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Por Publicado el: 29/05/2022Categorías: En vivo

Crítica: Wozzeck en Les Arts

Wozzeck, el triunfo de València

WOZZECK, de Alban Berg. Ópera en tres actos. Libreto del compositor, basado en la obra Woyzeck de Georg Büchner. Reparto: Peter Mattei (Wozzeck), Eva-Maria Westbroek (Marie), Christopher Ventris (Tambor mayor), Tansel Akzeybek (Andres), Andreas Conrad (Capitán), Franz Hawlata (Doktor), Patrick Guetti (Primer aprendiz), Yuriy Hadzetskyy (Segundo aprendiz), Joel Williams (Un loco), Alexandra Ionis (Margret), Adrián García (El hijo de Marie). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Escolania de la Mare de Déu (Luis Garrido, director). Producción: Ópera de Baviera. Director de escena: Andreas Kriegenburg. Escenografía: Harald B. Thor. Vestuario: Andrea Schraad. Dirección musical: James Gaffigan. Lugar: Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1.100 espectadores. Fecha: jueves, 26 mayo 2022 (se repite los días 29 y 31 de mayo, 3 y 5 de junio).

Les Arts. WOZZECK – Alban Berg (c) Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Wozzeck ha sido un éxito personal del director artístico del Palau de les Arts, Jesús Iglesias, quien contra viento y marea se empeñó en programar la ópera “maldita” que Alban Berg estrenó en 1925, en el Berlín de entreguerras. “València no es una ciudad para estas vanguardias”, “el público aquí es muy conservador”, “no hay afición para lo que no sean bohèmes y traviatas…”… ¡Tantos y tantos otros sambenitos! Los mismos que escuchó Helga Schmidt cuando se lanzó a programar un Ring wagneriano que pronto se convirtió en referencia mundial.

Pero más que éxitos personales, de Helga Schmidt o ahora Jesús Iglesias, el triunfo de aquel Anillo del Nibelungo y de este Wozzeck para los anales es el de la propia música, el de las dos obras maestras de Wagner y Berg. Este Wozzeck sin parangón, que llega a la capital del Túria con casi un siglo de retraso, es el mayor acontecimiento vivido en el Palau de les Arts en sus accidentados 17 años desde aquel Wagner de Mehta y La Fura. Como entonces, escena, cantantes, coro, escolanía, orquesta, equipos técnicos, iluminación… han vuelto a lucir al más alto nivel. Cualquier teatro del mundo codiciaría los mimbres de espectáculo tan redondo, que impresiona por su perfección y suntuosa calidad, pero, sobre todo, agita lo más recóndito y vital del sentimiento.

El montaje, procedente de la Ópera de Baviera, llega firmado por el director teatral alemán Andreas Kriegenburg (1963), quien no se ha andado con paños calientes y ha subrayado los aspectos más ácidos y dramáticos del estremecedor libreto, redactado por el propio Berg a partir de los inconclusos relatos teatrales Woyzeck, en los que Georg Büchner cuenta la espeluznante historia de Franz Woyzeck, un pobre soldado raso de una pequeña ciudad, de cualquier pequeña ciudad. En Ucrania o en una escuela en Texas. En una mazmorra en Guantánamo, la Puerta del Sol o Abu Ghraib. La sacrosanta Inquisición. Una reflexión sobre la miseria y el dolor como núcleos fundadores, pero ocultos, de cualquier poder. En democracia y en dictadura. La eterna canción.

Harald B. Thor ha basado la escenografía en la espectacularidad de un gigantesco cubo volante, que es casa de Wozzeck, pero también clínica del Doktor, cuartel del Capitán o nido de amor entre Wozzeck, su esposa la puta Marie, o el repugnante Tambor Mayor. Un espacio en el que también vive, deambula, juega y sufre el Hijo de Marie (excepcional cum laude para su jovencito intérprete, Adrián García). Admira el cuidadoso, milimétrico movimiento escénico que articula el rotundo genio dramático de Kriegenburg. También la perfección técnica del equipo del Palau de les Arts en el movimiento de una escenografía tan compleja como genial.

El espectáculo, en su conjunto, derrocha sensibilidad, lucidez y virtuosismo teatrales. La superficie del escenario, toda ella cubierta de agua; la expresionista negritud de casi todo; el escueto uso de cualquier elemento escenográfico… Todo conduce a centrar el argumento en su meollo dramático. También el vestuario valiente, grotesco y original de Andrea Scharaad, la cuidadísima iluminación de Stefan Bolliger y el movimiento coreográfico concebido por Zenta Haerter.

