Historias musicales: La pionera, el disidente y la mujer de Franco
Historias musicales: Lola Rodrígez Aragón
Hace 115 años nació Lola Rodríguez Aragón, la mujer que, con una mezcla de fino olfato artístico, imaginación, trabajo y voluntad férrea dominó en parte, durante tres décadas, la vida musical madrileña hasta propiciar el retorno de la ópera representada, la aparición de artistas como Teresa Berganza o el estreno tardío en español de la Pepita Jiménez de Isaac Albéniz.

Rodríguez Aragón dirigió La Zarzuela
En la segunda mitad del siglo pasado, una señora brillante, perfectamente preparada, ya llegó a ejercer como primera directora artística del madrileño Teatro de la Zarzuela, algo muy poco común en aquel momento, finales de los 50, pero también en cualquier otro lugar por esa época.
Con lo cual, incluso, a lo mejor daría para cuestionar dos mitos: aquel que sostiene que durante todo el franquismo las féminas estaban obligadas a permanecer únicamente en sus hogares al cuidado de la parentela. Y segundo, que, en caso de realizar algún trabajo, más allá del propio ámbito doméstico, éstas solo podrían llegar a emplearse como maestras, mucamas, administrativas, enfermeras o alguna otra ocupación similar.
Si la ópera, en Madrid, no continuó arrumbada en el limbo en el que este género se había sumido tras el cierre del Teatro Real, en 1925, se debió fundamentalmente a la imaginación, el talento y la férrea voluntad de Lola Rodríguez Aragón.
De esta admirable mujer menuda se habla muy poco, mucho menos de lo debido, y casi siempre, a la hora de la escueta mención, se suele resaltar la extraordinaria labor docente como maestra de canto de Teresa Berganza, la más célebre entre sus valiosas alumnas, una larga lista de intérpretes conocidas como las “lolitas”: Ana Higueras, Ana María Iriarte, Isabel Penagos, María Orán, Isabel Castelo, Blanca Seoane, Inés Rivadeneira, Ángeles Chamorro, ….
Pero se suele pasar por alto su imprescindible labor de organizadora musical, en la que le seguiría los pasos a Farinelli en tiempos de Felipe V. En España, aún hoy, los músicos a veces tienen que encargarse de casi todo: desde publicitar sus actuaciones y colocar las sillas hasta vender las entradas (como también hacía, en ocasiones, Vivaldi en su país), antes si quiera de ponerse a tocar.
Lola Rodríguez Aragón, que en principio estaba destinada únicamente a desarrollar una estupenda carrera en como soprano, consciente del precario terreno en el que se movía, y dotada para ello de una naturaleza inquieta, tenaz y emprendedora, lo comprendió pronto y por eso amplió, casi desde el inicio, su campo de acción con consecuencias derivadas que resultarían fundamentales para el desarrollo de la actividad musical en su país.
Nació en Logroño el 29 de septiembre (aunque algunos aseguran que fue el 30) de 1910, hace justamente 115 años, se crió en Cádiz y se formó, en buena medida, en La Coruña, donde curso aprendizaje en la escuela que había fundado allí, al retirarse, “la Perecita”, Bibiana Pérez.
Aquella estupenda soprano, casada con el tenor gallego Ignacio Varela, que había gozado de la admiración de Nicolás II cuando ambos cantaron en los festejos de la coronación del último zar ruso, le ofreció los consejos que le permitirían debutar en el teatro Rosalía de Castro de la ciudad atlántica, a los dieciséis años.
Años más tarde, aquella chica regresaría al mismo lugar, esta vez al Teatro Colón, para supervisar, como organizadora, una única función de Las bodas de Figaro de Mozart, una de sus especialidades, con un elenco íntegramente español encabezado por el bajo Antonio Campó (padre de la famosa cantante Marta Sánchez).
La Perecita fue una de las más insignes entre sus varias profesoras, la otra fundamental, Elisabeth Schumann, un mito entre los supremos adoradores de las voces mejor cultivadas para extraer toda la riqueza contenida en los “Lieder”, esa suerte de ideal emparejamiento entre poema y música, le transmitiría, en Baviera, los secretos de la interpretación del repertorio vocal de los Schubert, Schumann, Brahms, Wolf…

