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Por Publicado el: 12/08/2025Categorías: Crítica, Sin categoría

Festival de Bayreuth: Andreas Schager, un Tristán de los de antes

Festival de Bayreuth. TRISTÁN E ISOLDA, de Richard Wagner. Ópera en tres actos, con libreto de Wagner. Reparto: Andreas Schager (Tristan), Camilla Nylund (Isolda), Jordan Shanahan (Kurwenal), Ekaterina Gubanova (Brangäne), Günther Groissböck (Rey Marke), Alexander Grassauer (Melot), Matthew Newlin (Joven marinero), Daniel Jenz (Un pastor), Lawson Anderson (Timonel). Director de escena: Þorleifur Örn Arnarsson. Escenografía: Vytautas Narbulas. Vestuario: Sibylle Wallum. Dramaturgia: Andri Hardmeier. Iluminación: Sasha Zauner. Coro y Orquesta titulares del Festival de Bayreuth. Dirección de coro: Thomas Eitler de Lint. Dirección musical: Semión Bichkov. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1974 espectadores (lleno). Fecha: 10 agosto 2025.

Festival de Bayreuth

“Tristén e Isolda” regresó a Bayreuth con Nylund y Schager

La función de Tristán e Isolda iba bien encarrilada, a pesar de la nada que es la hueca propuesta escénica del islandés Þorleifur Örn Arnarsson (Reykjavik, 1978), estrenada el año pasado y tan a tono con la mediocridad escénica que impera en el Bayreuth controvertido de la era Katharina Wagner.

Semión Bichkov, parsimonioso, deleitándose en los detalles del prodigio, otorgando tiempo al tiempo, sacaba oro, emoción y fuego del foso único de Bayreuth, mientras el reparto vocal cumplía expectativas con corrección y profesionalidad. Destacaba, sí y con diferencia, el Tristán de Andreas Schager, un tenor heroico de los de antes, con voz proyectada que llega poderosa y rotunda al último rincón de la sala y del alma, pero también capaz de pianísimos matizados y fraseados hasta el límite de la emoción. La más que veterana Camilla Nylund, como siempre, empeñada en sacar adelante el ideal de una Isolda de tanto gusto como limitaciones vocales, con su voz que nunca ha sido ni será la de Isolde, y menos al lado de un cantante de tanto fuste y arrojo como Schager. Y menos a los 57 años. Así iban las cosas…

Así de bien y correctas, sí, olvidados de una escena inútil y caprichosa, pero que al menos no molesta, hasta que, llegó el tercer acto, cuando la temperatura se elevó sideralmente gracias a un Andreas Schager inconmensurable, que después de la proeza de cantar sin reservas los dos primeros actos, desplegó coraje, temperamento y medios vocales en el tremendo monólogo en forma de soliloquio del tercero, donde lució una fortaleza vocal propia de los Melchior, Lorenz, Vinay y otras leyendas del antaño del canto wagneriano. Es difícil imaginar hoy -y ayer, y menos aún mañana- un Tristán de tal arrojo y medios vocales, de tanta valentía vocal. Cantado desde un equilibrio ideal entre cerebro y sangre, estilo y fuego. Con tanta claridad y generosidad. Tan entregado y genuino. Una manera de cantar que recupera y reivindica el mejor tiempo wagneriano.

Después de esa exhibición de voz y pasión wagnerianas, después de la muerte a no se sabe dónde, después de ese eterno “Nur eine Stunde bleibe mir wach!” (¡Mantente despierto solo por una hora!), Isolde/Camille se lanzó al milagro del Liebestod. No pudo encontrar mejor colchón que el oro sonoro que llegaba desde el foso, inmensamente lento, quieto y casi congelado, en un pianísimo de cortar el aliento en el que Semión Bichkov esencializó una dirección excepcional toda la función.

Fue un momento único en el que la soprano finlandesa, con un hilo de vocal idealmente proyectado, volcó su categoría de excepcional artista y cantante. Pero pronto, cuando los requerimientos vocales necesitaron cuerpo, potencia y grandiosidad, se echó en falta una tipología y estado vocal más acorde con los requerimientos dramáticos del personaje. La carnosidad de la Flagstad, la potencia de la Nilsson o la morbidez de la Meier.

Paradójicamente, menos acusada y descompensada quedó su voz en el infernal e hipnótico dúo de amor del segundo acto, donde su alcurnia de soprano se alió con el fuego de Schager para cerrar un acto cuyo sortilegio no pudo interrumpir ni la abrupta llegada del Rey Marke y los suyos. Empujado por la errática dirección escénica, Günther Groissböck entregó su Rey Marke a una visión cabreada, histérica y hasta agresiva, que nada tiene que ver con la nobleza y dolor contenido que pide el personaje.

El artista austriaco afrontó y combinó su herido monólogo con nobleza y expresión cuidada, desde su voz de bajo con empaque, pero sin el impacto de Moll, Salminen o, ya más cerca, René Pape. La siempre eficaz -y bastante más- mezzo Ekaterina Gubanova hizo crecer la Brangäne de hace un año de Christa Mayer, como también hizo el barítono Jordan Shanahan con un Kurwenal que mejoró sustancialmente el del islandés Olafur Sigurdarson.

En los aplausos, siempre tan inoportunos tras el silencio infinito al que invita el Liebestod, el público coronó una vez más con su clamor unánime a Andreas Schager como el rey actual del canto wagneriano. También a Semión Bichkov como príncipe, sin vulnerar el inalcanzable cetro del dios y “apóstol” Thielemann. Camilla Nylund escuchó y disfrutó de un ovación que tenía más de cariño y reconocimiento que de entusiasmo por su Isolde perfilada y quizá ya con excesiva solera.

Muy cerca en el afecto de los aplausos se manifestó el público con Günther Groissböck y Ekaterina Gubanova. Todos tuvieron el mérito añadido de sobreponerse a la estulticia escénica de Þorleifur Örn Arnarsson y sus secuaces, con velas negras negrísimas para el escenógrafo Vytautas Narbulas. ¡Qué espanto!

Justo Romero

 

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