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Por Publicado el: 10/06/2021Categorías: En vivo

Crítica: Igor Levit, personal, concentrado y elevado

IGOR LEVIT (CICLO GRANDES INTÉRPRETES DE SCHERZO)

Levit: personal, concentrado y elevado

Beethoven: “Sonatas” “nº 30”, “31” y”32”. Igor Levit, piano. Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 8 de junio de 2021.

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Igor Levit

Uno de los más recientes fenómenos pianísticos es el del alemán de origen ruso Igor Levit (Nizhni Nóvgorod, 1987), un músico que se ha empeñado en explicar y poner al día la creación beethoveniana para el teclado. Podría pasar por ser eso que se llama un intérprete objetivo, dado el equilibrio, la ausencia de dengues, de finuras más o menos artificiales. Va al grano y por derecho luego, y eso se advierte, de un estudio muy serio de la partitura. Pero hay mucho más, como ya pudimos apreciar en el recital que, con las tres mismas obras, ofreció el 20 de julio del pasado año en el Patio de los Arrayanes durante el Festival de Granada. Ahora con mayor nitidez dada la mejor acústica de una sala como la del Auditorio Nacional.

El pianista acometió la “Sonata nº 30 en mi mayor op. 109con exquisita prudencia, dejándose mecer por las aéreas escalas y poniendo en práctica unas muy amplias dinámicas, una de sus señas de identidad. Juega, regula, engrosa, adelgaza, varía con tino las intensidades y ofrece sonoridades preciosistas o, más bien, preciosas por la nitidez, el brillo nuclear con apenas el roce de la tecla. Expuso de manera íntima y refinada el tranquilo “Andante” de cierre, con aire de barcarola. Estábamos en lo mejor cuando sonó un móvil, que su incauta poseedora no acertaba a silenciar. Discurso detenido ante la estupefacción del artista que, menos mal, pudo resituarse y coronar la límpida interpretación con un infalible juego de variaciones.

La íntima y luminosa “Sonata nº 31 en La bemol mayor, op. 110”, fue acometida con un extraordinario refinamiento y ensimismamiento, con una minuciosidad de orfebre, sin dejar de bañarse en la melancolía que desprende la música del “Andante moderato” inicial. Alado y ligero el “Scherzo”, “Allegro molto”, con súbitos ataques y aéreas figuraciones y empleo de estratégicos y a veces inesperados silencios. Al comienzo de la doliente confesión que es el “Adagio” se oyó otro móvil, en este caso rápidamente apagado. Pero el pianista, a lo suyo, con un grado de concentración sensacional. La fuga final, “Allegro ma non troppo”, nos permitió apreciar el poder de la mano izquierda. Lirismo exquisito en los pasajes más líricos y absoluto control de efectos, nada retóricos, en el imparable crecimiento postrero.

Quedaba lo mejor y más sublime, la “Sonata nº 32 en Do menor, op. 111”, cuya introducción “Maestoso” fue abordada sin contemplaciones, vigorosa y seca, con trémolos como nacidos de la nada. Los dos temas que arquitecturan el subsiguiente “Allegro con brio ed appassionato”, el lapidario y el consolador, se enfrentaron encarnizadamente y propiciaron un desarrollo enjuto y electrizante. Nos pareció que en medio del fragor Levit rozaba alguna nota. Poco importó tal era la intensidad.

Luego lo seráfico de las cinco variaciones de la «Arietta”, “Ese sueño inmenso”, que decía Romain Rolland, que fueron desgranadas con un cuidado, con una pausa, con una desnuda delectación; con gran mesura y un alto grado de estilización, recreándose en la suerte; y con un manejo de pedal especialmente cuidado. Todo claro, diáfano, espirituoso; y espiritual. Hubiéramos deseado quizá en la tercera variación, de impulso jazzístico irrefrenable, un aire más danzable y cadencioso. Levit supo marcar y establecer, de acuerdo con el deseo beethoveniano, el tránsito de este mundo al de más allá. Naturalmente, tras una experiencia semejante, pese a las ovaciones, no cabía un bis. Arturo Reverter

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