Crítica: Debut de Pablo Rus Broseta con la Orquesta Nacional
Un baile nostálgico
Obras de Bartók y Rajmáninov. Orquesta y Coro Nacionales de España. Dirección musical: Pablo Rus Broseta. Auditorio Nacional. 1 de mayo
El formato de los “Ciclo Descubre… Conozcamos los nombres” no es únicamente agradecido sino necesario. Y cada vez más, a medida que se van sucediendo las ediciones y las grandes obras de repertorio van dando paso a otras menos asiduas de nuestro imaginario emocional y de los escenarios. Son precisamente estas partituras las que precisan de todo el esfuerzo divulgativo, para que las salas se llenen con músicas de Bartók o Kodály, además de con la Quinta de Beethoven. Se sumaba en este caso el interés por ver el debut de Pablo Rus Broseta con la ONE, un perfil de dirección interesante entre otras cosas por su cercanía con los lenguajes contemporáneos, lo que le da una perspectiva privilegiada que subrayar mejor algunos aspectos musicales de obras como las previstas en este programa que ya anticipan lo que está apunto de ocurrir en las vanguardias musicales europeas.
Arrancaba el concierto, tras la interesante introducción de Irene de Juan, con las Tres escenas campesinas de Bartók, una composición donde lo folclórico se disuelve y retorna diseminado en una especie de aquelarre rítmico. La melancolía en Bartók es otra cosa, no va asociada a grandes arcos melódicos sino a una exploración extrema de las aristas y los ecos de las músicas de la infancia. La “Boda” consiguió desplegarse sin el nerviosismo habitual al que suele obligar la escritura disímil del viento madera. El coro femenino secundó empastado y sin histrionismos. Bella recreación de la “Nana”, donde Rus Broseta mantuvo un gesto flexible y gran cuidado para hacer del fraseo melódico del oboe algo más que una mera evocación, sin caer en discursos lánguidos. El “Baile de los mozos” mantuvo el pulso rítmico que le da identidad, tal vez con dinámicas algo extremas pero bien acogidas en esta pieza.
En otra órbita se movían las Danzas sinfónicas, op. 45 de Serguéi Rajmáninov, a pesar del espíritu de baile que parece animarlas. El último trabajo del compositor no puede estar más cargado de nostalgia del ayer (aunque fuera de un ayer humilde), y de tristeza de exiliado. Para convocar de forma explícita todo esto Rajmáninov se sirve del saxofón, que juega una doble función: la de lo melancólico y la de lo ajeno. Es un instrumento relativamente extraño en la orquesta hasta un determinado momento, y precisamente esa sensación de otredad (asimilada a sí mismo) es la que pretende transmitir. Es un retrato del propio compositor. Faltó un punto de hondura en el “Andante con moto”, pero se contrapesó con la incisividad de la cuerda y la contundencia del metal en el resto de movimientos. Buen estreno de Rus Broseta, que parece llamado a multiplicarse en la escena nacional. Mario Muñoz Carrasco
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