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Por Publicado el: 20/01/2021Categorías: En vivo

Crítica: Anita Rachvelishvili en Les Arts. Anita y su Ferrari

CICLO “LES ARTS ÉS LIED”

Anita y su Ferrari

Anita Rachvelishvili (mezzosoprano). Vincenzo Scalera (piano). Pro­gra­ma: Canciones de Chaikovski, Falla, Rajmáninov, Taktakishvili y Tosti. Lu­gar: València, Palau de les Arts (Sala Principal). ­­Entrada: Alrededor de 500 espectadores. Fecha: Domingo, 17 enero 2021.

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Anita Rachvelishvili en Les Arts

¿Se puede cantar mejor? Voces tan poderosas como la de la mezzosoprano georgiana Anita Rachvelishvili (Tiflis, 1984) surgen en contadas ocasiones. Quizá una por generación, o poco más. En la historia, hay antecedentes muy contados, como la sueca Birgit Nilsson, la búlgara Guena Dimitrova o la orensana Ángeles Gulín. El buen gobierno de un instrumento de tales medios naturales, de semejantes capacidades dinámicas y expresivas, de tantos colores y registros, requiere una inteligencia musical y una preparación a tono con tal derroche de cualidades. Su garganta es un Ferrari que requiere el mejor piloto para poder administrar tal derroche de posibilidades. En su debut en València, en el ciclo de recitales líricos del Palau de les Arts, la Rachvelishvili ha dejado patente disponer de la inteligencia, sensibilidad y técnica para encauzar y conducir su formidable caudal vocal.

Es una cantante de las de antes. Sin postureos ni monsergas. Y el público capta al momento esa veracidad imposible de impostar. Incluso uno tan infrecuente y aplaudidor a destiempo como el que el domingo ocupó buena parte del aforo de la sala principal del Palau de les Arts. Sobre el escenario, junto al piano experto en estas lides de Vincenzo Scalera, estaba la misma voz portentosa que sedujo a Barenboim cuando en 2009 apostó por la entonces desconocida Rachvelishvili para convertirla a sus 25 años en su Carmen en la Scala, debut que supuso el inicio de la imparable carrera de una artista que hoy habita el olimpo de las más grandes. De ayer, hoy y siempre.

En València la Rachvelishvili emocionó, conmocionó y fascinó a todos desde el primer instante, ya desde el inicio de la canción El sol se ha desvanecido, de su paisano el georgiano Otra Taktakishvili. Fue el comienzo de un recital que se abrió nostálgico, otoñal, introvertido. Que habla del amor y desamor, de ausencias, reencuentros y olvidos. Las canciones, primero de Chaikovski y luego de Rajmáninov, penetran en el alma. Y desde su alma de artista grande las dijo ella, con verdad, empaque vocal y una dulzura y también amargor que eran tan infinitos como el mimo con que dijo y entonó palabra y música. Las cantó con el corazón en un puño, con una sinceridad que ella misma parecía protagonista de estas pequeñas historias maestras en las que apenas unos pocos minutos bastan para, en cuatro palabras y dos frases, expresar todo. ¡Poesía!

Después de este inicio tan ruso, tan eslavo, tan pertinente para estos días grises y temerosos, las tres cancioncillas anunciadas de Francesco Tosti se antojaban impertinentes. Pero no. Anita –significativo el diminutivo en su nombre artístico- las engrandeció y dignificó para convertirlas en páginas cargadas de sentidos y significados. La “Tristezza” final, tan emparentada con el fado prodigioso de Ernesto Halffter, elevó la música en otras ocasiones liviana de Tosti a las angosturas estremecedoras de Chaikovski, Rajmáninov y sus formidables libretistas.

La diva fue valiente, decidida y desde luego atrevida al decidir cerrar su recital valenciano nada menos que con las Siete canciones populares españolas de Falla. Se agradece el esfuerzo, la voluntad y el cuidado en la dicción, pero faltaron cosas –delicadezas, como en la Nana– y, desde luego, el “folclore imaginario” que tanto proclamó don Manuel. Y sobraron excesos que fueron más allá de siete telediarios (ni siquiera Rocío Jurado exageró tan descabelladamente el final de El Polo). Aplauso sin reserva merece su esfuerzo para pronunciar correctamente expresiones “como peseta que va de mano en mano” o el fraseo en esta ocasión no tan maño de la jota y su “dicen que no nos queremos”. Tampoco el acompañamiento, bueno pero no excepcional, del veterano pianista Vincenzo Scalera contribuyó a meter en estilo unas Siete canciones populares que ganaran vuelo y estilo cuando profundice en su particular refinamiento popular y se despegue del pie y la letra de un pentagrama y de una partitura a la que no quitó ojo.

La emoción y la fascinación de la ópera llegaron en la generosa serie de bises operísticos que sucedieron a su pintoresca incursión española y sirvieron para cerrar el recital, con arias tan características como “Mon coeur s’ouvre a ta voix” que canta Dalila en el segundo acto de Sansón y Dalila de Saint-Saëns, o con la misma Carmen de Bizet que la catapultó al estrellato mundial hace doce años, y de un “Voi lo sapete, o mamma” de Cavalleria rusticana que reubicó a todos en la edad de oro del canto verista. El entusiasmo y calor del público al final del recital recordaba buenos y no tan lejanos tiempos. Se vitoreó, braveó y hasta piropeó a la diva cercana sin que ni siquiera las enmudecedoras mascarillas pudieran contener tanto y tan justificado entusiasmo. Alguien del público pidió a voz en grito, entre propina y propina, un “Verdi”. Ojalá que el teatro y su despierto director artístico hayan tomado nota. Justo Romero

Publicada el 19 de enero en el diario Levante.

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