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Por Publicado el: 16/05/2022Categorías: En vivo

Crítica: Orquesta de Valencia, sin rodeos y a las claras

Sin rodeos y a las claras

Orquesta de València. Director: Ramón Tebar. Solista: Ilya Gringolts (violín). Pro­gra­ma: Obras de Óscar Colomina (Echo and Narcissus) y Prokófiev (Concierto para violín y orquesta en Re mayor. Quinta sinfonía). Lugar: València, Palau de les Arts (Auditori). Entra­da: Alrededor de 500 personas. Fe­cha: 12 mayo 2022.

Ilya Gringolts

Sin rodeos y a las claras: fue un concierto malo sin paliativos. Y no, desde luego, por el contenido del programa, que abrazaba la música siempre bienvenida del valenciano Óscar Colomina (1977) y las del ruso -sí, ruso, no ucraniano- Serguéi Prokófiev. La Orquesta de València tocó quizá fondo en interpretaciones desquiciadas, desabridas y exentas de cualquier mesura o equilibrio. Las deficiencias instrumentales reflejaban las carencias de un maestro –Ramón Tebar– cuyo tiempo en el podio de la OV se extinguió hace ya bastante. Ni siquiera la novedad, clásica y contemporánea, directa y siempre fresca, de Echo and Narcissus asomó en una casi irreconocible versión en la que la inspiración, refinamiento y hondura que distinguen el universo creativo de Colomina quedaron absolutamente inadvertidas.

La Quinta sinfonía de Prokófiev es una de las obras maestras de la escritura orquestal del siglo XX. Y de todos los siglos. Ante un Palau de les Arts cuya pobre entrada delata, también, el desafecto del público, sus cuatro movimientos se sucedieron como cuatro mazacotes de difícil digestión. Los decibelios arrasaron el lirismo característico de Prokófiev, como también la opulenta orquestación, perdida en un áspero y desequilibrado maremágnum sonoro en el que todo quedó emborronado. La ironía se tornó estridencia y el sarcasmo tirantez. En tan deficiente versión, los violonchelos no tuvieron su mejor día, como tampoco algunos solistas de la orquesta, que parecían ajenos a sí mismos y a un podio a todas luces incapaz de sintonizar con la orquesta de la que fue titular.

Ni siquiera el violinista petersburgués Ilya Gringolts (1982), a quien en España representa el mismo agente y agencia que a Tebar, tuvo su mejor tarde, a pesar de tocar una obra tan próxima a él y tan plena de sugestiones como el Primer concierto de Prokófiev. Quizá contagiado de la rutina del podio, o acaso de la desolación de toparse con una sala más vacía que llena, su Stradivarius en ningún momento alzó el vuelo en una composición que transita los más recónditos rincones del alma. Gringolts mantuvo su lectura en una línea de corrección cuya contenida impecabilidad despierta admiración y poco más. Nada mejoró la cosa en la propina, un fragmento de una sonata de Tartini -chivaron al crítico-, pero que en sus manos más pareció una azucarada melodía a lo André Rieu. Justo Romero

Publicado en el diario Levante el 14 de mayo de 2022.

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