Vicente Campos, trompetista y director del Conservatori de Castelló: “El sueño del Conservatori de Castelló era una forma distinta de entender la enseñanza musical”
Vicente Campos, trompetista y director del Conservatori de Castelló: “El sueño del Conservatori de Castelló era una forma distinta de entender la enseñanza musical”

Vicente Campos
Trompetista rodado en mil y una aventuras internacionales, Vicente Campos, es uno de los grandes instrumentistas españoles. Habla y se expresa como toca: directo, vehemente y con claridad meridiana. Pide él la entrevista: “No para mí, sino para poner el foco en un proyecto colectivo: el Conservatori Salvador Seguí de Castelló, al que he dedicado buena parte de mi vida”.
Concertista, catedrático y gestor cultural, Campos ha sabido compatibilizar durante décadas la exigencia artística con una vocación pedagógica profunda y una lealtad firme a Castelló. Secretario primero y director desde 2004, se prepara ahora para cerrar etapa y mirar atrás con perspectiva. “Aquel sueño de crear un conservatorio en Castelló no era una ocurrencia estética ni una moda pedagógica, sino una forma distinta de entender la enseñanza musical”.
– ¿Qué queda de aquel sueño renovador que, de la mano de Salvador Seguí, inspiró hace 27 años el nacimiento del Conservatori de Castelló con un selecto profesorado y maneras alejadas de las rutinas propias de los entonces “conservadores” conservatorios de música?
– Queda prácticamente todo. Aquel sueño no era una ocurrencia estética ni una moda pedagógica, sino una forma distinta de entender la enseñanza musical: rigor máximo, pero sin dogmatismos; excelencia, pero con humanidad. Salvador Seguí tenía muy claro que un conservatorio superior no debía limitarse a expedir títulos, sino a formar músicos completos, críticos, curiosos y preparados para un mundo profesional muy complejo. Ese espíritu se ha mantenido intacto. Hemos apostado siempre por un profesorado muy implicado, con actividad artística real, y por planes de estudio vivos, revisados, que dialogan con la realidad musical europea. El edificio ha cambiado, la tecnología ha cambiado, los alumnos han cambiado, pero la idea fundacional sigue ahí.
– ¿Su vocación pedagógica no merma su carrera como concertista? ¿Se puede ser catedrático, director de conservatorio y concertista de carrera internacional?
– Se puede, pero no es gratis. Requiere disciplina, renuncias y una organización casi quirúrgica del tiempo. En mi caso, nunca he entendido la docencia como un refugio frente al escenario, sino como una prolongación natural de él. Enseñar trompeta -y música- sin estar activo como intérprete me parecería deshonesto. El contacto con el escenario te mantiene vivo. Y esa experiencia vuelve al aula enriquecida. Durante muchos años he alternado giras, grabaciones y conciertos con clases, tribunales, reuniones y gestión. Ha sido agotador, sí, pero profundamente coherente con mi manera de entender este oficio.
– ¿Pero la carga burocrática que conlleva cualquier puesto de gestión no colisiona con el espíritu libre del artista que habita en usted?
– Claro que colisiona, y mucho. La gestión es, probablemente, la parte menos visible y menos agradecida de todo esto. Pero alguien tiene que hacerla bien. Siempre he pensado que, si los músicos no entramos en la gestión, otros lo harán por nosotros, y no siempre con sensibilidad artística. He intentado que la burocracia fuera un medio y no un fin, que no asfixiara la vida musical del centro. No siempre se consigue, pero cuando ves que un conservatorio funciona, que hay estabilidad, proyectos, ilusión y nivel artístico, entiendes que ese esfuerzo ha valido la pena.
– ¿Podría dar algunas claves que marquen la diferencia entre el Conservatori de Castelló y los conservatorios al uso?
– La primera es el equipo humano. Sin un claustro comprometido no hay proyecto posible. La segunda, la apertura: hemos fomentado desde el principio clases magistrales, intercambios, contacto con orquestas, festivales y las relaciones con otros centros europeos. La tercera, el respeto al alumno como futuro profesional, no como mero estudiante. Aquí se ha trabajado mucho la música de cámara, la orquesta, el pensamiento crítico y la responsabilidad individual. Y, por último, la idea de que un conservatorio superior debe ser un agente cultural activo en su entorno, no una torre de marfil.