Teresa Berganza fue su alumna más célebre
De ese encuentro crucial (que los envidiosos locales juzgan algo muy insignificante, exagerado por el particular interés de la discípula), surgiría una de las primeras aportaciones de la artista riojana. Cuando, en España, las veladas de “Lieder” (el equivalente a los “Liederabend”) resultaban poco menos que una excentricidad, la cantante dio los pasos para crear el antecedente precursor del ciclo que hoy constituye una de las grandes bazas culturales de la capital.
Lo impulsó al ofrecer de manera periódica, en Madrid, recitales con este señalado repertorio, que ella además amplió a las aportaciones hispanas: de su privilegiada relación con Joaquín Turina surgirían novedosos ciclos de canciones, como sus Tres poemas, que luego se enriquecerían, también, a través de más aportaciones de otros compositores insignes, como Joaquín Rodrigo, que le dedicó su Romance del comendador de Ocaña.
Sería imposible, además de injusto, no reconocer la huella que más tarde han legado otras artistas, pupilas suyas en la Escuela Superior de Canto de esta ciudad (que ella misma se ocupó de fundar y dirigir), vinculadas a la interpretación de estas delicadas piezas de sutil orfebrería, como la propia Teresa Berganza, sin apreciar el imprescindible primer impulso de la maestra e inspiradora.
Para una de sus alumnas, Ana Higueras, que le dedicó un libro, Rodríguez Aragón “renovó la tradición interpretativa en España limpiándola de manierismos, sobre la base de un rigor técnico y estilístico excepcionales”, seguramente los que ella misma había adquirido a través de Elisabeth Schumann.
Pero la influencia de Rodríguez de Aragón, fallecida en 1984, no solo se hizo patente en el estrecho, aunque valioso, ámbito de la llamada canción española de concierto, y por extensión de la ópera y zarzuela. Creó varios coros, entre ellos, el Madrigalistas de Madrid, pionero en la exhumación del repertorio del siglo de Oro, aparte de aquel otro que, con el tiempo, habría de convertirse en el Coro Nacional de España, con ella como responsable musical.
Cuando ejerció como directora artística, en los teatros de la Zarzuela, el María Guerrero, el Albéniz o el Español, promovió tanto el regreso de obras olvidadas del rico patrimonio lirico ibérico como produjo algunos títulos de nueva creación.
Con Pablo Sorozábal estrenó Las de Caín, en 1962. Y dos años más tarde propició el de Pepita Jiménez en español, que esta temporada acaba de reponerse por primera vez, desde entonces, en la misma versión que en su día acogió el Teatro de la Zarzuela bajo su tutela.
Para el primer gran festival de ópera que se ofrecía en Madrid casi desde los tiempos del añorado Real, mediante su labor organizativa, la artista y empresaria le solicitó a su buen amigo Sorozábal, no muy bien visto por el régimen, que realizara una nueva versión de esta obra a partir del original de Isaac Albéniz, con libreto de su habitual colaborador, Money-Coutts.
Sorozábal cumplió el encargo sin cortapisas ni injerencias a partir de importantes modificaciones de su propio cuño. Pretendía dotar a la pieza de una mayor consistencia dramática, y supervisó libremente todas y cada una de las partes del montaje (como puede apreciarse en un breve documento del Nodo de la época, fácilmente localizable en Youtube, donde se siguen paso a paso los minuciosos preparativos).
El propio compositor vasco se puso al frente de la orquesta, el coro y un elenco que contó, para la ocasión, con el tenor Alfredo Kraus y la soprano Pilar Lorengar. La promotora de aquella iniciativa se esmeró para que la ópera de Albéniz (o Sorozábal, más bien) tuviera la misma repercusión y calidad de medios que los otros grandes títulos del repertorio italiano vinculados a la programación, aquella vez. Para lo cual se contó con intérpretes de primera clase.
Al disidente Sorozábal lo acompañaron de lejos, durante el estreno, situados en el palco principal del teatro, el ministro Fraga y la esposa de Franco, Carmen Polo. Hay quien señala que fue la propia Rodríguez Aragón quien intercedió ante las autoridades para que al creador de La tabernera del puerto le dejaran tranquilo. Quién sabe.
Lo cierto es que una mujer de elevado y exquisito criterio, promotora del acontecimiento, que más tarde, ese mismo año, sería distinguida con el Lazo de Isabel la Católica; un director de ideas contrarias al régimen que, además, se ofrecía como coautor de la obra en cartel, y dos significativos representantes de la dictadura se reunieron, el mismo día, para celebrar el regreso a los escenarios de una de las principales creaciones del compositor de Iberia. Ocurrió en la España de los 60.
(Publicado en “El Debate”)


























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