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Por Publicado el: 05/09/2010Categorías: Crítica

Cuando “Rigoletto” es bufonada

Cuando “Rigoletto” es bufonada
Los títulos de despedida informan en una de sus últimas líneas que han participado en la retransmisión más de 148 televisiones de todo el mundo. No nos dicen cuánto ha costado la producción, pero fuentes cercanas a ella hablan de diez millones de euros. También de nueve cámaras, cuando en cada escena sólo parece haber dos. Se ha publicitado como un “Rigoletto” narrado en sus escenarios originales – supuestamente el Palazzo Ducale, el Palazzo Te y la Rocca di Saparafucile- mientras que los continuos primeros planos no dejan ver más que el sudor de Domingo o Grigolo, que parecen más en una sauna que en un palacio, los salivazos que se disparan unos a otros al cantar o las moscas que pasan por delante de las cámaras. Todo absurdo. ¿Dónde está la perspectiva? Cuando el director se acuerda que existen planos medios sólo consigue dar la sensación de hallarnos en recintos muy reducidos y apenas las tomas largas de un par de salones llegan a alcanzar la espectacularidad de buenas producciones en teatros cerrados. Para este viaje no se necesitaban tales alforjas. Marco Bellocchio, célebre cineasta por su “I pugni in tasca”, muestra desconocer por completo, no ya el título, sino las más elementales reglas operísticas. ¿Desde cuando el bufón de la corte es el últimos en llegar a una fiesta? ¿Qué sentido tiene la mezcolanza de danzas en un cuadro primero acto parece desarrollarse más en un vagón del Oriente Express que en la gran sala de un palacio? Tal es la claustrofobia que transmite. ¿Desde cuándo un bufón mira al techo de su propia morada y encuentra un cielo pintado de estrellas? En fin que una vez más se ha entregado un proyecto lírico a un director de cine sin la suficiente base operística. A partir de aquí casi todo es un despropósito.
Ni siquiera Zubin Mehta pasa de la discreción en la dirección orquestal con tempos que, como en el caso de “Tutte le feste al tempio”, exasperan por su lentitud. Julia Novikova, soprano próxima al productor, cumple sin más como Gilda. Vittorio Grigolo posee la planta ideal para el frívolo y apuesto duque, se esfuerza en matizar y emplear pianos y medias voces, aunque la resolución no resulte siempre satisfactoria. Nino Surguladze también da el tipo para Magdalena. Bien diferente es el caso de Ruggero Raimondi y Plácido Domingo. No se entiende que el italiano emborrone su trayectoria con un papel secundario al que no hace justicia en el imprescindible registro cavernoso. En Plácido Domingo ha podido en esta ocasión más la ambición que el sentido común y es extraño porque él habitualmente sabe medirse muy bien. No bastan los destellos del gran artista que es. Rigoletto posee una tesitura más aguda que Boccanegra en la que sin embargo hay que mantener auténtico color baritonal. Requiere más movimiento escénico, aunque Bellocchio le deje arrinconado junto a una ventana en todo el “Cortiggiani”, y obviamente un rodaje en el papel del que el tenor no ha dispuesto y que le hubiera permitido mejorar en fiato y carácter.
Para colmo hubo fallos de sonido en el inicio del acto segundo y TVE ni se molestó en hacer una presentación digna al evento. Hay un film de DECCA con Pavarotti, Gruberova, Wixell, bajo dirección de Ponelle, que hace olvidar esta bufonada de Andrea Anderman. Gonzalo Alonso

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