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Por Publicado el: 01/07/2015Categorías: Crítica

Una noche bien extraña en el Real

 

Una noche bien extraña

            Granados: “Goyescas”: María Bayo, Ana Ibarra, Andeka Gorrotxategi, César San Martín. Versión concertante. Director musical: Guillermo García Calvo. Concierto en el intermedio: Plácido Domingo, Maite Alberola, Luis Cansino y Bruno Praticò. Puccini: “Gianni Schicchi”: Nicola Alaimo, Maite Alberola, Elena Zilio, Albert Casals, Vicente Ombuena, Bruno Praticò, Eliana Bayón, Luis Cansino, María José Suárez, Francisco Santiago, Tomeu Bibiloni, Francisco Crespo, Valeriano Lanchas. Director de escena: Woody Allen. Directora de la reposición: Kathleen Smith Belcher. Director musical: Giuliano Carella. Madrid, Teatro Real, 30-6-2015.

placido domingo reverter

 

            El proyecto de presentar en el Teatro Real, en una sola función, estas dos óperas breves, estrenadas en el Met neoyorkino con dos años de diferencia, se ha malogrado en parte. Al final ha salido un espectáculo mixto y más bien chusco. La primera se ha tenido que escuchar en versión concertante por problemas presupuestarios. La segunda, avalada por el nombre de Woody Allen, se ha quedado sin el protagonista anunciado. Domingo se cayó del cartel a causa de la muerte de su hermana. Circunstancia que no le impidió salir a cantar en el descanso tres romanzas de barítono, que entonó con su voz de tenor. Una argucia que al público no parece importarle.

            “Nemico de la patria” de “Andrea Chénier” de Giordano, “Pietà, rispetto, amore” de “Macbeth” de Verdi y la de Vidal de la zarzuela “Luisa Fernanda” de Moreno Torroba mostraron su timbre añoso, cansado y su escaso fiato. Al no ser barítono no puede imprimir el carácter adecuado a la expresión. Ciertas notas centrales, alguna frase aislada, sobre todo en el dúo de “Traviata” con una estupenda Maite Alberola, han recordado al intérprete de antaño. Salieron del paso Praticò en el aria de don Magnifico de “La cenerentola” de Rossini y Cansino, en “L’onore, ladri” de “Falstaff” de Verdi.

            Pero lo importante residía en las dos óperas programadas. Lo mejor de “Goyescas” ha estado en el primer intermedio, dirigido muy expresivamente, con excelente caligrafía, por García Calvo a una excelente Sinfónica. En el resto faltó justeza en algunas entradas del coro, impetuoso y en ocasiones falto de empaste. Claro que la esquinadas armonías de la partitura no facilitan la labor. María Bayo perfiló, con dicción poco clara, algunas frases líricas meritorias, pero en general estuvo destemplada y abusando de sonoridades más bien fijas. Gorrotxategi lució su timbre oscuro y su agudo bien colocado y cubierto. Cumplidora Ibarra y desdibujado San Martín en unas partes vocales nada relevantes y faltas de entraña dramática.

            Otra cosa ha sido, en esta rara noche, la representación de “Gianni Schicchi”, que Allen decidió situar en la Florencia de los años 50 o 60 del siglo XX, adelantando así la acción unos cuantos centenares de años. Todo sucede en un ático ruinoso desde el que se divisan las cúpulas de la ciudad. Las idas y venidas están bien resueltas, con agilidad y ritmo cinematográfico, que es el que posee en realidad esta obra maestra. Hay detalles originales, como la misma presentación en una pantalla. Lo más sonado es el cierre: Schicchi es acuchillado por Zita, una de las familiares del finado Buoso, lo que en principio no casa muy bien con el texto final. Pero Allen ha visto que en esas líneas se dice: “por esta extravagancia se me ha lanzado al infierno…”

            Alaimo es un Schicchi demasiado joven, apenas caracterizado, y no posee las bazas de un bufo de categoría, pero cantó y actuó con soltura y eficiencia manejando una voz no muy timbrada pero sonora de barítono lírico. Alberola –convertida aquí en una choni de bajos fondos- lució de nuevo su rico timbre y Casals dijo con buen estilo, pero su voz de tenor lírico-ligero, un tanto engolada, se queda algo corta. Zilio dio carácter a la vieja Zita, con una voz ya desvencijada. Los demás entraron sin especiales problemas en el juego escénico y siguieron las órdenes, no siempre precisas pero enérgicas, de Carella, un buen artesano, que no consiguió en todo momento la viveza, el engarce y el colorido caleidoscópico de la genial partitura. Buen éxito, especialmente brillante, pese a todo, para Domingo. El que tiene tirón lo tiene para toda la vida. Arturo Reverter

 

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