Crítica: Florian Boesch en el XXVII Ciclo de lied. El lied y sus claroscuros
XXVII CICLO DE LIED. FLORIAN BOESCH
El lied y sus claroscuros
Lieder de Schubert, Wolf y Martin. Florian Boesch, barítono. Justus Zeyen, piano. XXVII Ciclo de lied del CNDM. Teatro de la Zarzuela, Madrid. 28 de septiembre de 2020.
Este barítono austriaco, artista residente del CNDM en la presente temporada, es descendiente de una familia cantora de altos vuelos. Su abuela, Ruthilde Boesch, fue una magnífica soprano lírico-ligera, gran maestra después (por ejemplo, de la soprano española Mariola Cantarero), y su padre, Christian, un barítono muy notable (recordamos un Wozzeck en Madrid años ha). Florian es ya muy conocido entre nosotros porque actúa en nuestro país desde hace unos diez años de manera habitual. Ha abierto su triple presencia en el Ciclo con este concierto conformado con cinco lieder de Schubert, seis de Wolf (pertenecientes al libro de lieder italianos), y seis de Frank Martin, los integrantes del ”Monólogo de Jederrmann”.
En todos ellos Boesch ha exhibido sus cualidades: emisión canónica en graves y centro y ostensibles desigualdades en el agudo, en donde abre, engola o nasaliza. Le falta quizá algo de redondez, de plenitud baritonal, pero, a medida que han pasado los años, ha ido ganando en expresividad, en intensidad, en locuacidad y en comunicatividad, lo que le lleva a matizar, a colorear muy hábilmente, a amenizar, a interpretar actoralmente cada canción. Emplea con habilidad el falsete y el “falsettone”, a veces en exceso, contrasta teatralmente, frasea, dice, desgrana con auténtica fruición, musitándolas, regulándolas siempre, las palabras y subraya con tino sus fonemas. Aunque ello facilita en ocasiones pasajeras sobreactuaciones.
Lo más flojo fue Schubert, donde cantó a medio gas y trampeó lo suyo, bien que exhibiera algunas sutilezas de clase, como en “Waldesnacht” o en la tan conocida “Im Frühling”. En “Herbst”, canción del último año del compositor, se lució elegantemente en la reproducción de delicadas apoyaturas. Boesch se adentró en mayor medida en los breves, pasajeramente cromáticos y enjundiosos lieder de Wolf. “Geselle” sirvió para que mostrara su habilidad a la hora de colorear e interpretar distintas voces. Muy bien la grave “Benedeit die sel’ge Mutter”, expuesta de manera refinada y envuelta en un muy acertado tono dramático a partir de la sugerente modulación a menor. Un aplauso para la interpretación de la última pieza, “Dass doch gemalt”, culminada con una espléndida y frase, dicha con encomiable entusiasmo: “Christ soll’ein jede”.
Con todo, lo mejor vino en la dramática recreación de los seis lieder del “Monólogo de Jedermann” de Martin (1943), escritos sobre texto de Hofmannsthal. Los variados sentimientos y situaciones que vive el poderoso que se enfrenta a la muerte, desarrollados a través de un lenguaje punzante, con ramalazos expresionistas y abundancia de disonancias y secciones semiparlato fueron expuestos con veracidad, hondura y el adecuado toque trágico por el barítono, más allá de ocasionales y quizá necesarias sonoridades espurias. Entrañable la plegaria final “O Geiger Gott! Boesch”, ante los aplausos, nos regaló una hermosa página de Liszt sobre texto de Goethe. En ella, como en todo el recital, estuvo formidablemente acompañado por el infalible Justus Zeyen, que sustituyó a última hora al anunciado Martineau.
Arturo Reverter
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