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Thieleman se crece en «Siegfried»
¿Un Anillo de hojalata?
Por Publicado el: 28/07/2006Categorías: Crítica

Manzanas verdes

Festival de Bayreuth
Manzanas verdes
«La Walkyria» de Wagner. F.Struckmann, E.Wottrich, K.Youn, A.Pieczonka, L.Watson, M.Brredt, etc. Orquesta del festival. F.P.Schlössmann, escenografía. B.Skodzig, vestuario. K.Matitschka, luminotecnia. T.Dorst, dirección escénica. C.Thielemann, dirección musical. Bayreuth, 27 de julio.
En uno de los palcos del fondo del patio de butacas asistía Plácido Domingo a la primera jornada de la «Tetralogía». Tras el segundo descanso fue reconocido y saludado con una muy cariñosa ovación del público. Algunos de los que conocíamos de antes su presencia hubiéramos deseado que, tras el primer descanso, la voz de un portavoz del teatro nos hubiese advertido que el tenor Endrik Wottrich se hallaba indispuesto y que Domingo, presente en la sala, había accedido a hacerse cargo de ese Siegmund que bordara en 2000 en el mismo escenario. No fue así y hubimos de seguir escuchando a un tenor en carrera equivocada, cuyos inicios como el David de «Los maestros cantores» y el Erik de «El Holandés errante» fueron muy prometedores. Ser pareja de Katharina Wagner -hija del mandamás Wlfgang, nieto de Wagner- le ha ayudado a cantar antes de tiempo un mal Parsifal -con polémica y escándalo incluido- y ahora un mediocre Siegmund. La voz le ha ensanchado a costa de perder registros y que se le vaya atrás de cuando en cuando, como en el supuestamente heroico «Wälse!». Cosechó la única división de opiniones hasta la fecha. Escribía ayer que Falk Struckmann salió airoso del prólogo pero que su voz no era la más adecuada para Wotan, por demasiado clara. El papel le pasó factura en su escena más importante del ciclo, el «Adios a Brunhilda», donde rompió una nota y estuvo a punto del colapso vocal. Es un gran artista, pero no Wotan. Claro que ¿dónde hay hoy un auténtico Wotan? El bajo Kwangchul Youn mejoró sensiblemente en Hunding respecto al Fasolt del «Oro» y Michelle Breedt siguió en la misma línea de corrección como Fricka. Había muchos temores respecto a la Brunhilda de Linda Watson, que quedaron de momento en infundados. No posee una personalidad vocal ni escénica, pero da las temibles notas con volumen y sin vibratos molestos. Es bastante para los tiempos que corren. El gran y merecido triunfo canoro fue para la Sieglinde de Adrianne Pieczonka, de precioso y poderoso timbre, amén de ejemplar entrega.
Se confirmó la ausencia de regía dramática en el trabajo de Dorst, con Wotan y demás personajes en plan estatuas griegas, abandonadas a su destino e intuición. La belleza de algunos cuadros -precioso el segundo acto con un suelo de nubes o el castigo a Brunhilda- ayudan pero no sustituyen a lo que debería haber y no hay, mientras que otros momentos resultan harto discutibles. A la ausencia de erotismo entre ondinas y Alberich y al hurto de la subida de los dioses al Walhalla en el preludio, puede añadirse la prescindible idea de colocar la espada en un poste de comunicaciones, caído tras derribar el muro de la mansión del primer cuadro o la excesiva presencia iluminada de un ciclista mientras huyen Sieglinde y Siegmund, que nos vuelve a trasladar la idea de los poderes habitando en nuestro mundo sin que nos percatemos siempre de ellos. En Flimm las manzanas de Freia estaban podridas, con Dorst están más que verdes.
Thielemann mejoró respecto al «Oro». Manteniendo la misma línea de transparencia, lirismo y atención a los detalles -formidable al crescendo de la cuerda aguda y su posterior recogimiento al piano, las maderas y la entrada de la cuerda grave en el abrazo entre los hermanos enamorados- puso más carne en el asador. Sin embargo, como el propio Domingo comentaba entre amigos, falta sonorizad y quizá también un poco de chispa para que se produzca la magia. Se entiende que el director quiera concentrar toda la carga dramática en el «Ocaso», pero el asesinato de Fasolt o la cabalgata de las walkyrias tienen que sonar de verdad y en ellas no valen filigranas de orfebre ni encajes de petitpoint. De nuevo cosechó la mayor intensidad de aplausos a pesar de que su duración sea bastante menor que cuando Kleiber o Barenboim dirigieron aquí «Tristán». Doce minutos frente a cuarenta. Gonzalo Alonso

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