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Por Publicado el: 14/04/2019Categorías: En vivo

Crítica: Errada Malquerida

Malquerida-Foto-Jaime-Villanueva

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Errada Malquerida

LA MALQUERIDA. Drama lírico en tres actos de Manuel Penella, con libreto de Jacinto Benavente y Manuel Penella, basado en la obra homónima de Benavente. Solistas: Sandra Ferrández (Raimunda), César Méndez (Esteban), Vicent Romero (Norberto), María Caballero (Acacia), José Enrique Requena (Rufino), Andrea Orjuela (Benita), Nacho Fresneda (El Rubio), Victoria Salvador (Juliana), etcétera. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Santiago Serraté. Director de escena: Emilio López. Escenografía: Nathalie Deana. Vestuario: Gabriela Salaverri. Iluminación: Sergio Gracia.  ­Lu­gar: Palau de les Arts (Teatre Martín i Soler). Entrada: Alrededor de 350 personas (prácticamente lleno). Fecha: Jueves, 11 abril 2019 (se repite los días 14, 16 y 18 abril).

El valenciano Manuel Penella es uno de los pocos grandes músicos de la lírica española. Del siglo XX y de la historia. Su fina vena melódica, su filiación con el verismo imperante en su tiempo complicado y la afinidad con el costumbrismo dominante en su entorno le convierten en un compositor esencial de la música española. Atinadamente, el Palau de les Arts ha programado en esta temporada su “drama lírico” La Malquerida, basado en la obra homónima de Jacinto Benavente, estrenado el 12 de abril de 1935 en el Teatro Victoria de Barcelona. Pero ha cometido el error de relegarlo al Teatre Martín i Soler, con cantantes de la casa y con una dirección que jamás de los jamases hubiera actuado en la Sala Principal. Escénicamente, ha optado por la coproducción ya estrenada en los Teatros del Canal, firmada por Emilio López, y ahora dirigida musicalmente por el muy muy discreto maestro catalán Santiago Serrate.

Está claro que La malquerida no es la Salome de Strauss. Tampoco Penella es el creador de El caballero de la rosa ni Benavente es Hugo von Hofmannsthal. Sin embargo, su obra merece y requiere un tratamiento y un espacio escénico más ambiciosos. Y sus requerimientos musicales precisan un planteamiento más agudo, ingenioso y exigente. Escénicamente, el buen y noble trabajo de Emilio López – otro nombre de la casa- no hace sino incidir en todos los tópicos y lugares comunes en los que Penella –víctima de sí mismo y de su éxito fácil- cae una y otra vez. Los tres actos de La malquerida se mueven en el drama enjundioso y visceral de Benavente, que Penella trufa y desdibuja con todos los clichés habidos y por haber de la escena lírica de su tiempo. Emilio López evita intentar subsanar este grave desequilibrio y se limita  a trasladar –caprichosamente- la acción al México colonial, con lo que crea un serio conflicto entre el habla andalucista que tanto gustaba y del que tanto abusaba el compositor valenciano y un impostado ambiente mexicano que siempre se antoja de cartón piedra.

La gran protagonista y triunfadora de este estreno en el Palau de les Arts ha sido la sorprendente Raimunda de Sandra Ferrández, quien borda vocal y escénicamente el personaje protagonista. La Ferrández se ha engrandecido en la piel dramática del gran rol creado por Benavente y lo carga de sentido dramático y musical. Sus sucesivas y casi constantes intervenciones fueron un dechado de convicción teatral y vocal. Difícil imaginar una Malquerida más convincente y creíble que la de la muy crecida soprano de Crevillent.

A su lado, casi todo el resto de personajes quedó empequeñecido. El triángulo amoroso, tan vecino al de la Lolita de Vladímir Nabokov y en el cine de Stanley Kubrick, fue completado por el barítono César Méndez (Esteban) y la creíble Acacia de la soprano mexicana María Caballero, al que se sumó el bien cantado Norberto del tenor valenciano Vicent Romero. Todos defendieron con empeño, buena letra y credibilidad sus respectivos y bien trazados papeles. Como también hizo el resto del calibrado y numeroso reparto de un drama lírico en el que, como ocurre en los siengspiele alemanes, la declamación forma también parte sustancial.

La escena, sencilla y costumbrista –botijo, parra, ventana, ensalada, fuente y etcétera- no se mete en berenjenales y sigue todos los tópicos habidos y por haber sin complicarse la vida, incidiendo así en la vena más castiza de una obra necesitada de perspectivas más ambiciosas. La malquerida no es un sainete, sino un “drama lírico” que, pese a números ciertamente vulgares, cuenta con elementos que lo sitúan como una obra de elevado calado dramático y verista. Acorde con el guión, la escenografía de Nathalie Deana se limita a cumplir hábilmente la pauta prefijada por la dirección de escena, mientras que la iluminación de Sergio Gracia se ciñe a poco más que dar luz a una escena que transcurre equivocadamente por los derroteros más comunes del género zarzuelero.

Similar tratamiento encontró esta desdichada Malquerida en la batuta discreta discretísima del maestro Santiago Serrate. ¡Pobre Malquerida y pobre Orquestra de la Comunitat Valenciana! Las excelentes intervenciones solistas –¡bravo el trompeta!- no atenuaron el sonido desajustado y descuidado de una desconocida orquesta fuera de lugar, muy por debajo de sus posibilidades y capacidades. La nueva dirección artística del Palau de les Arts –Jesús Iglesias- tiene que tomar conciencia de la joya sinfónica que tiene en su seno y procurar tratarla como tal. Actuaciones como las del estreno de la última obra lírica de Penella no hacen sino mermar su calidad y suficiencia. El público, que mayoritariamente acogió el estreno como si de una zarzuela de vis cómica se tratara, dispensó una correcta y cálida ovación al final de los tres actos de este drama lírico que es cualquier cosa menos lo que redunda esta errada propuesta. Justo Romero

Publicado hoy, 13 de abril, en el diario LEVANTE.

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