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Por Publicado el: 22/01/2015Categorías: Crítica, Discos, DVD's y libros

MÜSICAS PARA LOS ´OSCAR´

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MÚSICAS PARA LOS ´OSCAR´

Hay quien afirma que la mejor música para una buena película es la que no puede hacerle la competencia; de la misma manera, por ejemplo, que los ortodoxos del ballet clásico afirman que la mejor garantía para que una coreografía funcione, lo mejor es que la música no sea muy buena; o en ópera: una puesta en escena heterodoxa machaca al autor de la obra, dicen los clásicos. Personalmente creo que estas cosas son una soberana tontería: ojalá todas las músicas de ballet fueran como La bella durmiente (Tchaikovsky) o todas las puestas en escena para una ópera se parecieran a lo que hicieron Jean-Pierre Ponnelle o Jonathan Müller con el Tristán wagneriano. Y por extensión: ¿se puede encontrar mejor apoyo a la desgarrada imagen de La Lista de Schindler que ese maravilloso tema de violín que en su día Itzhak Perlman desplegó a las órdenes de su inventor, un inspiradísimo John Williams?

       En el cine hay un género, el musical, que es dueño de sus propias claves. No voy a hablar ahora de ello. Lo que quiero, tomando como referencia estas dos bandas sonoras, es referirme a la función que cumple la música en el cine en general, cuando no hay canciones ni números más o menos musicales. Cuando se trata de poner música a una escena en la que, por ejemplo, un señor loco disfrazado tiene que asestar una cuchillada a una hermosa rubia en la ducha; o en la que vemos una nave espacial balanceándose en el espacio infinito del Universo, o en la que decenas de seres informes se disponen a librar la última y definitiva batalla a las fuerzas redentoras de la Naturaleza. ¿En qué tiene que pensar y en qué piensa, en definitiva, un compositor a la hora de decidir qué sonidos han de acompañar a una historia que seguramente debería  expresarse  en sí misma con las propias imágenes que la desarrollan? ¿Acaso es necesaria esa música? ¿No es suficiente con la imagen? ¿Puede ser pernicioso mezclar los dos lenguajes, el sonoro y el visual-cinematográfico? Naturalmente no tengo respuestas para esas preguntas, pero intuyo que en sus posibles respuestas subyace la verdadera razón por la que hay tan pocas músicas para el cine que merezcan la pena de verdad.

      Los caminos para trazar la plaqueta musical son variados. No voy a referirme ahora tampoco a todos (así dejo en el aire más posibles preguntas). Lo haré con solo dos, que además son –creo que son- lo seguidos por Alexandre Desplat y Hans Zimmer para el diseño y  composición de la música para las bandas de, respectivamente, Te Imitation Game e Interstellar. En el caso del film protagonizado por Benedict Cumberbatch parece que el autor opta por el más corto: el de subrayar la imagen con la música. Hay buenísimas bandas sonoras de esta guisa, incluida la de Gran Hotel Budapest, que, al igual que la anterior, está nominada a los premios Oscar de este año, y que en mi modesta opinión es una pequeña joya, y seguramente superior a esta. Desplat, un compositor relativamente joven (50 y pocos) competirá, pues, consigo mismo, pero en mi opinión la verdadera competencia no le llegará vía bandas de La Teoría del todo o Mr. Turner (las otras nominadas),  sino del maestro Zimmer, autor de la de Interstellar.

       Desplat ha escrito una buena música, pero no otra cosa que la explicación sonora que da a los acontecimientos que marca la historia de la máquina que ha de diseñar Alan Turing para, a su vez, descifrar a ´Enigma´, el artilugio que controla el complejo aparato bélico alemán. Es una música muy gráfica, pero que juega sobre todo con la potencia orquestal de unas melodías de gran nobleza: los buenos han de ganar a los malos, y la música nos ha de meter en esa idea. Y es gráfica a la hora describir a la máquina, de alguna manera una forma que tiene que ver con lo que Honegger hizo en su Pacific 231, solo que en 1923. No me parece, pues una partitura muy original, aunque su factura sea impecable, y en su vertiente más clásica, excelente. Está magníficamente defendida desde el atril por Carmine Lauri, segundo concertino de la Orquesta Sinfónica de Londres, que es la elegida y que, como es lógico, funciona con precisión y estilo.

       Steven Price ganó el Oscar a la mejor banda el año pasado por Gravity.  Pero en la camada del 2015 hay una partitura que, como mínimo, debería alcanzar los mismos favores. Hablo de la absolutamente extraordinaria banda de Interstellar, una obra maestra de uno de los compositores de cine más brillantes que conozco, Hans Zimmer, cincuenta y unos pocos más que Desplat. Es curioso (o no): este año hay dos películas que hablan del tiempo como coordenada, y de sus efectos en el desarrollo del todo. De una de ellas, La teoría del todo, se podría haber esperado algo importante, cuando en realidad se ha convertido en una oda al ´buenismo´ del héroe nacional Stephen Hawking (lo mejor de su música, las referencias al primer acto de La walkiria y el despertar de Brunilda en Sigfrido, ambas músicas eternas del irrepetible Richard Wagner). La otra, Interstellar,  es un muy serio y para mi gusto maravilloso trabajo de un Christopher Nolan totalmente seducido por los efectos del paso del tiempo y sus efectos relativos (relativos a la velocidad a la que se vive, a la que se existe), a partir de la ecuación primigenia de Einstein según la cual el tiempo se hace cero para un objeto que pueda moverse a 300.0000 Km/seg.  Film complejo y reflexivo, es un Nolan puro de oliva en el que Hans Zimmer se zambulle utilizando para ello los recursos que le da el conocimiento y dominio de las técnicas clásicas más celebradas a lo largo de dos o tres siglos: el arte de la repetición, la variación temática y el uso de los temas recurrentes. Una auténtica exhibición en el manejo de esos recursos, apoyado además por un melodismo cargado de atractiva matemática. Hay que destacar el espléndido trabajo realizado por Richard Harvey y Gavin Greenaway en la dirección, de una solidez increíble.  En fin, La teoría del todo está nominada a mejor película; Interstellar, no. Veremos qué pasa con las músicas. Pedro González Mira

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