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Por Publicado el: 28/07/2025Categorías: Noticias, Artículos de Gonzalo Alonso

Adiós a Joaquín Soriano, un artista y un amigo

Adiós a Joaquín Soriano, un artista y un amigo
No es fácil escribir sobre alguien que acaba de fallecer cuando es alguien a quien tienes gran aprecio y admiración. Eso es lo que sentía y siento por Joaquín Soriano.
No voy a describir su gran maestría como pianista. Ya lo han pormenorizado Justo Romero, Arturo Reverter y Rosa Torres-Pardo. Sólo reseñar cuatro cosas: su afán por difundir nuestra música, su calidad como profesor, la agilidad de sus dedos y su expresividad, una expresividad en las interpretaciones que reflejaba su modo de sentir la vida. Y ese “su” sentir la vida es lo que admiré, me hizo ser su amigo y compartir muchos momentos inolvidables.

Adiós a Joaquín Soriano

Joaquín Soriano

Me lo presentó un día muy lejano, allá por los años ’70, un amigo mío que había sido uno de sus alumnos en el Real Conservatorio de Madrid, uno de esos jóvenes que se sintieron subyugados por la personalidad de un joven profesor, ameno, simpático, gran pianista, recién llegado de un París que entonces estaba a años luz de Madrid y con varios importantísimos premios ya en su haber. Mi amigo tuvo que elegir entre el piano y su carrera de ingeniero de caminos; eligió ésta y la dedicó más tarde su profesión.
Ambos frecuentamos su apartamento en la Torre de Madrid, donde él tocaba algunas veces y, sobre todo, escuchábamos cantar a Rosa Torres-Pardo. Creo que pocas canciones de Mina quedaron en el tintero. Picábamos algo, bebíamos y charlábamos de todo al son de la música. Veladas inolvidables con alguna que otra anécdota, como cuando nos quedamos sin bebidas y bajamos a pedir árnica a un vecino de la Torre, que nos recibió desnudo cuando llamamos a su timbre. Era un jovencísimo actor español que después hizo carrera internacional y hoy es toda una figura en la cinematografía mundial.
Una de sus características fue su amor por la música de cámara, lo que le hizo crear el Trío Madrid junto a Pedro León y Pedro Corostola. En 1989 la Universidad Politécnica de Madrid, en cuya ingeniería industrial me doctoré con sobresaliente cum laude -el título existe, no como en otros casos- y de la que fui profesor titular, me rogó que le organizase su primer concierto y lo monté con Carlo Bergonzi, tenor por el que yo sentía una gran admiración y que, estando al final de su carrera, hacía mucho tiempo que no cantaba en Madrid. Para rodearle ideé una primera parte con el Trio Madrid y el concierto en el Auditorio Nacional se ofreció por TVE en directo. Eran otros tiempos. Al terminar, Joaquín se enfadó conmigo. “¡Nos has llevado de teloneros!” me reprochó. La sangre no llegó al río, como tampoco llegó con Pedro Lavirgen, otro gran amigo añorado, que se enfadó conmigo por no haberle invitado a la cena que tuvimos después con los artistas y Ángeles Gulín, soprano que había cantado con Bergonzi. Me amenazó levantándome su muleta cuando, al día siguiente, nos vimos. Anécdotas de una inesperada vida en la música. Aprovecho para anunciarles que éste será el título de mis memorias.
Fue precioso su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1988 sobre “Chopin en España”. Allí estuvimos todos sus amigos llenando la sala.
Pasaron los años, enfermó severamente su primera esposa Beata y se separó de Heidi, su segunda pareja. Su hijo Alexis regresó de San Petersburgo y empezó a buscar sitio en el mundo musical español, como hizo su compañero en Rusia, David Sánchez.
El tiempo y las ocupaciones respectivas -Joaquín aún seguía tocando y, sobre todo, participaba en muchos jurados, además de ser director artístico del Concurso Iturbi en Valencia- redujeron la frecuencia de nuestros encuentros.
Nuestras últimas conversaciones fueron por teléfono. Le encontré algo despistado y Alexis me lo confirmó. Finalmente un infarto cerebral terminó el sábado pasado con su vida. La vida de un maestro del piano, una persona simpatiquísima, llena de anécdotas, que se hacía querer y que supo y tuvo la suerte de poder vivir la vida como pocos. ¡Descansa en paz, querido amigo!

Gonzalo Alonso

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