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Por Publicado el: 21/10/2017Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

El Reina Sofía, un premio con 34 años

El Reina Sofía de Composición, un premio con 34 años

Esta semana se daba a conocer el ganador de la XXXIV edición del Premio Reina Sofía de Composición, que ha recaído en el burgalés Antonio Lauzurika (1964) por su obra “tres espacios luminosos”. Estamos ante uno de los premios más importantes que existen en su género en Europa y que va conociéndose internacionalmente desde que se abrió a los compositores de fuera nuestras fronteras. En su ya larga trayectoria lo han recibido, entre otras, obras de Guinjoan, Prieto, José Luis Turina, Oliver, Charles Soler, Bertomeu, Leclerc, Brotons, Martínez Espinosa, Rebullida, Civilotti, Llanas, Martín Jaime, Santacreu, Torres, Sotelo, Olavide, Gosálvez, Botter, Erkoreka, Bonato, Seo, Chang, Oliu, etc. Hubo un par de años en los que el premio quedó desierto, entregándose a Lutoslawski y Montsalvatge en reconocimiento al conjunto de su obra.
Tres aspectos lo hacen especialmente atractivo. De un lado su dotación económica de 30.00€, que serán 5.000 más el año próximo. De otro y aún más importante, el estreno asegurado de la obra con una orquesta amplia y de calidad como la Sinfónica de RTVE, que ha interpretado hasta la fecha todas las partituras premiadas, así como también grabación discográfica y su difusión por radio y televisión. En Italia existe un concurso parecido, el Valentino Bucchi romano, cinco años mayor pero sin la posibilidad del estreno con una gran orquesta y su transmisión radiofónica.

La Fundación de Música Ferrer-Salat fue creada en Barcelona en el año 1982 por Carlos Ferrer Salat con el fin de impulsar y divulgar la música clásica contemporánea, contribuyendo a que la música de los compositores actuales fuese interpretada, escuchada y difundida. Tras el fallecimiento de su padre en 1998, Sergi Ferrer-Salat, pasó a ocupar la Presidencia de la Fundación, ampliando su radio de acción, hasta entonces casi circunscrito al Premio Reina Sofía. En el año 2007, se inicia la colaboración con el Festival Internacional de Jazz de Barcelona y desde 2010, se conceden las Becas de Música “Jóvenes Promesas” para estudios en el Conservatorio Superior de Música del Liceo de Barcelona y se apoya la formación musical en colectivos desfavorecidos, considerando la cultura como un elemento fundamental en el progreso social.

El jurado reunió en esta edición a Nadir Vassena, Fabrizio Festa, Francisco Martín Quintero –Ganador hace un año- y Jesús Rueda, bajo la presidencia de Pedro Halffter. Ni ellos ni los compositores han de tener miedo a los nombres de los concursantes, ya que las partituras se presentan, como en el Premio Planeta, de forma anónima. Fue un acierto de la Fundación Ferrer Salat que en su jurado entrasen personalidades extranjeras. Falta ahora que a su fallo sea convocada la crítica internacional, lo que ayudaría a potenciar aún más su difusión y, en consecuencia, el mejor de todos los premios, que no es otro que la incorporación al repertorio de las obras galardonadas. Al premio le queda una asignatura pendiente, común a otros muchos de composición o interpretación, que es el descubrimiento de una obra que alcance, no ya la popularidad, sino la entrada en el repertorio. Todo llegará con persistencia. No estaría de más que tanto la polémica SGAE como el INAEM se incorporasen de algún modo al premio.

“Tres espacios luminosos” se estrenó el jueves en el Auditorio de El Escorial, contando como es habitual con la presencia de la Reina Sofía, quien entregó el correspondiente diploma. En la partitura, escrita para gran orquesta, abundan los “divisis”, tal y como sucedió también en la “Orografía sonora” de Martín Quintero, premiada el pasado año, lo que exige una agrupaciónn y un maestro del temple de la RTVE y García Asensio. Tres espacios se trasladan desde las percepciones y sensaciones a la escritura de Lauzurika en una construcción sólida.

La composición sinfónica actual se encuentra en una difícil encrucijada. Los lenguajes de la un día denominada vanguardia se han agotado y los nuevos caminos resultan obtusos. Quizá de ello venga el más que evidente acercamiento entre las músicas más «populares», como el rock o la electrónica, y las consideradas como «cultas». ¿Será porque los autores de las primeras han evolucionado hacia formas más elaboradas o porque los de las segundas andan dando bandazos en su despiste? Dijo una vez Leonard Bernstein que contenía tanta música una canción de Lennon-Mcartney que un lied de Schubert, pero muchos otros se niegan a admitirlo. En los concursos de composición actuales aún se echa de menos que la obra ganadora tenga el gancho de una banda sonora cinematográfica. Para no pocos es este género el sucesor del sinfónico, pero no hay jurado que lo considere. Gonzalo Alonso

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