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Por Publicado el: 03/11/2012Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a Dallapiccola y Puccini en el Real

Bastante coincidentes en el fondo las de Gonzalo Alonso en La Razón y Álvaro del Amo en El Mundo. Más favorable la de González Lapuente en ABC.

EL MUNDO, 3/11/2012

El espesor de los barrotes

‘EL PRISIONERO’

Autor: Dallapiccola. / Director musical: Ingo Metzmacher. / Director de escena: Lluís Pasqual. / Escenógrafo: Paco Azorín. / Reparto: Vito Priante y Deborah Polaski.

‘SOR ANGÉLICA’

Autor: Puccini. / Director musical: Ingo Metzmacher. / Director de escena: Lluís Pasqual. / Escenógrafo: Paco Azorín. / Reparto: Veronika Dzhioeva y Deborah Polaski.

Habrá quien prefiera que el Tríptico pucciniano se represente completo, y se podrá alegar que a la obra de Dallapiccola le conviene una compañía más afín, como El castillo de Barba Azul o Espera; en principio cabe cualquier combinación de dos piezas cortas, siempre que el matrimonio funcione, lo que no acaba de ocurrir aquí. Que el encierro carcelario se reduplique en una comunidad religiosa es una obviedad forzada. Quizá lo único que comparten El prisionero y Sor Angélica es la debilidad de sus respectivos libretos. Para relacionarlas, el escenógrafo Paco Azorín ha levantado un cono truncado a modo de celda de espesos barrotes; una imagen muy poderosa que el director Lluís Pasqual ha utilizado sin integrarla del todo en la acción. La prisión, que gira sobre sí misma ambienta bien la angustia del reo, pero resulta ajena al patio conventual.

Luigi Dallapiccola logró la proeza de beber con provecho de un doble manantial, en principio incompatible; admirador de Alban Berg no pudo prescindir de Verdi y en ésta su balada sobre la injusticia propone una atractiva síntesis sonora entre Lulú y Otelo. El prisionero es un escueto y hondo soliloquio, que trasciende el caso concreto del condenado sin motivo para hurgar en la miseria íntima de la humanidad, capaz de las mayores crueldades en nombre de cualquier prejuicio, racial, político o religioso. Ingo Metzmacher propone una versión tensa, tersa y vigorosa, obteniendo de la orquesta el estilo adecuado. La obra, inédita en Madrid, se recibió con el interés y la curiosidad de un estreno. Vito Priante fue el adecuado protagonista, al que le hubiera convenido una mayor densidad vocal.

Sor Angélica se apoya sobre uno de los libretos más pobres ofrecidos a Puccini. La mitad de la función se dedica a describir un ambiente monjil ajeno al drama de la protagonista, resuelto de un modo precipitado. Increíble que la malvada princesa venga a darle la noticia de la muerte de su hijo con tanto retraso, y súbido en exceso el arrebato suicida. La música fluctúa indecisa entre el almíbar de las monjitas y el retrato femenino, una especialidad del compositor que aquí no ha tenido ni el tiempo ni la pericia para desarrollar. La batuta no empatiza con una música mediocre, y su interpretación es desmayada, desinteresada y rutinaria. Una displicencia que comparte también la protagonista, Veronika Dzhioeva; su personaje es muy flojo, pero susceptible de ser tratado con una delicadeza y una transparencia ausentes en esta ocasión. Deborah Polaski demostró su calidad aún vigente en una versión de la siniestra tía concebida como el Gran Inquisidor.

El público recibió bien el programa doble, que no merecía protestas, sin que tampoco hubiera motivo para el entusiasmo. La razón última de que el espectáculo no cuajara, quizás haya que buscarla en el desequilibrio entre ambos títulos, hermanados contra natura por una idea exterior, ajena e impuesta forzadamente. Tal fisura íntima se reflejó en la desigualdad entre la precisión y coherencia de El prisionero y el batiburrillo de Sor Angélica; una quiebra que los artífices seguro que no percibieron durante la ejecución. La moraleja de una función fallida como conjunto no debe ser otra que un mayor respeto por el contexto y las características de cada obra. Se ve que no es posible cualquier suma de ingredientes. Álvaro del Amo

ABC:

El sentido de la tragedia

IL PRIGIONIERO/SOUR ANGELICA *****

Música: Dallapiccol/Puccini. Dír. escénica: Ll.Pasqual. lnt.: D. Polaski. V. Priante. D. Kaasch, V. Dzhioeva, M. L. Corbacho. Din musical I. Metzmacher. Orq. y Coro Titulares del T. Real. Lugar: Teatro Real. 2-10-2012

Cualquier aficionado a la ópera aspira a que algún día un viento espeso atraviese el teatro. Por ejemplo el que ahora sopla con «Il prigione­ro» de Dallapiccola y «Suor Angeli­ca» de Puccini, las dos obras que for­mando tándem se presentaron anoche en el Teatro Real en una nueva producción realizada en colabora­ción con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.

Ambas parten de un mismo pro­yecto escénico ideado por Lluís Pas­qual y ya utilizado en la Opéra Na­tional de París para acompañar «II prigionero»: una «unidad dramáti­ca», según explica el director, conformada por una estructura circular enrejada y atravesada de escaleras, cargada de realismo en el caso de esta última obra y convertida en la evo­cación de una angustia personal en la otra.

