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Por Publicado el: 13/11/2021Categorías: En vivo

Crítica: Nodoka Okisawa con la Orquestra de València. Cuando la acústica es noticia

ORQUESTRA DE VALÈNCIA (N. OKISAWA)

Cuando la acústica es noticia

Nodoka Okisawa (directora). Midori (violín). Programa: Obras de Edo Biol, Brahms y Schumann. ­Lu­gar: Teatro Principal. Entrada: Alrededor de 1.000 personas. Fecha: 21 octubre 2021.

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Okisawa dirige la Orquesta de Valencia junto a Midori (C) Live Music Valencia

Daba gusto ver ocupadas casi todas las 1.226 butacas del Teatro Principal, pero más contento aún daba escuchar ¡por fin! música en aceptables condiciones acústicas. Las modificaciones realizadas sobre la marcha y en plan urgencia en el escenario han mejorado sustancialmente la terrible acústica original. Se ha alzado medio metro el escenario, se han colocado tarimas para los vientos y la percusión, adelantado dos metros el proscenio sobre el patio de butacas, colocado una gigantesca pantalla al fondo y alzado paneles acústicos de unos dos metros de alto en el perímetro del escenario. El cambio, sin ser óptimo, es espectacular y permite percibir cabalmente todos los registros y secciones de la orquesta. Al César lo que es del César, y en esta ocasión sí hay que felicitar al Palau de la Música por esta mejora que, aunque tardía, mejora es, hasta el punto de convertir en noticia lo que jamás debería haberlo sido.

La masiva asistencia y positiva respuesta del público obedeció fundamentalmente a la presencia como solista de la célebre violinista y ex niña prodigio Midori (Midori Gotō, Osaka, 1971), y que lo hiciera, además, con un concierto para violín tan popular y apreciado como el de Brahms. El programa se completaba con otro bombón,  la Sinfonía Renana de Schumann, dirigida, como todo el resto del programa, por la directora japonesa Nodoka Okisawa, maestra sólida y precisa, cuyo gesto monocorde, con los dos brazos siempre siempre marcando al unísono, produce cierta monotonía, pero no resta calado a su competencia y efectividad sobre el podio. Es, sin duda, una de las mejores, si no la mejor, directora que se ha puesto al frente de la Orquestra de València.

El programa, sin embargo, comenzó mal, fatal. Y no por culpa de la maestra ni de los profesores de la OV, sino por la obra escuchada, una antigualla de cuidado firmada por la valenciana afincada en Estados Unidos Amparo Edo Biol (1988). Un “Monólogo” -así se llama la cosa, pero en inglés- de apenas seis descabezados minutos en los que uno no sabe si está escuchando alguna pegadiza música de cine años sesenta o una parodia tardorromántica y preimpresionista, mezcolanza de Ravel, Manuel Palau y García Abril tamizada con aromas de Dyango. Sea lo que fuere, música que no va a ninguna parte. Hueca y olvidada al instante. Difícil resulta entender que se programe algo así habiendo tanta y tan buena música por descubrir y estrenar. El hecho de ser mujer, vivir en los USA y ser valenciana no justifica el error. Cuatro aplausos y a otra cosa.

Después de eso, el Concierto de Brahms en manos de Midori era el paraíso. La violinista nipona derrochó energía, vitalidad, entusiasmo y convicción. Su Brahms fue, además de impecable, de una honestidad y autoridad a prueba de bomba. La niña prodigio de otrora es hoy una joven cincuentona, que sigue tan menuda y tan grande como siempre. También tan deslumbrante como entonces, cuando encandilaba a todos. Ahora, en plenitud vital y artística, sigue cargada de nervio -quizá excesivo, hasta el punto de que en ocasiones sus taconazos se escuchaban casi tanto como su extraordinario Guarneri del Gesù de 1734- y de un virtuosismo alejado del alarde. Los mejores momentos, llegaron en el Adagio central, que dijo con quietud y énfasis lírico. Pero el verdadero paraíso no llegó hasta el vivo Bach que ofreció de regalo, que supuso lo mejor de la noche y de muchas otras noches.

El complicado sinfonismo schumanniano nunca ha sido precisamente una especialidad de la Orquestra de València. A pesar del buen trabajo desplegado por Nodoka Okisawa, la versión escuchada de la Sinfonía Renana distó de la perfección. Un Schumann correcto, de tiempos contenidos, rácana amplitud dinámica y corta efusividad, emborronado en su movimiento final por notorios deslices instrumentales, particularmente en la sección de metales. Un tiempo que, como como escribe Joaquín Guzmán en las notas al programa, “carece del arrebato y la pujanza del primer movimiento”. Muchos aplausos, todos contentos y a casa. Justo Romero

 Publicada el 12 de noviembre en el diario Levante.

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