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Crítica: Ibermúsica, momentos significativos
Por Publicado el: 15/12/2019Categorías: En vivo

Crítica: Rafael Blechacz, manos inspiradoras

Manos inspiradoras

Orquesta de València. Solista: Rafał Blechacz (piano). Director: Eiji Oue. Pro­gra­ma: Obras de Copland, Chopin, Hindemith y Bernstein. Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entra­da: Alre­de­dor de 1300 perso­nas. Fe­cha: 12 diciembre 2019.

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Rafal Blechacz

Un gran concierto. Quizá incluso excepcional. Ha vuelto el singularísimo director japonés Eiji Oue (Hiroshima, 1956) al podio de la Orquesta de València tras el buen sabor de boca dejado en su anterior visita, el 1 de junio 2018. En esta ocasión, con músicas diversas, en un programa-gazpacho que recorría pentagramas tan dispares como el Divertimento sinfónico de Bernstein, las Metamorfosis sinfónicas de Hindemith o el Primer concierto para piano de Chopin, que contó con el lujo solista del polaco Rafał Blechacz(1985). Antes como suculento aperitivo de tan variado surtido estético, Quiet City, apenas diez minutos en los que Aaron Copland vierte su mejor inspiración en una escritura de carácter dramático concebida para corno inglés, trompeta y cuerdas, que quedó enriquecida gracias al sustancial y muy sobresaliente protagonismo solista de Aitor Llimerá (corno inglés) y Raúl Junquera (trompeta), artistas virtuosos cuyos currículos no figuraban incomprensiblemente en el programa de mano.

Ya en este preludio reinó una vez más la poderosa personalidad artística de Eiji Oue, un maestro de gesto hiperexpresivo, excesivo en ocasiones, pero siempre natural y jamás forzado o rebuscado. Se sumerge en la música, se involucra en ella, la mima y logra trasladar con efectividad su concepto sensitivo a los músicos, contagiados de tan caudalosa invitación a disfrutar y recrearse. Muy pocas veces se ha escuchado un acompañamiento más imaginativo, lúcido y generoso que el que brindó a Blechacz en el Concierto de Chopin. Donde otros directores –la inmensa mayoría- solo atisban una escritura orquestal párvula y elemental, Oue descubre mil detalles y registros. Encontró y destiló oro puro en el sinfonismo del polaco, del  que recreó detalles donde otros únicamente ven notas. El fagot, los contrabajos, flauta… los tres movimientos del concierto fueron un alarde de imaginación artística, saber estético y agudeza musical.

Fue el gran momento de la noche. No únicamente por el excepcional acompañamiento brindado por el maestro nipón. También por la magistral interpretación de Blechacz, quien ha crecido pegado a los compases de su universal paisano. A sus 34 años luce una madurez que otorga peso y solera a sus brillantes interpretaciones juveniles de antaño, cuando en 2005, con apenas 20 años, le hicieron valedor de la Medalla de oro del Premio Chopin de Varsovia. Su versión fue transparente, de una claridad que en su perfección y pureza recuerda a la de su veterano paisano Krystian Zimerman. La precisión de Blechacz y su rotundidad de criterio –también en esto evoca a su ilustre colega- en absoluta merma espacio a la espontaneidad, naturalidad y fuerte impronta personal, algo en lo que el treintañero pianista se acerca al inolvidable Rubinstein. Desde los primeros y decididos arpegios que siguen a la larga introducción orquestal, se percibió la cabal impronta que iba a deparar la versión, que alcanzó su mayores cotas emocionales en el Larghetto central, que pareció dicho al dictado del propio compositor, que escribió de este segundo movimiento: “No tiene que ser fuerte. Se trata de un romance, tranquilo y melancólico, que debe de dar la impresión de contemplar con ternura un lugar que evoca mil recuerdos queridos. Es una especie de meditación en un clima primaveral, y bajo la luz de la luna”. Así fue en los dedos increíbles de Blechacz y en la batuta maestra y expresiva de Oue.

Luego, en la segunda parte del programa, tras la pausa, la Orquesta de València lució notables calidades individuales y de conjunto bajo la inspiración arrolladora y contagiosa de Oue en una lectura de las Metamorfosis sinfónicas de Hindemith cargada de entidad, personalidad y equilibrio. Hubo brillantez y esplendor, cualidades que convivieron con sutilezas y detalles de la mejor factura, que instrumentistas y maestro calibraron dentro de la compleja arquitectura sinfónica y el peculiar lenguaje orquestal del creador de Matías el pintor. La guinda al definitivamente “excepcional” concierto llegó con la apoteosis del Divertimento para orquesta que compone Leonard Bernstein en 1980 para conmemorar el centenario de la Sinfónica de Boston, que lo estrenó el 25 de septiembre de ese año bajo la dirección de su entonces titular Seiji Ozawa. El crítico solo puede imaginar cómo se escuchó entonces la nueva obra en los atriles de semejante orquestón en manos del gran Ozawa. Pero sí puede certificar lo excepcionalmente bien que sonó el jueves en València, servida por los muy crecidos profesores de la antigua Orquesta Municipal en las manos inspiradoras del también japonés Eiji Oue. Justo Romero

Publicado en el diario Levante, el 14 de diciembre.

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