Plan de suscripciones

Suscribirse a la Newsletter de Beckmesser

¡No te pierdas ninguna noticia!

¡No enviamos spam! Lee nuestra política de privacidad para más información.

Busca las entradas de cada mes

Últimos tuits de Beckmesser

andris nelsonsCrítica: Atmósferas de permanente emoción en la clausura de la Quincena con Andris Nelsons
CríticaCrítica: Rameau y Currentzis, más allá de gustos y ‘malgustos’, en Salzburgo
Por Publicado el: 01/09/2025Categorías: Crítica

Crítica: Salzburgo apuesta por una “Maria Stuarda” en blanco y negro

Maria Stuarda en blanco y negro

Maria Stuarda, de Gaetano Donizetti. Tragedia lírica en dos actos. Libreto de Giuseppe Bardari, basado en la traducción de Andrea Maffei de Maria Stuart, de Friedrich Schiller. Reparto: Lisette Oropesa (Maria Stuarda), Kate Lindsey (Elisabetta), Bekhzod Davronov (Roberto, Conde de Leicester), Alekséi Kulagin (Giorgio Talbot), Thomas Lehman (Lord Guglielmo Cecil), Nino Gotoshia (Anna Kennedy). Orquesta Filarmónica de Viena. Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor. Director de escena y escenografía: Ulrich Rasche. Vestuario: Sara Schwartz. Iluminación: Marco Giusti. Coreografía: Paul Blackman. Dirección musical: Antonello Manacorda. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: miércoles, 20 agosto 2025.

Maria Stuarda

La “Maria Stuarda” fue, de nuevo, el vehículo para el lucimiento de Lisette Oropesa

Ya en su recta final, el Festival de Salzburgo ha programado en su penúltima jornada Maria Stuarda, la ópera de Donizetti en la que las reinas de Escocia y de Inglaterra, -Maria Stuarda y Elisabetta I- se odian y desprecian. La producción, liderada vocalmente por la diva estadounidense de origen cubano  Lisette Oropesa, cuenta con la puesta en escena de Ulrich Rasche (1969), nombre propio de teatro y cine alemán y europeo, que en esta ocasión es, además, escenógrafo.

Rasche crea un espacio sin más atrezo que el vestuario en blanco y negro de Sara Schwartz. Todo transcurre sobre dos enormes plataformas móviles circulares, que se suponen los reinos de ambas rivales, y una tercera, que orbita sobre el gigantesco espacio escénico del Grosses Festspielhaus y que igual es sol, luna, pantalla de proyecciones o la guillotina que cae al final hasta aplastar la escena y sus personajes.

Esta visión de síntesis y desnudez funciona estupendamente gracias al oficio, sensibilidad e imaginación de Rasche, al formidable equipo técnico del festival y a una iluminación sugerente y un punto tenebrista de Marco Giusti. La acción queda así concentrada y sintetizada, despojada de convención, telarañas y cualquier elemento superfluo.

En blanco y negro. Visual y conceptualmente. Y esto es, precisamente, el talón de Aquiles de tan acabado trabajo. Día y noche. Bondad y maldad. Inglaterra y Escocia. La reina mala y la reina buena. Rasche pierde así los infinitos matices que hay entre los extremos, los claroscuros, contradicciones y modulaciones que hay entre esto, aquello y lo otro. Pero Donizetti, con su música belcantista y rebosante de todo, indaga y explora el mundo que va más allá del cara y cruz.

El director alemán se centra en el retrato de lo obvio, como en una película de buenos y malos. Con mano maestra y virtuosismo dramático cargado de dominio y sentido plástico, centra la acción en una dirección de actores espectacular y milimétricamente estudiada, empeñada en subrayar los más obvios matices de las dos protagonistas. Pero que se queda sin embargo,  en una interpretación que, conceptualmente, y pese a un lenguaje visual casi galáctico -Rubén Amón hablaba en su crítica de “montaje galáctico”- se queda en lo obvio y previsible.

Algo parecido ocurre en la encarnación de ambas reinas, estupendamente defendidas con uñas y dientes por la Oropesa y la soprano estadounidense Kathryn Lewek, cuya personificación de Elisabetta ha sido netamente superior a la que protagonizó, el año pasado en el mismo escenario, de las cuatro protagonistas de Los cuentos de Hoffmann, dirigida entonces por Mark Minkowski.

Lisette Oropesa, la en esta producción buena-buenísima Maria Stuarda, se luce en los pasajes más belcantistas, con su voz esplendorosa y cristalina en los registros agudos y sobreagudos. Soberbia ya desde su evocadora aria inicial -“O nube che lieve per l’aira”-, su voz y expresión rozaron el cielo en ese adiós a la vida en forma de plegaria que es el aria final “Deh! tu di un’umile preghiera”.

Fue en el gran dúo con la “altiva y arrogante” Elisabetta que tan brillantemente cierra el primer acto donde asomó el único pero: la ausencia de un registro medio con cuerpo y vigor, capaz de llenar de sentido y expresión el tremendo “Impura, impostora, meretriz indigna y obscena, vil bastarda!” que le escupe a su prima y rival, “hija bastada de Anna Bolena”, pero que aquí parece más bien un besito de “buenas noches”. En este sentido, la Stuarda de Oropesa palideció al lado del temperamento y fuerza dramática de  Kate Lindsey, quien configuró una Elisabetta de altos quilates, imperativa, altiva y rotunda, involucrada hasta el final con el personaje y la visión opresora y extremada de Rasche.

El tenor uzbeco Bekhzod Davronov fue un estilizado y en todos los sentidos refinado Conde de Leicester), apoyado en un registro homogéneo, de agudos firmes, fáciles y bien perfilados.  Alekséi Kulagin modeló un creíble y conciliador Giorgio Talbot, mientras que el barítono estadounidense Thomas Lehman fue un fidedigno Lord Guglielmo Cecil y la soprano georgiana Nino Gotoshia defendió una sobrada Anna Kennedy. Todos hicieron brillar el famoso sexteto -“E sempre la stessa”- del segundo acto.

Ni que decir tiene que en el foso, la Filarmónica de Viena sonó tan estupendamente como casi siempre, y rezumó aromas donizettianos  de la mano de Antonello Manacorda, “un maestro que sabe cantar con los cantantes, y que es el más alemán de los directores italianos”, como días atrás confesó en Bayreuth al crítico una célebre mezzosoprano.

Manacorda, turinés de 1970, insufló a la partitura todos los claroscuros y gradaciones que faltaban en la escena, y equilibró con pericia el delicado balance entre foso y escena que siempre plantea la música de Donizetti. A tono con el alto nivel musical de esta Maria Stuarda salzburguesa, las afanadas voces del Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor, que en la vertiginosa ciudad de Mozart estos días festivaleros igual te cantan hoy una Elektra, que ayer un Requiem de Verdi o mañana una Revoltosa.

Justo Romero

Deja un comentario

banner-calendario-conciertos

calendario operístico