Vicente Campos
– ¿Qué diferencias hay entre el Conservatorio que usted se encontró cuando asumió la dirección en 2004 y el que usted deja tras jubilarse?
– La diferencia fundamental es la madurez del proyecto. En 2004 había ilusión, pero también muchas cosas por estructurar: normativas, procedimientos, reconocimiento institucional… Hoy dejamos un conservatorio consolidado, respetado dentro y fuera de la Comunitat Valenciana, con titulados que trabajan en orquestas, enseñanza, música antigua, pedagogos, compositores, contemporánea y gestión cultural. Hemos pasado de construir los cimientos a ver crecer el edificio. Eso, para un director, es una enorme satisfacción. Aunque ahora sería muy importante contar con un nuevo edificio que consolidara el proyecto.
– A pesar de que solistas de viento valencianos ocupan atriles solistas en primerísimas orquestas internacionales, los instrumentistas de viento —y más específicamente los de metal— arrastran cierta leyenda negativa, como si fueran músicos menos “exquisitos” que pianistas o violinistas. ¿Siguen vigentes estos tópicos?
– Cada vez menos, pero todavía aparecen. Es un prejuicio histórico muy ligado a la tradición bandística valenciana, que en realidad es una de nuestras mayores fortalezas. Las bandas han sido escuela de excelencia, disciplina y lectura a primera vista. Hoy, los instrumentistas de viento tienen una formación técnica, estilística y musicológica extraordinaria. La especialización, la música antigua, el repertorio contemporáneo y la presencia en grandes orquestas internacionales han desmontado muchos clichés. El músico de viento valenciano ya no tiene que pedir perdón por venir de donde viene.
– En su carrera ha tocado para públicos muy diversos, incluidos los asiáticos, donde es especialmente reconocido. ¿Percibe una relación distinta con los instrumentos de viento en esos países?
– Sí, claramente. En países como Japón o China hay una enorme curiosidad y un respeto profundo por el intérprete. Escuchan sin prejuicios, con una concentración impresionante. No existe esa jerarquía implícita entre instrumentos que a veces todavía arrastramos en Europa. Si la música es buena y el intérprete es honesto, el público responde. Eso es muy refrescante.
– China es cantera inagotable de pianistas y violinistas. ¿Ocurre lo mismo con los instrumentos de viento?
Cada vez más. Hay trompetistas, trombonistas y tubistas jóvenes con un nivel técnico altísimo y una ética de trabajo admirable. Quizá todavía no sean tan visibles mediáticamente, pero lo serán. El proceso es similar al que vivimos en Europa hace décadas: primero llegan los instrumentos más “icónicos”, y luego todos los demás. El viento tiene enorme futuro allí.
– Si echa la vista atrás, desde aquel chaval de la Escuela de Música de la Sociedad Musical de Montserrat hasta el catedrático y concertista internacional que se acerca a la jubilación, ¿Qué ha sido lo mejor y lo peor del camino?
– Lo mejor, sin duda, las personas: maestros, alumnos, compañeros de escenario y de claustro. Y la sensación de haber sido útil, de haber contribuido a que otros encuentren su camino en la música. Lo peor, el cansancio y alguna que otra decepción institucional, pero forman parte del viaje. Si volviera a empezar, haría prácticamente lo mismo. La trompeta me ha dado una vida intensa, exigente y profundamente feliz. Ahora, cuando la vida apunta a la jubilación, pienso que cierro una etapa, aunque sin abandonar la música. Porque uno se jubila de los cargos, pero no del sonido ni del compromiso con la música.

























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