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Por Publicado el: 11/12/2022Categorías: En vivo

Crítica: Robert Treviño dirige ‘Lorratz’ de Gerenabarrena y la Octava de Bruckner con la Euskadiko Orkestra

Perplejidad y encantamiento

Fecha: 9-XII-2022. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: ‘Lorratz’ de Zuriñe Fdez. Gerenabarrena, y ‘Sinfonía nº 8 en Do menor de Josef Anton Bruckner. Orquesta: Euskadiko Orkestra (Orquesta de Euskadi). Director musical: Robert Treviño.

Robert-Trevino-dirige-la-Euskadiko-Orkestra

Robert Treviño dirige la Euskadiko Orkestra

Como quiera que una crítica musical tiene el sustrato básico de subjetividad, bien puede sostenerse para el autor de estas líneas que la obra “Lorratz” de la compositora vitoriana Zuriñe Fdez. Gerenabarrena supuso una autentica incapacidad de comprensión sobre cuál era el trazo de ilación entre la gesta hispana del navegante vasco Juan Sebastian Elcano (no ‘Elkano’, como se adultera en batúa) y los 10 minutos de duración de esta obra, por mucho que su autora dé sus peculiares explicaciones obrantes en el programa de mano. Ya que expone toda una serie sonora, a través de la sección de la percusión, sobre posibles referencias a los entonces indígenas isleños del océano Pacífico, no se perciben rastros tímbricos y armónicos que idealicen una navegación, como el encuentro de la mar al abrirse frente al envite de la proa de la nao ‘Victoria’, o del flamear del velamen al henchirse de viento, o la audición asimilada a los ecos del tablado del timón al ser trabajado para las derrotas de rumbo. Su tributo al recuerdo del insigne marino, respecto a tal magno logro, queda en la particular percepción de doña Zuriñe. Tanto al sabio y experto conocimiento musical del maestro Treviño, como a la disciplina ejemplar de los músicos ante la batuta rectora, sacaron adelante este trabajo encomendado por la orquesta institucional vasca para conmemorar los 500 años de la proeza del hijo de Guetaria.

Donde se hizo la verdad fue en el encantamiento del espíritu que alcanzó elevadas cotas de emotividad con la “Sinfonía nº 8, en Do menor” del genial austriaco Josef Anton Bruckner, donde brilla la paleta de colores de su concepción romántica para componer música, dejando ver los últimos rescoldos barrocos y con una clara influencia en sus admirados Richard Wagner y Ludwig van Beethoven. Valorar esta obra sería una fatua conducta cuando ya eminentes musicólogos han explicitado todas sus bondades. Basta decir que constituye un hito imborrable de la musicología habida hasta la fecha en este planeta azul. Semejante hermosura encontró una magnifica exposición en el trabajo ofrecido por Robert Treviño y su Euskadiko Orkestra, en su actual configuración juvenil de su estructura. Para el diletante que asistió a este evento puedo echarse en falta que en el programa de mano no se especificase cual fue la versión ofrecida, pues hubiese estado bien una mayor precisión al respecto y menos reportaje biográfico. Empleando el mayestático plural (sin petulancia alguna) creemos que se gozó con la versión de 1890, en la edición – discutible por cierto sector purista- de Robert Haas, por la presencia de la sutilidad de sus texturas armónicas. Sabios hay que pueden hacer la oportuna rectificación.

Entrando en materia valorativa de cuanto se escuchó y disfrutó, bien puede estimarse que la lectura de Treviño en esta obra, está llena de pleno posibilismo bruckneriano, muy precisa en todas las notaciones del pentagrama, y plenamente elegante en tiempos, ritmos y precisiones ante sus músicos, que fueron la elegante disciplina personificada dada la rectoría expresiva de este director, quien concita en su expresiva figura un atractivo más hacia la percepción musical. Las transiciones ascendentes y descendentes de las secciones de cuerda y de viento metal resultaron de impecable exposición en el Primer Movimiento ‘Allegro moderato’, pasando de la tensión explosiva a la delicadeza dramática de forma y manera que predispone a los sentires del escuchante a emprender un camino de gozosa intromisión espiritual. El ‘scherzo’ que se constata en el segundo movimiento, permitió a Treviño y a su orquesta abrir luz en la ternura que mana de la notación sobre el papel pautado, dejando ensoñaciones sobre la ilustración de bondad en el ser humano, como fue el caso de la atmosfera de pacifismo que brota de las dos arpas, agrandándose con la explosión de un final con todo el orgánico orquestal mediante el muy medido, contundente y tronante Do mayor. Si alguien quiere emocionarse de verdad se sugiere acudir a la audición del tercer movimiento, ‘Adagio: Feierlich langsam, doch nich schleppend’ (Adagio: Solemnemente lento, pero no perezoso), de las muchas que hay registradas en grabación. En esta ocasión los largos pizzicatti de la cuerda, ejecutados con una especial delicadeza y bien apianados, constituyeron un embrujo melódico en La bemol que estuvo adornado por el encantamiento del sonido de las arpas, abriendo pie para que las cuerdas graves y la tuba otorgasen el luminoso pálpito final de este movimiento. En el cuarto movimiento, ‘Finale: Feierlich nich schenell‘ (Final: Solemnemente, no rápidamente), la maestría concertadora de Treviño diseñó todo el potencial recordatorio de los tres precedentes movimientos, dado especial brillo al poderoso y certero trabajo del músico timbalero (especialmente aplaudido por el respetable), poniendo toda su sabiduría de afinación en el uso de las mazas, como excelente percusionista, al servicio de la grandiosidad que Bruckner concita en ese tronante momento postrero. La satisfacción era patente en las caras del público al finalizar el concierto. Manuel Cabrera

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