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Por Publicado el: 25/05/2018Categorías: En vivo

Crítica: Afkham y Mozart en el Auditorio Nacional

DavidAfkham ©Chris Christodoulou

Afkham y Mozart: rabia contra la luz que se esconde

Obras de W. A. Mozart. Orquesta Nacional de España. Dirección musical: David Afkham. Ciclo Satélites /14. Auditorio Nacional, Sala de Cámara, Madrid. 20-V-2018.

Mario Muñoz Carrasco

A poco que se atienda a las composiciones de los últimos seis o siete años de Mozart se va percibiendo un progresivo aumento de la conciencia trágica que se va adueñando de forma gradual de sus partituras. Con independencia de la temática o incluso de la carcasa expresiva que adopten sus pentagramas, el resultado final se va colmando de dramatismo y dolor no expuesto. De las melancolías no resueltas de «Le nozze di Figaro» al «Concierto para piano nº 27», de «Idomeneo» al «Concierto para clarinete en La mayor», el mismo daño habita bajo una estética apolínea. Sus últimas tres sinfonías no son capaces de sustraerse de este itinerario de heridas y presentan esa rabia con una crudeza y terrenalidad que sobrecogen.

Para acentuar este sentido dramático y con una distribución mucho más acorde a la sonoridad clásica vienesa, la ONE se trasladó a la Sala de Cámara para acercarse al testamento sinfónico mozartiano y llevar mucho más lejos su trasvase galante. Con apenas una treintena de músicos de cuerda, muy alejado de las densidades románticas, Afkham propuso una especie de adaptación sonora a los presupuestos estéticos de aquel  Harnoncourt de la Concertgebouw: cuidadosa pronunciación de las apoyaturas, incisividad, vibrato reducido, rusticidad (en la mejor de sus acepciones), tensión interna y volumen. Mucho volumen. El planteamiento general era acertado no sólo en cuanto a resultado sonoro sino por considerar las tres sinfonías como un todo, donde la 39 y la 40 se expusieron sin pausa, sumando esa teatralidad a la que tantas veces renuncia en pos de lo bello. El Molto allegro que da inicio a la «Sinfonía n.º 40» estuvo a la altura de la expectativa, dejando a un lado la sobriedad para apuntar directamente a esa añoranza de la infancia que tan bien dibuja Mozart en su exposición.

Tras la pausa se abordó la Sinfonía n.º 41, «Júpiter», la despedida del Mozart sinfónico que tiene algo de premonición, de dramatismo ineludible a pesar de que aún falten tres años para su muerte. A nivel discursivo es una especie de nueva formulación del famoso poema de Dylan Thomas, «No entres dócilmente en esa buena noche, / la vejez debería delirar y arder cuando se acaba el día; / rabia, rabia contra la luz que se esconde». Esa rabia fue destacada por el director alemán de manera un tanto atronadora y agresiva pero sin rehuir el conflicto ni dejar a un lado el balance. Con esa furia final se cerró un concierto que bien podría repetirse más a menudo. No han de olvidarse los viejos abismos.

 

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