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LA DISCRECIÓN COMO VIRTUD
TÉCNICA Y EXPRESIÓN
Por Publicado el: 13/06/2012Categorías: Crítica

MONTEVERDI REHECHO POR BOESMANS… EN COMPAÑÍA DE OTROS

MONTEVERDI REHECHO POR BOESMANS… EN COMPAÑÍA DE OTROS

Temporada del Teatro Real
MONTEVERDI/BOESMANS: Poppea e Nerone. Nadja Michael, Charles Castronovo, Maria Riccarda Wesseling, Willard White, William Towers, Ekaterina Siurina. Klagforum, Viena. Dir.: Sylvain Cambreling. Teatro Real, 12 de junio de 2012.

Pudo haber sido peor. Las opiniones variaban: desde espectadores indignados por lo que consideraban un arreglo musical “digno de Waldo de los Ríos” –a lo mejor no es un insulto, el argentino fue un excelente músico y hábil orquestador, y habría que reivindicarlo- hasta la reacción de parte del público que escapó espantado al concluir las casi dos horas de la primera parte –aproximadamente un tercio del personal no volvió tras el descanso-, junto a los que practicaron el incesante goteo fugitivo de las dos horas siguientes. Lo peor fue, no que el respetable se indignara por la obsesión de Krysztof Varlikowski con el travestismo o la ropa interior –ya sabemos, montaje del “Rey Roger” en 2010, de su fascinación por los señores o en gayumbos o directamente en pelota picada, y por las señoras en tanga o menos, si es posible-, ni que la obra monteverdiana fuera precedida por una clase magistral en inglés de media hora impartida por Séneca “en una gran universidad inglesa o americana”, según el resumen argumental de Christian Lonchchamp. No, lo peor fue el tedio dimanante del foso orquestal, donde el ‘alter ego’ del Sr. Mortier, Sylvain Cambreling, volvió a dormir a las ovejas con una traducción musical huera, tediosa, plúmbea e inacabable (4h. 20’ de representación, descanso incluido). Cambreling desprecia a la Sinfónica de Madrid, la orquesta titular del teatro –nunca lo ha ocultado, aunque no ha tenido arrestos para decirlo a voces- y se hace traer a la Orquesta de la SWR de Baden-Baden para el “San Francisco” de Messiaen (y nos hace añorar a Ken Nagano en Madrid en 1985), tolera a la Sinfónica en “Pelleas” (y nos hace llorar recordando a Armin Jordan en 1992), y ahora hace venir, se supone que a precio de amigo, al Klangforum de Viena para esta producción (y nos hace bramar de rabia recordando a William Christie en la versión del original montada por Pier Lugi Pizzi, ¡hace sólo dos años, en 2010!) : si esta “refacción” era necesaria, imprescindible, se pudo haber hecho perfectamente con la orquesta del Real, y hasta con un director no soporífero.
Warlikowski entusiasmó en Madrid en 2008 con “El caso Makropulos”, defraudó plenamente en 2011 con “Rey Roger” y ahora ha hecho tablas. El aula universitaria donde se desarrolla toda la adaptación de “L’Incoronazacione di Poppea” funciona escénicamente, su visión triste y oscura del binomio amor-poder es comprensible (el epílogo en rótulos de pantalla que, sobre el famoso dúo amatorio final, detalla el devenir siniestro de los protagonistas), y su dirección de actores es, como otras veces, tan viva como absurda. Los cantantes se pliegan a sus caprichos con estoicismo –Nadja Michael, encima griposa, practicando gimnasia amatoria con desnudos y vestidos sin biombo, Miguel Ángel Zapata en no menos ridículo ‘strip-tease’ al derecho y al revés, Nerone ataviado de ‘starlette’ en sus nupcias-, y con excelente actuación vocal en muchos casos (los citados, más Jadwiga Rappé como convincente nodriza, Hanna Minutillo como travieso paje, Wesseling como desencantada ‘Ottavia’ y, sobre todo, el inmenso Willard White, pilar de la producción, como maduro, sabio y autoritario Séneca).
¿Y la orquestación de Philippe Boesmanns? El belga empezó pisando fuerte en la ópera con una gran obra, “La pasón de Gilles”, de 1983. Luego no siempre ha respondido a las expectativas despertadas, pero es un “peso pesado” de la creación actual: su instrumentación, a ratos historicista, en otros rompedora, combina la brillantez con la discreción. No perturba para nada el devenir musical y subraya estrictamente lo necesario. Con un buen director, hablaríamos de un resultado musical óptimo. Pero el exceso horario agobia como una losa. El espectáculo termina resultando inacabable, algo que jamás se podrá predicar de una buena interpretación de la “Poppea” de Monteverdi. José Luis Pérez de Arteaga

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