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Por Publicado el: 12/05/2007Categorías: Crítica

Fidelio en Sevilla

Diario de Sevilla, 12 de mayo
OTRO QUIERO Y NO PUEDO MÁS
Programa: «Fidelio», de Beethoven. Solistas: Lisa Gasteen (Fidelio), Robert
Dean (Florestan), Alan Held (Don Pizarro), Brindley Sherrat (Rocco), Elena
de la Merced (Marzelline), Agustín Prunell-Friend (Jaquino), Daniel Borowski
(Don Fernando), Arsenio Vegara (Primer prisionero), Javier Jiménez (Segundo
prisionero). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la Asociación de
Amigos del Teatro de la Maestranza. Dirección musical: Pedro Halffter.
Dirección escénica: José Carlos Plaza. Director del Coro: Julio Gergely.
Escenografía: Francisco Leal. Vestuario: Pedro Moreno. Iluminación:
Francisco Leal y Óscar Sainz. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Viernes
11 de mayo. Aforo: Lleno.
Hay que alabarle a la dirección artística del Maestranza el que se haya
decidido a retomar la que debe ser la vía natural de un teatro de ópera
sevillano, esto es, producir desde Sevilla y en clave sevillana las
múltiples óperas relacionadas con la ciudad. En este caso, además, era la
primera vez que subía a escena en Sevilla la siempre actual ópera de
Beethoven, lo que le añadía un plus histórico de interés.
Ahora bien, dicho esto hay también que dejar claro que si en algo debería
esmerarse el Maestranza es precisamente en estas producciones de óperas
sevillanas, intentando sentar una referencia internacional para estos
títulos. Así ha ocurrido hasta el momento con las producciones de El barbero
de Sevilla y de Las bodas de Fígaro. Pero mucho me temo que no será el caso
de este Fidelio que parece salido de las brumas del añejo y ya rancio
espíritu del teatro de tesis de la Transición. El minimalismo escénico,
derivado de un evidente minimalismo de ideas, reduce todo el decorado a un
enorme podio sobre el que se mueven los cantantes y a una enorme mole de
hierro oxidado colgada sobre sus cabezas y que se mueve de vez en cuando. El
peso del Poder, de la Tiranía, de la Opresión, de la Injusticia… Eso dice
al menos el responsable escénico, porque en realidad hubo momentos que
recordaban a los monos de 2001: una odisea en el espacio tocando y adorando
el monolito, como cuando durante la obertura Leonora III los presos se
dedican a levantar la losa, llevarla de un sitio para otro y, eso sí,
levantar mucho los brazos, más como un coro del Carnaval gaditano que otra
cosa. Ridículo.
Como era de esperar, la puesta en escena era oscura como boca de lobo. Esto
ya adquiere tintes de pandemia, porque no hay manera de ver una ópera en la
que se distinga quién es el que canta y en el que se diferencien los
colores. Dentro de esta pobreza lumínica, sólo rota en la escena final,
cabría destacar algunos interesantes juegos de luminotecnia, como cuando al
fondo se ven grupos de prisioneros torturados y vejados en clara referencia
a las imágenes de la cárcel iraquí de Abu-Ghraib. Para mi gusto sobraban,
por último, las tópicas referencias sevillanas (naranjitos con naranjas en
vez de azahar en primavera, maquetita final), poco concordantes con la
abstracción absoluta del espectáculo.
Sabida es la poca sintonía de la Sinfónica con la música de Beethoven. Por
más que Pedro Halffter planteó una interpretación muy detallista, enérgica y
de tiempos más bien vivos (algo lentos en momentos como la primera sección
del aria de Florestán), cuidando muy bien a las voces, la sección de metales
se empeñó, desde el primer compás de la obertura, en estropearlo todo.
Tampoco las cuerdas sonaron con el empaste de otras ocasiones. Lisa Gasteen
resultó una voz demasiado pesada para el papel. Corta de fiato y con un
fraseo más bien rígido (perdió el tempo alguna vez), no pudo con las notas
superiores, que siempre quedaban lejos de tono y sonaban tremolantes. Más
apropiada fue la voz de Robert Dean Smith, clásico tenor heroico de nobles
acentos, suficiente potencia y notable expresividad, aunque con tendencia a
resolver con golpes de glotis las notas de paso. Impresionante sin más el
Pizarro de Alan Held: el malo fue aquí el mejor con su timbre dominante,
homogéneo y apabullante. Como Rocco, Brindley Sherrat actuó mejor que cantó,
pues su voz está en exceso apoyada en la gola y la emisión es incómodamente
nasal. Casi inaudible la voz caprina y gatuna de Agustín Prunell, mientras
que Elena de la Merced, de límpido sonido, fue una juvenil Marzelline. Más
que notable el primer prisionero de Arsenio Vergara y correcto sin más
Daniel Borowski. Y magnífico el coro, especialmente el masculino de los
presos del primer acto.

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