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Por Publicado el: 25/06/2021Categorías: Noticias

Crítica: Klaus Mäkelä y Perianes en Granada. El color

70º FESTIVAL DE GRANADA

El color

Mahler Chamber Orchestra. Javier Perianes (piano). Klaus Mäkelä (director). Obras de Sibelius (El cisne de Tuonela. Sinfonía Sexta y Séptima) y Grieg (Concierto para piano y orquesta). Lugar: Granada, Palacio de Carlos V. Fe­cha: 22 junio 2021.

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Klaus Mäkelä y la Mahler Chamber Orchestra con Perianes © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

El encuentro en Granada de dos magos del color como Javier Perianes y la flamante estrella de la dirección, el finés Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996), ambos artistas en residencia de esta septuagésima edición del Festival de Granada, ha cristalizado en un Concierto para piano de Grieg pleno de registros, contrastes, matices, claroscuros, reflejos y destellos. Lo mil veces escuchado se reveló así inédito, en una visión cuyo sentido concertante no mermó sino todo lo contrario su fuste pianístico. La versión, de referencia, contó además con el protagonismo de una Mahler Chamber Orchestra absolutamente abducida por el genio nuevo y novedoso de un Klaus Mäkelä que a sus 25 años es ya un incontestable número uno de la dirección orquestal.

Perianes, en una noche “mágica” en la que además recibió muy merecidamente la Medalla del Festival de manos de ese otro coloso imprescindible de la música española que es Alfonso Aijón, sacó su inagotable paleta de colores para bordar una interpretación cuajada de efusión, lirismo y tradición romántica. Animado por el minucioso preciosismo orquestal y los pianísimos extremos que obtenía Mäkelä de los atriles de la Mahler Chamber Orchestra, Perianes encontró en el finés la horma de su zapato para sumergirse aún más en ese etéreo firmamento de sutilezas, detalles y pianísimos que en él es marca de la casa.

En los tres movimientos del concierto la complicidad con la batuta fue tan total como con la partitura. También en los episodios donde el impetuoso desbordamiento romántico pide sonoridades y acentos más categóricos, algo que ya quedó bien establecido desde la tajante frase que abre el concierto y en una cadencia libre y contundentemente resuelta que queda para los anales del festival. Luego, en el adagio central, los colores del teclado, la magia de la batuta de Mäkelä y las sonoridades de los instrumentos de la Mahler Chamber Orchestra se fundieron y recrearon en una realización ampliamente fraseada, casi a modo de improvisación.

A Javier Perianes se le quiere especialmente en Granada. La respuesta del público fue, claro, de total entusiasmo. Afectiva y calurosa. Se aplaudió y vitoreó lo escuchado, claro, pero también se festejaba el reconocimiento y cariño a los muchos años –desde 1.999-  de presencia casi ininterrumpida en un festival cuyos abiertos oídos apostaron pronto por él. Tras la entrega de la medalla, y micrófono en mano, habló al público y se refirió a estos afectos y vínculos. También a su familia y amigos. Lo hizo con su verbo natural y cercano, tanto como su pianismo sin dobleces; con la misma delicadeza extrema con la que interpretó el Nocturno de Grieg que poco antes tocó de regalo. ¡Qué artista! ¡Qué persona!

Tras el largo intermedio, y con Perianes sentado entre el público, como un melómano más, Mäkelä retornó al universo reconocible de su paisano Jean Sibelius, de quien, ya al inicio del programa, había ofrecido una versión de extremas sutilezas y lentitudes casi congeladas del pequeño poema sinfónico El cisne de Tuonela, en la que el corno inglés se explayó en su canto evocador y afligido. Fue con las Sinfonías sexta y séptima, que Mäkelä reconvirtió en un único y excesivo fresco sinfónico dicho sin la más mínima interrupción, todo él attaca. 

“Para mí”, ha dicho en una estupenda entrevista de Pablo L. Rodríguez, “la Séptima es algo así como el último movimiento de la Sexta”. Corrían ya las tantas de la noche, y el duplicado festín Sibelius, a pesar la portentosa versión de Mäkelä –que demostró con hechos su opinión de que estas dos sinfonías son “la música más bella y pura que [Sibelius] escribió”-, y de la formidable respuesta sinfónica que cosechó y obtuvo de los atriles de la Mahler, se antojó tan excesivo como un atracón del mejor caviar. Pasaba ya la una de la madrugada y por la memoria sonora, revoloteaba aún el Grieg fresco y coloreado de Perianes y su mejor compañía. Justo Romero

Publicada el 24 de junio en el Diario Levante.

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