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Por Publicado el: 17/01/2024Categorías: En vivo, Crítica

Crítica: Orquesta Hallé de Manchester en el Palau de la Música de Valencia

En el imperio de las musarañas

TEMPORADA DE INVIERNO PALAU DE LA MÚSICA DE VALENCIA

Orquesta Hallé de Manchester, Kahchun Wong (director), Liza Ferschtman (violín). Programa: obras de Falla, Brahms y Stravinski. Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1.500 espectadores. Fecha: domingo, 14 de enero de 2024

Crítica: Orquesta Hallé de Manchester en el Palau de la Música de Valencia - Críticas Beckmesser

Orquesta Hallé de Manchester, con Wong a la batuta y Ferschtman al violín

Recaló una vez más la Orquesta Hallé de Manchester en el Palau de la Música. Una formación de abolengo y prestigio, que, además de su fundador, Charles Hallé, ha contado, desde su creación en 1858, con directores titulares como Hans Richter, John Barbirolli, Kent Nagano o Mark Elder, quien será reemplazado este mismo año por el singapurense Kahchun Wong (1986). Ha sido precisamente bajo el gobierno de este director nacido en la rica ciudad-estado del sureste asiático con el que la formación inglesa ha ofrecido un programa mal diseñado, inaugurado con la Danza del fuego de Falla y cerrado con El pájaro de fuego de Stravinski, en la suite redactada en 1945. En medio, encorsetado y chirriando entre estos dos fuegos tan cercanos en el tiempo -ambos nacieron originariamente en la segunda década del siglo pasado-, el Concierto de violín de Brahms, con Liza Ferschtman como solista correcta y punto.

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Kahchun Wong

Fue una velada que, más allá del éxito, resultó pesada y fútil. En la que se impuso el imperio de las musarañas. Kahchun Wong es un competente director, pero con poco interesante que decir ni contar. Sobre el podio, no va más allá del empeño en reproducir lo más fielmente posible el pentagrama. Hechizo, sutileza, efusión, estilo o refinamiento son conceptos ajenos a su universo sencillo y sin más ambición que la buena letra. La cortedad artística salta a la vista tanto como su ingenua rectitud en el podio. La Danza del fuego -un disparate comenzar un programa “serio” con un fragmento que, fuera de su contexto, solo se justifica como brillante propina de concierto– sonó lenta y exenta de tensión y sortilegio.

Algo similar ocurrió con la suite del ballet El pájaro de fuego, desnuda de colores y registros, escuchada en una versión casi robotizada, que ni siquiera en los momentos más fascinantes -como la Canción de cuna, en la que el fagot parecía empeñado en esconderse en el descuidado tejido orquestal– logró ir más allá del efecto decibélico, algo particularmente evidente en el clamoroso himno final, exagerado en sus dinámicas hasta casi el susto y el ensordecimiento. Para colmo, el timbalero parecía empeñado en dar la nota y convertir todo en un concierto para timbales y orquesta. Luego, como regalo y colofón del exitoso concierto, llegó algo tan propio de la orquesta mancuniana como la variación Nimrod, de Elgar, que se escuchó más sacarinosa que conmovedora, a años luz de la fascinante y vieja grabación con Barbirolli, de junio de 1956.

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Liza Ferschtman

La Orquesta Hallé de Manchester distó de mostrar sus mejores virtudes en esta nueva visita al Palau de la Música, tan lejana en todos los sentidos a la bien ensamblada formación que recaló en noviembre  de 1994 con Kent Nagano en el podio para interpretar sobre el mismo escenario la Sinfonía de Réquiem de Britten y la Quinta de Mahler. En el emparedado concierto de Brahms, el oboe cantó con sonido más rudo que exquisito el famoso tema del Adagio central, y los metales distaron de la perfección. A tono con el ambiente, Liza Ferschtman fue tan correcta como neutra, con la carne lejos del asador. El movimiento final -“la música más feliz del mundo”, como alguien escribió no sin razones- apenas alcanzó a despertar admiración. El público, que casi volvió a colmar las butacas del Palau de la Música en un fin de semana musical memorable en València, con ambos Palaus a rebosar, aplaudió su interpretación brahmsiana como si acabara de escuchar al mismísimo David Oistraj. ¡Pues fenomenal! Luego, de propina, la Ferschtman tocó, ahora sí con inusitada expresión, el aéreo primer movimiento de la Quinta sonata para violín solo de Ysaÿe. Fue lo mejor de la gris noche. Justo Romero

Publicado en el diario LEVANTE el 16 de enero de 2024

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