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Por Publicado el: 14/06/2022Categorías: En vivo

Crítica: Rafał Blechacz en el Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo

Sinfonía refinada

Obra de Bach, Beethoven, Franck y Chopin. Rafał Blechacz (piano). XXVII Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional. 7 de junio

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Rafal Blechacz

El camino intermedio es el difícil. El paso de ser un fenómeno de concurso (técnicamente impecable, con volumen de campana y juventud insultante) a pianista consagrado/a tiene tantos meandros que en ocasiones da la sensación de no avanzar en absoluto. Hacen falta años de insistencia para penetrar en la memoria afectiva —y selectiva— del oyente. Sólo así se explica que ante un programa tan cuidado y un pianista de categoría contrastada como Rafał Blechacz, la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional apenas rozase el medio aforo.

Arrancaba el pianista polaco con la Partita n.º 2 en Do menor, BWV 826 de J. S. Bach, una pieza muy común hace apenas unos años a cuenta de que el lirismo de su escritura matiza en muchas ocasiones al tejido contrapuntístico, y el uso del pedal se puede moderar sin excesivas dificultades. Con una sonoridad sobria, rozando lo adusto en los primeros movimientos, la partita comenzó a tomar vuelo a raíz de una sarabanda repleta de silencios expresivos y de volumen en la mano izquierda. Puntualmente se encontró algo de atropello en el magnífico Capriccio final, hasta que Blechacz se centró en el doble juego tímbrico que propone Bach y que resolvió con discreta belleza.

También con esa misma mirada lúcida abordó la Sonata n.° 5 en do menor, op. 10, n.º I de Beethoven, bañada de la nostalgia del último clasicismo y con un concepto muy depurado del sonido beethoveniano, modificando el peso de las notas en los arpegios con intención y poniendo al servicio del Adagio un amplio legato. En esa línea sonaron también las 32 Variaciones en do menor, WoO 80, sin estridencias y con tempi bien medidos. Toda la primera parte del concierto anduvo a la búsqueda de la coherencia tonal, con todas las obras en do menor, esa tonalidad que los barrocos consideraban como la representación musical del patetismo.

La segunda parte se inició con la interpretación de una obra conmovedora: el Preludio, fuga y variación en si menor, op. 18, de César Franck, uno de esos alegres casos en los que el traslado a otro instrumento aventa la partitura y el grano resultante es de una belleza sobrecogedora, mayor aún que la de su versión original para órgano. Con una emoción que partía de la sobriedad, el Preludio y el Lento consiguieron color y una gradación dinámica perfectamente planificada. Para acabar, llegó Chopin, el músico fetiche que elevó a Blechacz y del que sigue siendo un evangelista superdotado. La Sonata n.º 3 en si menor, op. 58 permitió ver el apasionamiento y el virtuosismo que hasta ese momento habían estado más matizados. Como si fuera una sinfonía, toda la segunda parte estuvo en si menor, la representación de la melancolía según las retóricas musicales del XVIII. Tan bien pensado como ejecutadoMario Muñoz Carrasco

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