Crítica: Ibermúsica, momentos significativos
Momentos significativos
Obras de W. A. Mozart y L. v. Beethoven. Martin Fröst, clarinete. Ricarda Merbeth, Olesya Petrova, Josep Bros y Steven Humes. Coro Estatal de Letonia. Orquesta de Cadaqués. Dirección musical: Gianandrea Noseda. Ibermúsica, Serie Barbieri. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 12-XII-2019

Gianandrea Noseda
No hay despedida buena, aunque sí las hay con más o menos estilo. Gianandrea Noseda, vinculado como pocos a la Orquesta de Cadaqués se giró al público antes de empezar la segunda parte para explicar el sentido crepuscular del programa, compuesto por obras tardías, casi al borde de la desaparición de sus autores. En esas situaciones, decía Noseda, hay que saber decir cosas significativas, y la orquesta intentó hacer lo propio en el concierto: dejar memoria de lo que ha sido y, probablemente, sea difícil que vuelva a ser. Dentro de una atmósfera extraña se arrancó la velada con el Concierto para clarinete y orquesta en La mayor de Mozart con Martin Fröst como solista. El clarinetista sacó a pasear todo su catálogo de recursos, con su legato infinito y esa capacidad innata para acentuar el lirismo de cada pasaje. También, claro está, tomándose sus habituales licencias en cuanto a ornamentación y tempo, con la aquiescencia de Noseda y el colchón tímbrico siempre elegante de la Orquesta de Cadaqués. Flexible, maleable y con capacidad técnica para los pianos más sutiles, funcionó como reimaginación de la obra de Mozart, aunque algo falta de contrastes. Como bis, una de las bellas digresiones de Fröst: el Nature Boy de Eden Ahbez, acompañado de chelos y contrabajos.
La segunda parte la componía la Missa Solemnis en Re mayor de Beethoven, un monumento coral con dificultades en el canto evidentes (incómoda por su registro y longitud) y equilibrios inalcanzables. La orquesta se entregó de manera evidente, y alardeó de potencial, suntuosidad y densidad sonora. El coro cumplió con su complejo papel, aunque se echó en falta un mayor control de los agudos y una gama dinámica mejor planificada. Buen cuarteto de solistas, destacando el bajo Steven Humes –por adecuación, timbre y volumen– y el penetrante registro agudo de Josep Bros. Noseda se dejó la piel en el podio por hacer de estos pentagramas algo digno de recordarse, ofreciendo una lectura más cerca de la rabia que de la serenidad y un espíritu dramático evidente.
El crescendo perfecto de más de veinte compases del Miserere que coronó el concierto sirve como sustanciación de aquello que se va a perder con el “periodo de reflexión” de la Orquesta de Cadaqués. Es el símbolo de lo que ha sabido ofrecer en sus mejores momentos. Siempre se dice que a partir de los cuarenta las noticias nunca son buenas. La orquesta tiene poco más de treinta, con lo que nos queda espacio para que llegue la buena noticia de su resurrección. Mario Muñoz Carrasco
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