Critica: El Holandes de Bayreuth entre tiros y fuegos
FESTIVAL DE BAYREUTH 2021
Entre tiros y fuegos
EL HOLANDÉS ERRANTE, de Richard Wagner. Ópera romántica en tres actos, con libreto de Richard Wagner. Reparto:John Lundgren (Holandés), Asmik Grigorian (Senta), Georg Zeppenfeld (Daland), Eric Cutler (Erik), Marina Prudenskaya (Mary), Attilio Glaser (Timonel). Coro y Orquesta titulares del Festival de Bayreuth. Dirección de coro:Eberhard Friedrich.Dirección de escena y escenografía:Dmitri Cherniakov. Dirección musical:Oksana Lyniv. Lugar:Festspielhaus de Bayreuth.Entrada:987 espectadores (lleno). Fecha:miércoles, 11 agosto 2021.
¡Menudo nuevo Holandés errante! Con un final disparatado, entre tiros y fuegos, a mitad de camino entre la pucciniana La Fanciulla del Westy el wagneriano El ocaso de los dioses. Para colmo, el aya Mary mata de un certero tiro al mismísimo Holandés y se carga así la inmortalidad de la leyenda y la voluntad de Wagner, libretista y compositor. El veterano director teatral moscovita Dmitri Cherniakov (1970) ha cosechado un merecidísimo fracaso en su debut en Bayreuth. Un trabajo fallido a todas luces, impropio de un director de escena tan avezado en asuntos wagnerianos, con importantes producciones en el Berlín de Barenboim (Tristan, Parsifal) y en el San Petersburgo de Guérguiev (Tristan).
A partir de una boba escenografía por él mismo diseñada, de movedizas y gigantescas casitas de muñecas, más propia de juego de niños que de una Colina Sagrada, Cherniakov trata de ser original a base de romper con todo y volver a un realismo que, a la postre, es más doméstico que mágico. El resultado, es uno de los más fallidos y caprichosos trabajos escénicos estrenados en Bayreuth en bastantes años. El cataclismo final, con el holandés y otros muertos en el suelo, como si estuvieran en un “saloon” de un “espagueti-western”, mientras todo arde como si fuera la mismísima inmolación de Brunilda, produce una agridulce sensación, mezcla de risa y lástima.
Musicalmente, las cosas apenas marcharon mejor. La debutante directora ucraniana Oksana Lyniv (1978), que contra todo pronóstico fue aplaudidísima al final de la función, no evitó inauditos desajustes entre foso y escena. Es la primera mujer que dirige en Bayreuth desde su fundación, en 1876, por el propio Wagner. Lo cual, no debería conferir patente de corso. Lyniv dejó desdibujados grandes episodios corales -coro de marineros, coro de la tripulación del Holandés-, que quedaron insulsos y faltos de impulso, brío y presencia. La lectura orquestal fue, eso, una lectura; anodina y pálida, en sintonía con la pobreza de ideas de la escena. Aunque eran los mismos instrumentistas y coristas, ni la orquesta ni el coro tuvieron absolutamente nada que ver con los prodigiosos conjuntos que solo un día antes habían fascinado bajo las maestrísimas manos de Christian Thielemann oficiando -que no dirigiendo- Parsifal.
Entre los cantantes, destacó y con diferencia la Senta de Asmik Grigorian (1981), impresionante soprano armenio-lituana, hija del inolvidable tenor Gegham Grigorian, del que ha heredado su broncínea y poderosa voz y una profesionalidad a prueba de bomba. Fue una Senta de carácter, de rompe y rasga. Desde el principio, nada que ver con la tontita de tantas veces que luego se crece algo. Voz y drama se fundieron en la poderosa personal musical de quien es una de las voces más poderosas, inteligentes y firmes de su registro.
Su Senta, que el capricho de Cherniakov convierte en víctima de maltrato -el “maltratador” es, claro, el tontaina Erik, aquí particularmente maltratado por Cherniakov, es una mujer que se revela e incluso da una bofetadilla de mentirijillas a Erik. ¡Tremendo!: las medias tintas y los caprichos son malas compañeras de viaje del arte, y Cherniakov se inventa una historia -historieta para ser más precisos- que manipula torticera y demagógicamente el libreto y la idea de Wagner. Y lo peor es que todo para no llegar a más que parodiarla. Lamentable.
Desposeído de su parafernalia, iconografía y leyenda, el personaje del Holandés queda reducido poco más que a nada. En semejante entorno dramático, ni siquiera el canto del bajo-barítono sueco John Lundgren pudo otorgar credibilidad a un papel icónico cargado de fuerza y personalidad. Tampoco la imponente voz del hiperocupado bajo Georg Zeppenfeld -hizo la proeza ¡o la locura! de cantar un día antes Gurnemanz, y al siguiente el Veit Pogner de Los maestros cantores– pudo salvar un Daland perdido inexorablemente en la sosería general. El “maltratador” y muy maltratado Erik del tenor estadounidense Eric Cutler bastante tuvo con salir airoso, apoyado en sus timbres belcantistas, del brete y soportar el estúpido bofetón que le arrea la equivocada Senta de Cherniakov. Aunque parezca mentira, gran éxito. Cualquier día, en estos tiempos en los que parece que todo vale, incluso tiros y fuegos a santo de nada, igual hasta vitorean a este cronista. ¡A saber! Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 14 de agosto de 2021.
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