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Por Publicado el: 21/12/2025Categorías: En vivo, Crítica

Crítica: Mahler y la Orquesta de Valencia ante su propio espejo

TEMPORADA 2025-2026 del Palau de la Música. Programa: Tercera sinfonía, de Gustav Mahler. Fleur Barron (mezzosoprano). Escolanía Nuestra Señora de los Desamparados. Coral Catedralicia de València (Luis Garrido, director). Orquestra de València. Director: Alexander Liebreich. Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.781 espectadores (lleno). Fecha: Viernes, 19 diciembre 2025.

Mahler

La mezzo Fleur Barron rindió a gran nivel en Valencia, con la Tercera de Mahler

Sinfonía monumental y grandiosa donde las haya, la Tercera de Mahler ha sido una constante en las programaciones de la Orquestra de València. En la memoria, versiones tan disímiles como las dirigidas por Christian Badea (2005), Frühbeck de Burgos (2011), Yaron Traub (2017), o Ramón Tebar (2019). Ninguna de ellas es comparable a la dirigida el viernes por Alexander Liebreich en un Palau de la Música a rebosar, como en sus mejores días.

Y no porque la dirección del director bávaro haya sido mejor o peor que la de sus predecesores, sino por el nivel crecido de una orquesta que en los últimos años ha experimentado un admirable proceso de mejora. Comparar a la vibrante OV que sonó el viernes con el desajustado y desmotivado conjunto sinfónico que tocó la misma sinfonía con Tebar hace apenas seis años, es como retroceder a las catacumbas.

Quizá sea la constatación de esta feliz mejora, de este formidable progreso, el hecho más relevante de una orquesta que el viernes se ha puesto ante su propio espejo. De la mano efectiva y profesional de Liebreich, se ha ubicado en el podio de las mejores orquestas españolas. Solo desde esta perspectiva objetiva, se pueden entender la manera, las ganas y convicción con que la crecida Orquestra de València se empeñó en una versión de finos y pulidos quilates, de contrastes y palpitante vitalidad.

Con una cuerda homogénea y de contundente respuesta, de calidades impensables hace solo un lustro, y un viento redondo y seguro, en el que se lucieron y mucho todas las secciones, desde unas trompas tangibles y de sonoridades unitarias, a unas trompetas y trombones en día de gloria; a bien moldeadas maderas que cantaron con énfasis popular, y una percusión y timbales que fueron ideal sustento métrico.

En tan redonda noche sinfónica, brillaron con luz propia por sus sustanciales cometidos solistas, el concertino Enrique Palomares, el trompeta Raúl Junquera, el trombonista Rubén Toribio y el timbalero Javier Eguillor. Todos estuvieron verdaderamente sensacionales, tanto como, fuera de escena, el trompeta Francisco Barberá, en su más que comprometido solo de Flugelhorn (fliscorno) en el tercer movimiento. Todo lo concertó y encauzó Liebreich con mano templada, sin vacuas grandilocuencias y más fondo que ostentación.

Conceptualmente no fue -es cierto-, una versión excelsa, a lo Abbado, o, en otro sentido, a lo Maazel o Bernstein, pero sí encajada estilísticamente en la permanente dicotomía mahleriana. Atento a que todo estuviera encauzado y en su sitio, a su versión faltó acaso esa “despreocupación” de la que habla Mahler de “mi sinfonía más despreocupada, despreocupada como solo las flores saben serlo”.

En su templada pero genuina versión, Liebreich no extremó contrastes, ni exageró los ciclotímicos contrastes del universo mahleriano, en el que lo grotesco y lo exquisito, el humor y la rabia, lo meditativo y lo bullicioso, se abrazan tanto como la noche y el día, y se cruzan como la armonía y la disonancia.
Fue, en cualquier caso, una visión que rezumaba criterio y fervor mahleriano.

De una honestidad que respiraba en cada nota y poro, y desde luego, la mejor Tercera de Mahler que jamás pudo soñar la Orquestra de València. El mérito de su empaque instrumental corresponde, desde luego, a los profesores de la propia orquesta. Pero ha tenido que llegar Liebreich, maestro en plenitud y más listo que el hambre, para poder despertar y cristalizar las virtudes que habitaban inertes en el conjunto.

Como solista en esta sinfonía coral la mezzosoprano británica-singapurense Fleur Barron, artista en boga que demostró clase, estilo y maneras. Cantó con efusión, fondo y sentido los textos del Zaratustra de Nietzsche y de los Des Knaben Wunderhorn, aunque desde una vocalidad lírica alejada de los tintes oscuros y graves que requiere la partitura, más propios de una verdadera contralto.

Preparados todos por Luis Garrido, los niños de la Escolanía de Nuestra Señora de los Desamparados y las féminas de la Coral Catedralicia volvieron a salir airosos del nada fácil reto que tenían ante sí, y que ya habían afrontado con Badea y Frühbeck. Otros tiempos. Hoy, València, la tierra de las bandas, tiene en sus Palaus la mejor orquesta de España y a una de las mejores orquestas de España. Cuestión de cultura.

Justo Romero

(Publicado en el Diario Levante)

 

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