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Por Publicado el: 11/09/2012Categorías: Crítica

Don Carlo en Viena

DON CARLO (G. VERDI) 

Staatsoper de Viena. 10 Septiembre 2012.

Esta producción de Don Carlo se estrenó durante el pasado mes de Junio y se repone nada más comenzar la nueva temporada de ópera, prácticamente con el mismo reparto que en su estreno, salvo el  anunciado debut en el personaje protagonista de Roberto Alagna, al que me referiré más adelante. La versión ofrecida es la italiana en cuatro actos y sin ningún tipo de aditamentos, ya que se corta incluso el lamento de Felipe II a la muerte de Posa en la prisión, con esa preciosa música que luego pasará al Lacrimosa del Réquiem, e incluso el dúo de la Reina y Eboli,  en el que  cambian sus velos, lo que explica la confusión de Don Carlo a continuación.  Una versión un poco ramplona para los tiempos que corren.

La producción de Daniele Abbado pasa sin pena ni gloria o, si ustedes prefieren, como un rayo de sol pasa por un cristal sin romperlo ni mancharlo (Catecismo del Padre Astete). La escenografía de Angelo Linzalata me recuerda mucho a la de la producción de Jürgen Rose de Munich, consistente en un espacio cerrado por paredes, que se abren para dejar paso a los artistas. Digamos que es una producción de bajo coste, que es lo que hoy se lleva, y que funciona mejor en las escenas intimistas que en las de masas, con una más bien pobre escena del Auto da Fe. El vestuario de Carla Teti resulta un tanto confuso, ya que parece hacer un guiño a Goya y su cuadrote de la familia de Carlos IV, puesto que el vestuario de la corte responde a esa época de fines del XVIII y principios del XIX, mientras que el pueblo llano parece no haberse movido del XVI. No sé si trata de un homenaje de Abbado a Goya o simplemente de querer dar más colorido a la producción. En un ambiente oscuro, que predomina durante toda la producción, se podía esperar un trabajo de iluminación más brillante por parte de Alessandro Carletti.

 

Escena. Auto da Fe

 

El trabajo de Daniele Abbado es similar al suyo en otras producciones, con una escasa dirección de actores y unos movimientos ramplones de masas. Quizá su mayor mérito ha sido hacernos olvidar la anterior producción de Don Carlo en este teatro, que no era otra que la de Peter Konwitschny, la del sueño de Eboli y las pizzas, que se pudo ver en el Liceu.

 

Al frente de la dirección  estaba el responsable musical del teatro, Franz Welser-Möst, cuya labor me ha resultado un tanto irregular. Su lectura ha tenido dos partes diferentes;  una primera  – hasta el final del segundo acto – caracterizada por exceso de sonido y poca pasión, y una segunda – los dos últimos actos – notablemente mejor e incluso controlando más el volumen que salía del foso y que perjudicaba claramente a los cantantes. En general, sus tiempos fueron bastante vivos. Siempre me ha parecido un notable maestro, más adecuado a la opera alemana que a la italiana. A sus órdenes estuvo la estupenda Orchester der Wiener Staatsoper, con un sonido riquísimo y, a veces, hasta espectacular. Muy bien también el Chor der Wiener Staatsoper.

En el programa de mano – por cierto a un precio más que razonable –  se recoge la relación de los distintos intérpretes de esta ópera en la Staatsoper, donde no se estrenó hasta 1932, acompañado con profusión de fotografías. Es una auténtica relación de lo que podríamos llamar el Quién es Quién de la historia de la ópera. Fiel a su tradición la Ópera de Viena había anunciado un reparto estelar, casi comparable con el del pasado mes de Enero en Munich. Lamentablemente, enfermedades y sustituciones han tenido lugar y el resultado no ha sido el esperado.

Roberto Alagna era quien tenía que cantar Don Carlo, lo que iba a suponer su debut en el personaje. Sus problemas de salud de este verano no los ha superado y canceló sus actuaciones en un pricipio. Su sustituto sería Fabio Sartori. Como las desgracias nunca viene solas, el italiano también se puso enfermo, lo que hizo que la Staatsoper anunciara a Giuseppe Gipali en las dos primeras funciones, anunciándose que Roberto Alagna cantaría las dos últimas, entre ellas la que ahora nos ocupa. Finalmente, Alagna no se ha recuperado y tuvimos que soportar al albanés Giuseppe Gipali.

