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Por Publicado el: 02/10/2019Categorías: En vivo

Crítica: Cuando no se echa de menos la escena en don Carlo

DON CARLO (G. VERDI)

Versión concierto

Cuando no se echa de menos de la escena

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Don Carlo en A Coruña

Teatro Colón, A Coruña. 28 de septiembre de 2019

Francesco Pío Galasso (Don Carlo), Angela Meade (Elisabetta), Carlos Álvarez (Rodrigo), Elena Zhidkova (Éboli), Ferruccio Furlanetto (Felipe II), Luiz-Ottavio Faria (Gran Inquisidor), Jeroboam Tejera (Un frate), María Lueiro (Paje), Carmenchu Domínguez (Voz del cielo) y Enrique A. Martínez (Heraldo y Conde Lerma). Coro Gaos. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Kamal Khan.

Hay a quienes no les gustan las óperas en versión de concierto, por aquello de que se pierde la dimensión escénica (que no teatral, no confundir los términos) del espectáculo. A ello cabe responderle que en muchas ocasiones (más de las que quisiéramos hoy en día) las puestas en escena no sólo no aportan nada nuevo, sino que emborronan la función y sumen al público en la confusión. Pero es que, además, se puede vestir de teatralidad una ópera o un personaje sólo con la voz cuando tenemos ante nosotros a cantantes capaces de meterse en en la acción y de hacérnosla partícipe mediante el  fraseo, el acento, la  intención del canto. Por ello bienvenidas sean versiones de conciertos como la que aquí reseñamos, en las que se ha optado por ahorrar en vestuario, escenografía, regista y días de ensayo y en cambio apostar por un reparto de auténtico lujo formado por consumados “decidores” del canto verdiano. En ello, por añadidura, se están mostrando los Amigos de la Ópera de La Coruña como unos acertados programadores, porque en los años han logrado cerrar unas soberbias óperas en concierto, como es el caso de Guillermo Tell o Ermione. Recuerdo que esta última ópera (Meade, Spyres, Banks, Zedda) a punto estuvo de conseguir el premio a la mejor producción en la última edición de los Premios Campoamor y no lo logró por  las reticencias de algunos de los miembros del  jurado a premiar una versión de concierto, por más méritos musicales que le asistieran.

El único punto negro de la noche fue el imposible Carlo de Galasso. Voz de acentuado engolamiento y de emisión estrangulada que nos tuvo con el alma en un puño toda la noche temiendo la aparición del gallo. No fue así, pero su fraseo poco matizado, su tendencia a cantar siempre en forte, su afinación irregular y sus abusos del portamento arruinaron cada aparición suya. Sólo en la escena final  pareció haber encontrado un punto de colocación de la voz más estable. En el otro extremo de la gama de excelencia canora, Carlos Álvarez fue el Rodrigo ideal, el soñado por cualquier teatro. Su fraseo lleno de nobleza, la calidez del color de su voz, su capacidad de matización y de actuar desde el canto se pusieron al  servicio de toda una lección de canto verdiano. Fueron impresionantes su diálogo con Felipe II (impactante su grito “La pace dei sepolcri!”) y, sobre todo, su doble despedida de Carlo, desplegando una línea de canto conmovedora, desplegando toda una gama de claroscuros vocales. Con razón se llevó los más ruidosos aplausos y vítores. El otro espectáculo vocal de la noche fue el de Angela Meade, que puso su dominio belcantista al servicio de una Elisabetta delicada y atormentada pero sin exageraciones en el fraseo. Un fiato inmenso la habilitó para enlazar largas frases, modulando el sonido de manera magistral, como en la despedida de la condesa de Arenberg en la que asombró con el control de la emisión y la capacidad de atacar las notas superiores en piano y de sostener las frases son vacilación. Para el recuerdo quedará su mesa di voce sobre la palabra “Francia” al inicio de “Tu che le vanità”, la pasión contenida de todo esa escena y la pasmosa exhibición de fiato al sostener durante interminables segundo un Si natural en la escena final.

A la Éboli de Zhidkova le pudo faltar un punto de maldad en los dos primeros actos y se encontró más identificada con la princesa arrepentida de “O don fatale”. La voz es bella y se proyecta con nitidez, aunque se denota un cambio de color al bajar al registro central, donde el sonido no se aprecia canónicamente cubierto. No se le entendió nada del texto, pero su fraseo atesoró muchos quilates. Los años no pasan por los grandes fraseadores del canto verdiano. Furlanetto acusa ya el paso de los años en su cortedad de fiato y en la pérdida de brillo en algunas franjas de la emisión. Pero en cambio da lecciones a quien quiera admitirlas de la manera de vestir con el fraseo al torturado personaje de Felipe II. No se lució tanto en su diálogo con Rodrigo (aquí Álvarez ganó por goleada), pero sí frente al Gran Inquisidor y, ante todo, en su maravilloso monólogo “Ella giammai m’amò”, donde el fraseo se tiñó de los ribetes más conmovedores imaginables. Faria aportó rotundidad y profundidad al Inquisidor, aunque le faltó un punto de contundencia y maldad en los acentos. Muy bien el resto del reparto con la bella voz timbrada de Lueiro y la redondez del sonido de Tejera.

A pesar de faltarle algo de “carne” por la cortedad de bajos y altos, el Coro Gaos cantó con empaste y con brillo. Kamal Khan imprimió a su dirección un notable brío y energía en los acentos, ricos en sforzandi, pero quizá se excedió en ello en algunos pasajes que hubieran requerido más atención a las necesidades de los cantantes, como en los concertantes finales del segundo y cuarto acto. Cuando la orquesta está sobre el escenario hay que ser consciente de la cantidad de sonido que sale de la misma y del riesgo de tapar a las voces. Con todo, las escenas más delicadas estuvieron magníficamente cinceladas, con la colaboración de una Sinfónica de Galicia de espléndidas prestaciones. Andrés Moreno Mengíbar

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