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Por Publicado el: 16/05/2019Categorías: En vivo

Critica: El cant de la tortuga

Ramón Tébar

El cant de la tortuga

 

TEMPORADA DE PRIMAVERA DEL PALAU DE LA MÚSICA.  Obras de Coll (Hidd’n Blue), Elgar (Concierto para violonchelo y orquesta) y Shostakóvich (Sinfonía número 12, ‘El año 1917’). Orquesta de València. Director:Ramón Tebar. Solista:Gautier Capuçon (violonchelo). Lu­gar:Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada:Alrededor de 1.700 personas. Fecha:Viernes, 10 mayo 2019.

Fue un programa extraño. Incluso raro. Que viró de la vanguardia joven y personalísima del valenciano Francisco Coll (1985) a una descoyuntada sinfonía de Shostakóvich –la Duodécima– desorbitada en sus aristas más estruendosas y efectistas. En medio, y como convidado de piedra entre tanta efervescencia, el victoriano Concierto para violonchelode Elgar, del que el solista Gautier Capuçon (1981) y el maestro Ramón Tebar tuvieron el buen gusto de evitar exagerar las tintas de sus perfiles más empalagosos y optar por una versión de calado expresivo y alta categoría instrumental, en la que Capuçon lució el característico y muy ardoroso sonido que obtiene de su Matteo Groffiller (1701). Cantó y fraseó con lirismo, intensidad y aplomo, virtudes que, junto con su afinación perfecta y técnica refinada, fueron fundamento de una lectura que alentó el inconfundible lenguaje tardorromántico del que es, junto con el de Dvorak, el más popular concierto para violonchelo.

Fue de lo mejor en una desigual tarde de música enriquecida por el violonchelista francés con el regalo de su lenta-lentísima versión de El cant dels ocells. “La melodía más hermosa que jamás he escuchado”, escribió Stravinski. Pero en esta ocasión, y por el empeño de llevar al límite su fascinante belleza melódica, el violonchelista francés casi transformó la bellísima canción popular catalana en “El cant de la tortuga”. Eso sí: el más maravilloso y preciosista canto de tortuga que nadie pudo jamás imaginar.

El concierto había comenzado con buen pie. Con la música sobresaliente, limpia y cargada de sentido y sensaciones de Francisco Coll, un talento creador de primer orden. Por lo que dice y por cómo lo dice. Su lenguaje expresivo, singular y plural, rico como su imaginación y hacer pictórico, explora tímbricas y sonoridades que se expanden en las tesituras más extremas. Coll indaga y estira al límite los registros, con un inteligente, nunca caprichoso y siempre natural uso y recurso de las inagotables oportunidades que brinda la paleta orquestal. También sus dinámicas y efectos acústicos.

Su muy tempranoHidd’n Blue–compuesto en 2008, con apenas 23 años, y estrenado un año después por la Sinfónica de Londres y François-Xavier Roth- ya atesora estas virtudes y características tan definitorias del estilo colliano. Menos de cinco minutos en los que la ciclópea plantilla orquestal se crece entre los continuos sobreagudos del flautín y los registros más graves de los metales, que Coll –trombonista él mismo- lleva al límite, casi al imposible. Una obra que triunfa en su reconocido empeño de ser “minuciosa, delicada, sutil y basta al mismo tiempo, como una suerte de esquizofrenia colectiva”. El compositor valenciano no pudo escuchar el aplauso y calor con que sus paisanos acogieron Hidd’n Blue, al no poder asistir por encontrarse a la misma hora en Lucerna, recogiendo el prestigioso premio “Compositor del Año” que le ha otorgado la International Classical Music Awards. Quizá fue preferible: no se hubiera quedado satisfecho con una versión que estaba en el punto justo para comenzar a profundizar en ella.

Tampoco Shostakóvich se hubiera quedado contento con la versión escuchada de su leninista sinfonía “El año 1917”, dedicada al gran prócer de la Revolución bolchevique. Tebar se centró en marcar entradas, señalar dinámicas, apuntar algún gesto expresivo y marcar todo lo habido y por haber. Más para el público y para sí mismo que para el buen desarrollo de una versión tocada por músicos profesionales y no parvulitos que precisan que permanentemente se les esté indicando todo: lo obvio y lo menos obvio. Hubo pasajes en los que la ininterrumpida y exagerada gesticulación de la batuta encorsetó y hasta asfixió música y ejecutantes. El interés radicó más en los atriles que en el podio. Hubo calidad instrumental y algunas intervenciones solistas particularmente remarcables, como las del flauta (Salvador Martínez), clarinete (José Vicente Herrera), fagot (Juan Sapiña), trompeta (Raúl Junquera), timbal (Javier Eguillor) y el concertino Enrique Palomares. Justo Romero

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