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Por Publicado el: 25/01/2013Categorías: Crítica

«I due Foscari», todo sea por Plácido

Todo sea por Plácido

«I due Foscari» de Verdi. P.Domingo, I.Magi, G. Yu, G.Burato, M.Cerdá, M.Pinchuk, P.García López, M.Olivieri. Orquesta de la Comunitat Valenciana y Cor de la Generalitat Valenciana. T.Strabssbenrger, director de escena. O.Meier Wellber, director musical. Palau de les Arts. Valencia, 24 de enero.

Estamos en 1844 y Verdi, que ya ha triunfado con «Nabucco» y «Ernani», se convierte en el compositor lírico más solicitado en Italia y no paran de llegarle ofertas a las que no sabe decir que no. Tampoco quiere pues, hijo de una familia modesta, ve la posibilidad de hacer hucha. Así que, con su indudable ingenio, organiza cócteles operísticos con unas cuantas arias, tres o cuatro dúos, un par de concertantes y unos cuantos ritmos marciales ensamblando todo. Nacen así once óperas en siete años, los denominados por él mismo y muy significativamente «de galera», hasta que en 1851 surge «Rigoletto» y todo cambia. Son partituras aún muy deudoras con el pasado y llenas de altibajos, que se escuchan porque de vez en cuando se eleva en ellas el inconfundible y poderoso arranque verdiano. Es el caso de «I due Foscari», obra globalmente menor en el catálogo, de ambiente un tanto sombrío, con abundantes aires de marcha, arias de extrema dificultad para la soprano -en esta época escribe para ellas como si las odiase-, pero que de pronto vuela en frases de un tenor que no hace más que lamentarse o despedirse y del barítono, papel que enlaza claramente con Nabucco y que pronto tendrá continuidad con Macbeth. Interesa recuperarlas si hay alguien sobre el escenario que lo justifique y en Valencia, como antes en Los Ángeles y pronto en Londres, está Plácido Domingo.

Decía Callas que lo primero era saberse todas las notas y el texto de memoria, para después encontrar la expresión justa. Domingo puede que tenga todas las notas del Doge, pero en algunas no se encuentra cómodo. Verdi, y no estamos en ese periodo barroco en el que casi todas las voces eran intercambiables, perfiló mucho el color de cada personaje y los contrastes entre ellos. Es imposible, sin dominar por completo el texto, con incomodidad en algunos registros y sin tener el adecuado color baritonal del papel, poder llegar a profundizar en la caracterización. Léase la escena final de su muerte, aquella en la que Nucci aún exhibe poderío vocal, en la que Brusón admiraba con el belcantismo de un hilo de voz agonizante o Cappuccilli por su equilibrio perfecto. Dicho lo cual añadiré que ante Domingo comparto la opinión del público asistente en Valencia y aún me sigo quitando el sombrero, porque resulta milagrosa esa frescura vocal en una persona de más  de setenta años, porque el timbre sigue encandilando, porque ofrece una lección de musicalidad rara hoy día y por la inteligencia con la que aborda las dificultades de las que es perfectamente consciente. Ama la música, los escenarios, su profesión… Y a mi me queda muy claro que le gustaría acabar su vida como Francesco Foscari: sobre un escenario.

Ivan Magri es un tenor lírico ligero de bella voz pero Jacopo requiere un lírico pleno. Guanqun Yu hace justicia a Lucrezia en el registro alto, menos en el grave y la línea de canto resulta plana e inexpresiva . Es lógico que cuando Gianluca Burato abre la boca como Loredano, se piense «por fin uno en su papel». Omer Meier Wellber resuelve mejor de lo esperado, dirige con vitalidad y es capaz de entrar en el color verdiano, aunque a veces se le dispare el volumen y en el trío barítono-soprano-tenor no encuentre la forma de solucionar el problema que se plantea. A la coproducción, de caracter historicista, del Palau con Los Angeles, Theater an der Wien y Covent Garden le falta dirección actoral y sentido dramático pero, bien es verdad, que no molesta y que el libreto tampoco ofrece muchas posibilidades. Éxito y ovaciones para todos sin excepción. Gonzalo Alonso

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