sacar la entrada, asistir al concierto y todo lo que conlleva.

P. Parece que en estos dos años de vida más contemplativa se ha sentado muchas veces en el lugar del respetable

R. Siempre lo he hecho como ejercicio de autodisciplina. Aspiro a mantener una actitud empática con el público. Pienso coómo se sentirá cuando se le presenta algo que resulta ser un tostón, y me opongo a ello. Quizás porque me he vuelto mucho más lúdico últimamente.

                                                                                                                                                                Juan Antonio Llorente

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