Kriegenburg ha convertido a todos y cada uno de los cantantes en actores de primera. La imagen final, con Wozzeck muerto, en posición fetal; blanca frente al inmenso fondo negro, y la llegada del hijo de Marie, que se sienta como si tal cosa sobre la cadera del cadáver, impacta incluso más por su belleza plástica que por su abrumador sentido dramático. Música y drama. Büchner, Berg, Kriegenburg y los maravillosos cantantes-actores hacen añicos el lugar común de “Prima la musica e poi le parole”. La ópera, espectáculo total. En Puccini y en Berg, en Monteverdi y Strauss.

Musicalmente, la excelencia fue máxima. James Gaffigan bordó una dirección intensa, asfixiante, de desgarrador sentido expresivo, en consonancia con la descarnada propuesta escénica y, sobre todo, con la obra de arte que tenía sobre el atril, tan leal a la wagneriana Gesamtkunstwerk (obra de arte total). El resultado de su primer trabajo operístico en el teatro del que es director musical no ha podido ser más prometedor. La Orquestra de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de les Arts, remite al oyente al mejor sinfonismo. Brilló y resplandeció con sonoridades, opulencia, empaste, balance y pulcritud que en todos sus registros y secciones, en todos sus matices y colores, se manifestaron sobresalientes y sin parangón por estas latitudes mediterráneas.

La excelencia sin reservas reinó igualmente en el ámbito vocal, a cargo de un elenco que añoraría cualquier gran teatro. No cabe imaginar mejor intérprete del vapuleado Franz Wozzeck que el barítono sueco Peter Mattei (1965), quien en la plenitud de su carrera se mete en la castigada piel del personaje para transfigurarse en él. El desgarro de su actuación fue tan intenso e inapelable como su forma de abordar y solventar las enormes exigencias vocales. Tuvo a su lado la Marie de la soprano holandesa Eva-Maria Westbroek, que retornaba al Palau de les Arts tras aquellas inolvidables Sieglindes de La Valquiria con Zubin Mehta. Westbroek, artista total, cargó de fuerza, descaro, desgarro, dolor, veracidad, contundencia y ternura un personaje cuyos perfiles, angustias, dolores y vocalidad encuentran en ella la horma de su zapato.

Crhistopher Ventris, otro veterano triunfador en València (Parsifal con Maazel, 2008, en Les Arts; Peter Grimmes con Pons en 2007, en el Palau de la Música, en versión concierto), fue un lujo como diabólico Capitán Mayor. Con fuerza vocal y proyección teatral destacó el orondísimamente caracterizado Capitán del tenor Andreas Conrad, mientras que el veterano barítono Franz Hawlata cumplió con voz no tan poderosa pero similar empaque escénico el papel del Doktor. A tono con el sobresaliente nivel general, los demás protagonistas del abultado reparto, incluidos el Andres de Tansel Akzeybek y la vacilona y calentona Margret de Alexandra Ionis.

El Cor de la Generalitat volvió a protagonizar una de sus grandes noches en un título y producción plagados de retos escénicos de todo tipo. Como también la bien entonada Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que lidera y prepara Luis Garrido. Su excelente actuación queda simbolizada en el papelón que ha cumplido su maravilloso escolano Adrián García, el mejor hijo que Berg y la desventurada Marie (prima de la magdalenizada Kundry wagneriana) jamás pudieron soñar.

Frente a todos los pronósticos y pájaros y pajarracos de mal agüero, la sala principal del Palau de les Arts mostraba una estupenda entrada. Algunos, pocos, la verdad, que quizá no sabían a lo que iban, se marcharon al concluir el primer acto. El resto, la inmensa mayoría, permaneció hasta el final en un sobrecogido y conmovido silencio: asistían a una de las mejores representaciones operísticas que recuerda el escribidor. Uno de esos días que quedan grabados para siempre en lo mejor de la memoria melómana. Los aplausos y bravos finales, largos e inacabables, propios de un gran función de La Traviata o Tosca. Fue el triunfo de Jesús Iglesias y su empeño. Y de Berg, y los cantantes, y Gaffigan, la OCV, el Cor, la Escolania… Pero, sobre todo, sobre todo, de València y su Palau de les Arts. Y, más allá aún, del Arte; así, en mayúscula y sin más. Inolvidable.

¡Ah! Lo más importante: no se lo pierda por nada en el mundo. Esta crítica, entusiasta, es solo un bienintencionado pero pálido reflejo de lo que solo uno mismo, in situ, puede apreciar. Justo Romero

Publicada el 28 de mayo en el diario LEVANTE

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