En este sentido, tiene un perfil más acabado la obra de Dallapiccola pues la estructura arquitectónica del es­cenario se convierte en parte sustan­cial del drama al que acompaña en su pausado girar, en el cambio cons­tante de apariencia y ritmo con el que también se asimila a una música que es fundamental a la hora de enten­der la grandeza de la obra.

Por eso, el maestro Ingo Metzma­cher tiene mucho que ver en el resul­tado y el espeso ambiente que se lle­ga a generar. Desde luego, colabora a engrandecer el trabajo de Vito Priante.  prisionero que aprovecha con buen resultado las comedidas posibilidades dramáticas que le ofre­ce la voz.

Su madre es Deborah Polaski quien luego interpreta a la Tía Princesa con encomiable sobriedad en el gesto y estupenda declamación del texto.

Con semejante apostura se dirige a su sobrina Suor Angelica en un dúo en el que Veronika Dzhioeva todavía no muestra lo mejor de sí misma. Em­pieza a asomar en el aria «Senza mamma» y se revela en la muerte fi­nal cuando aparece el verdadero po­tencial dramático de la voz.

Para entonces Metzmacher ya está entregado a la colorista armonía sin tensión de Puccini, y Pasqual a la re­velación celestial de una escena que ilumina con un telón de tubos encendidos.

El detalle es definitivamente con­ceptual para una escenografía que acaba teniendo algo de pie forzado, después de que en su largo y lento transcurrir tanto haya aportado a la emoción de este espectáculo. Alberto González Lapuente

EL PAÍS: 4/11/2012

Expresividad y melodrama

Tenía, visto a priori, cierto riesgo la asociación en una misma velada deIl prigioniero y Suor Angelica, óperas en un acto de Dallapiccola y Puccini estrenadas en 1949 y 1918 respectivamente. Los tratamientos lingüísticos y expresivos son muy diferentes, por mucho que los compositores sean del mismo país. En la obra de Dallapiccola el discurso musical está al servicio del grito por la libertad. Es una ópera testimonial, militante en cierto modo. Con Puccini el melodrama ilumina la historia sentimental que hay detrás. Los ecos de la tragedia tienen un fondo humanista. Los sentimientos laten a flor de piel. Lluís Pasqual, en los montajes del Teatro Real, utiliza la misma escenografía para ambas. Es un acierto. Las diferentes caras del sufrimiento, del dolor, se muestran en una estética común. Hay una mayor intencionalidad dramática ahora que en la puesta en escena del mismo director paraSuor Angelica en 1993 en el teatro de la Zarzuela. Las paredes blancas, la luz elevada de entonces dejan paso a una belleza carcelaria de barrotes de hierro en laberínticos círculos. El cierre en luces de neón es una rúbrica apropiada para la culminación del proceso de desolación y muerte. Al verlas una detrás de otra las dos óperas realimentan sus juegos de sugerencias. Los estímulos se multiplican, especialmente desde el punto de vista reflexivo. Al enfocarse la representación en las antípodas de la cultura del espectáculo, la sobriedad invita a la meditación.

El alma de la representación viene, en cualquier caso, de la dirección musical. Ingo Metzmacher hace un trabajo excelente en Dallapiccola, lo que era de esperar dada su maestría sobradamente mostrada en el también italiano Luigi Nono (su versión de Al gran sole carico d’amoreha sido de lo mejor que se ha escuchado en el Festival de Salzburgo en lo que va de siglo), pero su habilidad dramática se extiende también a Puccini. Su enfoque es por momentos camerístico, incluso delicado, pero está aderezado con pinceladas dramáticas verdaderamente soberbias. Interioriza la partitura y la hace, no sé, más intimista. Es una lectura musical que unifica fuerza y sensibilidad. La Sinfónica de Madrid respondió con precisión, empuje y solvencia a las indicaciones del maestro alemán.

Vito Priante (Il prigionero) / JAVIER DEL REAL

Lo más flojo de la noche fue el apartado vocal, especialmente en la ópera de Puccini. Ni Verónica Dzhioeva en el personaje protagonista, ni Deborah Polaski como la tía princesa, transmitieron una pizca de emoción. No es que sean malas cantantes, pero o no tuvieron su noche o no están en papeles adecuados para ellas. Limitadas tanto vocal como teatralmente no respondieron a las expectativas creadas. (La memoria de Raina Kabaivanska, última Suor Angélica en Madrid, se hizo alargada) El coro del teatro tuvo, por otra parte, una actuación más bien discreta. Afortunadamente, las direcciones musical y escénica salvaron los muebles. En la ópera de Dallapiccola las cosas fueron de otra manera. Deborah Polaski se encontró más a sus anchas, Vito Priante dio una gran solidez a su personaje y, el resto del reparto respondió con eficacia.

En líneas generales, y pese a las limitaciones apuntadas, el programa doble Dallapiccola-Puccini posee atractivo y coherencia. Está pensado con inteligencia, mantiene un sutil equilibrio entre corazón y cabeza en su desarrollo, tiene una dirección musical ejemplar y goza de una puesta en escena con profundidad e ideas, aunque no me atrevería a afirmar, como hace Lluís Pasqual, que “Il prigioniero es Puccini pasado por Ferrán Adriá”. En resumen, ¿es un espectáculo recomendable? Pues sí, sobre todo si se contempla con espíritu abierto y desde un punto de vista preferentemente global. Juan Angel Vela del Campo

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