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Por Publicado el: 07/04/2013Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

El Papa Francisco y Furtwängler

El Papa y Leonora

¡Cuánto le gusta al personal tratar de epatar a sus semejantes! Decía Oscar Wilde que “Lo único que no puedo resistir es la tentación” y muchos de nosotros caemos en la vana e inútil presunción por hablar más de la cuenta cuando sería mucho mejor tener la boca cerrada. Mortier en el Kurier es caso reciente en nuestro mundo musical que, para su incomodidad, queda retratado en una entrevista, lo que posiblemente le cueste 50.000€ que el maestro López Cobos donará después a una escuela musical de Toro que lleva su nombre.

Pero el Papa Francisco, cuando sólo era conocido como Jorge Bergoglio, declaró en el libro “El jesuita” de Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti algo que quizá ahora no hubiera confesado con la misma ingenuidad. Con esa misma ingenuidad con la que Nuñez Feijoo se dejó hacer una foto en un barco y en bañador hace veinte años. Pecados de juventud. Decía el flamante Papa respecto a sus gustos literarios que le encantaba la poesía de Hölderlin, “I promesi sposi”, la “Divina comedia”, Dostoievsky y Marechal. Dejo a otros más entendidos en esto el análisis. Sí que he de reconocer que me sorprendió leer sus preferencias sobre composiciones musicales: “Entre las que más admiro está la obertura Leonora número tres de Beethoven en la versión de Furtwängler, quién es a mi entender el mejor director de algunas de sus sinfonías y de las obras de Wagner”. Naturalmente, como buen argentino, también reconocía amar de joven el tango –Carlos Gardel- aunque, ya maduro, se quedaba con la milonga.

Cierto es que la Leonora III es la mejor de las cuatro oberturas que compuso Beethoven para su ópera “Fidelio”. De la primera (1805) ni nos acordamos y el mismo compositor la eliminó, quizá porque al príncipe Lichnowsky no le acabase de gustar. La segunda (1805), con la que se dio a conocer la ópera aún con el título inicial de “Leonora”, no llegó a cuajar por alejarse del uso estructural de la época. La cuarta, concebida para Viena en 1814, es la que habitualmente escuchamos al inicio de la ópera. La tercera la introdujo en 1806 para la reposición de “Leonora” ya con el nombre de “Fidelio”. Hoy día se suele tocar en el segundo acto e incluso como pieza de concierto –Abbado hace unos días en España- a pesar de que hubo gente que no la entendió, como Cherubini, quien se sintió incapaz de establecer su tonalidad dada la cantidad de modulaciones existentes. Sin embargo no es muy lógico considerarla como “obra favorita” por encima del propio “Fidelio” íntegro o incluso de sólo su maravilloso final, por no citar otras partituras cumbres de la historia musical. Curioso que añadiese lo de Furtwängler. Es casi como aseverar que la favorita fuese “Para Elisa” tocada por Arrau, curiosamente sin editar en cd aún. Un especie de exquisitez para contrarrestar casi una boutade. Me gustaba más saber que el Papa Benedicto disfrutaba tocando Mozart al piano. Me sonaba más auténtico.

Claro que mucho peor fue cuando Federico Trillo en la sección “La música y yo” de “Melómano” en 1998, nos contó haber descubierto varias obras desconocidas de dos genios. Entre sus piezas favoritas estaban el concierto para violín de Gluck -¿no sería Bruch?- y el “segundo” para piano de Schubert, lo que quiere decir que Trillo conocía al menos dos. ¡Vaya con las hemerotecas!

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