Desde Rusia con honor…

A Coruña, 10 de septiembre de 2025, Palacio de la Ópera, Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Programa: Serguéi Prokófiev, Concierto para piano y orquesta nº 3 en do mayor, op.26; Píotr Ílich Chaikovski, Romeo y julieta, Obertura-fantasía; Nilolái Andreievich. Rimski-Kórsakov, Capricho español, op. 34. Andrey Gugnin, piano. Roberto González-Monjas, director. Concierto inaugural de la temporada 2025/26.

Roberto González-Monjas dirige la inauguración de la temporada 2025/26 de la OSG

…y con programa de mano

Tras 5 años largos volvieron los programas de mano a los conciertos de la OSG. ¿Se acuerdan? Distancia social, temor al contagio por contacto… Y cuando nos enteramos de que este se producía casi exclusivamente vía aerosol, aspirando las gotículas espiradas por alguien contagiado, llegaron los crecientes problemas económicos del Consorcio y la parálisis de gestión.

Sin embargo, algunos creímos que lo de los programas de mano era una dificultad siempre salvable por un patrocinador externo; si se toca la tecla oportuna, claro; si se acciona el contacto adecuado, naturalmente. Javier Etcheverría en este caso: abonado de la OSG, melómano de pro y la persona indicada para lograr de Abanca la decisión.

En la presentación oral del concierto, Juan Antonio Cuéllar aludió a él como “artífice” de la recuperación de los programas de mano. Fue tras su agradecimiento a artistas y representantes que han hecho posible la temporada (mediante la reducción de su caché por cariño a la orquesta), y el panegírico de esta temporada 2025/26, una vez presentado por Roberto González-Monjas como nuevo gerente.

La alocución del director titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia se puede resumir en su agradecimiento a los músicos y muy en especial a los abonados, resumido en su acertada frase: “nada es posible sin vosotros” referida a estos últimos.

Programa de música rusa bien diferenciada por origen e interpretación. Tras la introducción del Concierto de Prokófiev, Andrey Gugnin mostró la solidez de su pianismo y dejó entrever indicios de la debida ironía prokofieviana. La sección central sonó con una adecuada serenidad, y buen color y fraseo del solista. El accellerando introdujo un gran dinamismo que se prolongó hasta el final del movimiento, destacando el carácter, más claramente irónico de los acordes secos en el registro agudo.

A lo largo de la obra, se mostró bien claramente la integración piano-orquesta. En el Tema con variaciones la respuesta del piano al unísono de flauta y clarinete tuvo un hermoso color y una gran transparencia. El canto de las trompetas tuvo su eco orquestal transformado en ironía que derivó en un cierto sarcasmo tras el acorde en fortissimo. El solo acompañado del piano mostró el requerido carácter onírico, con un sonido transparentemente cristalino. Gugnin estuvo acertado en el carácter y clima sonoro de cada variación, obteniendo siempre la respuesta adecuada de la Sinfónica y González-Monjas.

El pianista Andrey Gugnin

El Allegro, ma non tropppo final tuvo una versión aún mas adecuada desde su casi humorístico inicio. En él creció la antes dicha integración del piano como parte del sonido orquestal y su distinción de este en los momentos más adecuados por su brillantez. Volvieron los momentos entre mágicos y oníricos (¡ese piano en pianissimo como base a las escalas de las maderas!).

La vuelta al tempo más movido devolvió el juego antes mencionado integración-distinción del sonido, la mejor capacidad expresiva de orquesta y solista. El Precipitato, último movimiento de la Sonata nº 7 en si bemol, op. 83 de Prokófiev, regalo en respuesta a los aplausos del público del Palacio de la Ópera, desencadenó una segunda y sonora ovación de este.

Sin partitura

González-Monjas dirigió sin partitura las dos obras de la segunda parte, una decisión que siempre parece implicar un dominio absoluto de la obra y que permite una mayor naturalidad en el gesto al no tener que estar pendiente del paso de las hojas. Dominio de las obras y gestualidad bien adecuada y de gran rendimiento, características habituales del titular de la OSG de vieron así mejor manifestadas en el concierto del viernes, al que se refieren estas líneas.

El inicio coral de la Obertura fantasía fue tocado con el aire discreto y la claridad de ideas que se le supone a fray Lorenzo, personaje clave de Romeo y Julieta. Las luchas entre Montescos y Capuletos fueron asimismo puestas de manifiesto desde los atriles de la Sinfónica en una versión que fue de menos a más. El tema de las cuerdas sobre el trino del timbal fue la rampa de lanzamiento de una emotividad que no paró de crecer hasta el final de la obra, en una montaña rusa de emociones positivas y negativas, de amor y odio, hasta su dramático y brillante final. O sea, Chaikovski.

Y Rimski

O, lo que viene a ser lo mismo, la orquestación como medio y meta. Y las ideas, más impregnadas que importadas, de un músico y marino en sus viajes por el mundo adelante. Brillo de la aurora en sus Alboradas, serena plenitud de las Variazioni, la sensualidad de una Scena e canto gitano y el festivo clima sonoro y animación de un Fandango asturiano, espléndido de vigor y colorido en la batuta de González-Monjas y las manos y bocas de los músicos de la Sinfónica.

A recordar, el rendimiento de todas las secciones de la OSG los grandes solos de todos y cada uno de los principales de vientos, no destacando a ninguno porque sería desprecio injusto e infundado hacia el resto. Grandes y mucho, también los solos de Massimo Spadano.

Fuertes aplausos del público hacia todos; también los de la orquesta a su director, obligándole a saludar individualmente -que no en solitario porque sus músicos estaban detrás de ello- a la ovación de u público. Tras el concierto, cena para cincuenta personas en el hall del (siempre precario) domicilio de la orquesta, incluyendo gerente de la sinfónica, directora del edificio, y director y solista del concierto.

Ah, una reflexión final: algunos se preguntarán el porqué de ese “con honor” del titular. Porque recuerda el título de la novela de Ian Fleming y el filme homónimo de Terence Young. Y porque se empieza a ver que las cosas se hacen ya con otro aire y los primeros frutos de ese trabajo bien hecho; porque hacer bien el trabajo que a cada cual le corresponde honra a quienes lo hacen y así nos lo tomamos muchos.

Y porque ver a las personas haciendo su labor en su puesto de trabajo es toda una señal de normalidad. De la normalidad de siempre; no de aquellas “nuevas normalidades” que tanto se pregonaron en los tiempos oscuros de la pandemia y cuyo fin estamos poco a poco viendo. Afortunadamente.

Julián Carrillo Sanz