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Por Publicado el: 01/10/2020Categorías: En vivo

Crítica: Carlos Apellániz en el Festival Ensems, el hiperpianista

FESTIVAL ENSEMS 2020

El hiperpianista

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J. Francés y C. Apellániz en el Festival Ensems © Contre Vent i Fusta

Orquesta de València. Carlos Apellániz (piano). Jordi Francés (dirección). Programa: Obras de Ligeti (Melodien, para orquesta), Fontcuberta (Finestres, concierto para piano y orquesta) y Bartók (Concierto para orquesta). Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entra­da: Alre­de­dor de 250 perso­nas. Fe­cha: 25 septiembre 2020

Un fracaso. Apenas 250 personas para escuchar a la Orquesta de València en el espacioso Auditori del Palau de les Arts. En el programa, inscrito en el Festival Ensems, un estreno absoluto y dos obras maestras del siglo pasado. El fracaso es aún más notorio al producirse en un concierto que contaba con el plus de la presencia solista de ese hiperpianista capaz de todo que es Carlos Apellániz, y la batuta solvente del valenciano Jordi Francés.

Que una cita tan sugestiva despierte tan ínfimo interés no es atribuible al melómano valenciano ni a la puñetera pandemia, sino a la desganada gestión de un festival –Ensems- que parece asombrosamente obstinado en fracasar. Sin difusión, sin publicidad, con una gestión burocratizada, cuatro perras y una edición inaugurada con obras del año de la pera y otra del propio director del certamen –el compositor Voro García-, el devaluado festival cumple con los ingredientes exactos para desaparecer definitivamente. Una irresponsabilidad de unos y otros, incapaces de afrontar y de mimar una veterana cita de música contemporánea que debe recuperar el estatus imprescindible que antaño si desempeño en la agenda musical valenciana y española en el ámbito de la creación actual.

El acontecimiento evidente de la tarde era el estreno absoluto de Finestres, concierto para piano y orquesta del valenciano Carlos Fontcuberta (1977), nacido como encargo del Palau de la Música y que el propio compositor considera como “una ventana de ventanas”, en la que la proliferación de materiales variopintos, citas y alusiones veladas evocan “el dinamismo y la multiplicidad de espacios de las grandes ciudades”. Obra atractiva que acaso ganaría fuste sin algunos detalles un puntito kitsch (¡esos glissanditos arriba y abajo del teclado!), estructurada en cuatro movimientos/ventanas que se suceden sin interrupción transcurren en una atmósfera sinuosa cargada de destellos que definen una pulida escritura en la que el piano dialoga con una gran orquesta que incluye ella misma otro piano. El nuevo concierto se benefició de la fidedigna y deslumbrante participación solista de Apellániz y el meticuloso y ducho hacer sobre el podio de Jordi Francés.

Antes y después, maestro y orquesta dieron vida a una lograda y más que convincente recreación de las enigmáticas transparencias y fascinaciones que entraña Melodien, escrita por György Ligeti en 1971, y a un Concierto para orquesta (1943) de Bartók escaso de masa sonora en la cuerda y sobrado de percances instrumentales, hechos que devaluaron, pero no mermaron los méritos de una versión bien resuelta por el eficaz e idiomático gobierno del maestro Francés. Justo Romero

Publicada el 29 de septiembre en el Diario Levante

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