Digo que tuvimos que soportar, porque Gipali no es un tenor que pueda hacer frente a este personaje en un teatro importante y en un reparto de altura, como el de Viena. La voz de este tenor es agradable y homogénea, pero de volumen muy reducido. En el momento en que la orquesta llega a dar una única f, Gipali resulta inaudible. Siendo importante su falta de recursos, todavía lo es más su falta absoluta de expresividad cantando. Hubo aviso de indisposición por alergia al empezar la representación, lo que sonaba a ponerse la venda antes de producirse la herida. Alguien debe de conocer en este teatro lo de mas vale prevenir que curar. En cualquier caso, no es una sustitución digna de un teatro de primera línea en el mundo.

La soprano búlgara Krassimira Stoyanova fue una muy notable Elisabetta. Esta excelente cantante no tiene el nombre que merece por su calidad y, sin embargo, se trata de una de las mejores sopranos de la actualidad. Si tuviera que conformar un podio de Elisabettas en la actualidad, la Stoyanova estaría en uno de los cajones – no en el más alto – junto con Anja Harteros y Sondra Radvanovsky. Lo mejor de su actuación fue el último acto, donde estuvo magnífica en su aria Tu, che le vanitá y en el dúo con un Don Carlo, al que no se le movía ni dándole cuerda. En la primera parte sufrió parcialmente el exceso de volumen que salía del foso, pero cantó con mucho gusto el aria de despedida a la condesa de Aremberg y resultó muy convincente en su enfrentamiento con Eboli en el tercer acto.

René Pape

René Pape fue un muy buen Felipe II. Se le pueden poner pegas aquí y allá, pero hoy no tiene rival en el personaje. No alcanza la categoría de otros grandes intérpretes del pasado, pero, casi desaparecidos Scandiuzzi y Salminen, no tiene rival hoy en día.  Tiene voz, empaque, prestancia y autoridad vocal suficientes, aunque debería evitar algunas vociferaciones excesivas, particularmente en su gran dúo con Posa del primer acto. Fue una pena que le cortaran el aria de  la prisión, tras la muerte de Posa, que la ha cantado siempre en Munich.

Luciana D’Intino sigue siendo una Eboli de plena garantía, una de las más destacadas en el personaje en los últimos años, junto con la americana Dolora Zajick. Su interpretación de la Canción del Velo no fue más allá de la casi mediocridad, pero demostró su indudable categoría tanto en el terceto del segundo acto como en  su gran aria O, don fatale.

Simon Keenlyside fue un buen Posa, aunque su voz está excesivamente al límite en esta partitura. El británico es un muy buen cantante y excelente intérprete, pero su voz no es la de un barítono verdiano. Hace falta un mayor peso vocal. Cantó siempre con gusto y tuvo una buena actuación.

El bajo letón Ain Anger fue un poderoso y adecuado Gran Inquisidor, ofreciendo una notable interpretación en su enfrentamiento con Felipe II. Dan Paul Dumitrescu ofreció un sonoro Monje. Buena impresión la dejada por la joven Margarita Gritskova como Tebaldo, así como la de Valentina Nafornita como Voz del cielo. El joven Jinxu Xiahou mostró una voz bien timbrada en los personajes de Conde de Lerma y Heraldo del Rey.

El teatro estaba completamente lleno, aunque había bastante oferta de entradas en el exterior, consecuencia de la cancelación de Roberto Alagna. El púbico aplaudió sin mucho calor las diferentes arias, siendo las intervenciones más aplaudidas las de Elisabetta, Eboli y Felipe II, en este orden. En los saludos finales las mayores ovaciones fueron para Krassimira Stoyanova. La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 16 minutos, incluyendo un intermedio de 27 minutos, más dos breves pausas entre escenas de otros 2 minutos adicionales. La duración estrictamente musical fue de 2 horas y 43 minutos. Los aplausos finales fueron cálidos, no entusiastas, y se prolongaron durante algo más de 5 minutos. El precio de la localidad más cara era de 197 euros, habiendo también butacas de platea por 172 y 128 euros. En los pisos altos los precios oscilaban entre 90 y  50 euros, siendo la localidad con asiento más barata al precio de 32 euros. Las localidades de pie costaban 12 euros. José M. Irurzun

Fotografías: Cortesía Wiener Staatsoper. Fotógrafo: Michael Pöhn

 

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