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Por Publicado el: 06/06/2017Categorías: En vivo

El clan Ashkenazy: pianismo 2.0

El clan Ashkenazy: pianismo 2.0

Obras de diversos autores. Vladimir Ashkenazy (piano) y Vovka Ashkenazy (piano). Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 05-VI-2017.

Es prácticamente imposible mantenerse en la cresta de la ola musical sin tener la inteligencia suficiente para saber rehacerse e incorporar esa sabiduría como una rutina más. Vladimir Ashkenazy ha pasado de ser pianista a ser director de orquesta, para convertirse más adelante pianista… de otra manera. Su madurez le ha llevado a abordar repertorio a dúo con su hijo con unas necesidades que se vuelcan más en lo expresivo que en lo técnico y como contrapeso al pianismo más estricto de Vovka Ashkenazy.

El concierto comenzaba con el Divertimento a la húngara de Franz Schubert, una pieza repleta de trampas rítmicas y con una consistencia melódica realmente fina, que juega con aires y sensaciones de raigambre húngara. Lo desequilibrado de su estructura  (30 minutos el primer y tercer movimiento, apenas tres el segundo) sólo se puede compensar desde el sentido del humor y la liviandad bien entendida, un registro que tal vez el clan Ashkenazy no domina con la misma naturalidad que su contrario. La diferencia de enfoque entre los dos pianistas mermó más que sumó y se dio la sensación de quedar a las puertas de lo que la obra quería realmente decir. Vltava (El Moldava) de Bedřich Smetana tenía la dificultad de no añorar a su equivalente orquestal, un rico poema sinfónico donde el color y el timbre parecen escaparse de los pentagramas. Aquí esa diferenciación entre ambas voces al piano fue viento a favor, porque Smetana separa los dos manantiales que alimentan el curso del río y padre e hijo supieron aglutinar elegantemente ese “Moldava frío” y “Moldava caliente” del que habla el checo.

Con todo, el momento realmente importante del concierto ocurrió en la segunda parte. La Rapsodia española de Maurice Ravel recibió una lectura excepcional, trabajadísima en sus dinámicas y estructurada en la distribución de planos hasta sus últimas consecuencias. Ese folclore imaginario quintaesenciado que propone Ravel y donde lo español aparece como una especie de exotismo ilustrado va alimentando un discurso que Vovka trufó de contratiempos y Vladimir de lirismo contenido. El “Prelude à la nuit” que iniciaba la pieza fue conmovedor y ligero a un tiempo, una dualidad que se mantuvo durante el resto de la partitura. Ya con todo dicho finalizó el concierto con el romanticismo (moderado por los Ashkenazy) de la Suite nº 1, op. 5 de Rachmáninov, bajo una contención que sumó enteros al paisaje. Un buen concierto, en resumen, que fue de menos a más a medida que se acercaban al siglo XX. Mario Muñoz Carrasco

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