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Por Publicado el: 04/02/2013Categorías: En la prensa

Isotta, crítico de referencia en Italia expulsado de la Scala

El asunto desvelado por Grisi resulta muy preocupante porque muestra a lo que algunos responsables culturales han llegado: al totalitarismo artístico. No se puede opinar diferente a ellos. O se entra en el rebaño de borregos  aduladores o se es lobo enemigo. Al menos la respuesta del director del Corriere della Sera ha sido tajante: «El 18 de octubre de 2011 Lissner pidió por carta la cabeza de Isotta. No la tuvo entonces y no la tendrá ahora». Que le paguen las localidades al Sr. Isotta y que éste manifieste sus opiniones abiertamente en el propio teatro de la Scala. Así sucedía en el Teatro Real en el siglo XIX con alguno de los principales críticos: el público les miraba antes de aplaudir.

Aquí dos de las críticas de Isotta que no gustaron a Lissner:

Tutti gli errori di Harding alla Scala y Lohengrin, gli eccessi del regista

Corriere della Grisi

Creemos que merece la máxima difusión lo que escribió Ferrucio De Bortoli, director de Il Corriere della Sera a propósito de la decisión del Teatro alla Scala de prohibir la entrada a Paolo Isotta en cuanto crítico musical de dicho periódico. Hemos llegado al extremo, y en esta ocasión no nos referimos a la calidad de la mayoría de los espectáculos que en estos últimos años ha propuesto este tetaro milanés, sino a las nefastas costumbres tan comunes a los regímenes totalitarios bajo los cuales la mínima voz de desacuerdo, aunque aislada e inofensiva, tiene que ser acallada sin ninguna misercordia. Al director De Bortoli podríamos, nosotros della Grisi, recordar que también dentro de la redacción de su periódico, la demonización del desacuerdo encuentra fervientes defensores (y no sólo hacia nosotros). Sin embargo, preferimos dejarlo a un lado, porque creemos que esta concisa y firme toma de posición del cotidiano rectifica los errores pasados y reconoce, aunque un poco tarde, que en la sala del Piermarini sigue habiendo quien, sin poder o sin saber mejorar la calidad de las ofertas, tiene la ilusión de remediar con métodos dignos del peor régimen autoritario.

A las amenazas y a los tonos enconados de la gestión de Lissner, el Corriere della Sera tendría, según nosotros, que contestar de una sola manera: renunciar al derecho de tener su propio crítico acreditado y pagarle los boletos para asistir a los espectáculos. Así solía suceder, si la memoria no engaña, en los años Setenta. Es necesario, sin embargo, hacer dos aclaraciones: la primera, que esta toma de posición del director podría ser llamada también “el final de un amor” o “divorcio scaligero”, porque, es inútil esconderlo, durante largos años el Corriere della Sera alabó a la Scala independientemente de la producción, incluso en los peores momentos de las gestiones artísiticas de Muti y de Abbado. La segunda, en cambio, es que este episodio, con la lesión a la libertad de prensa, grave y relevante, es el resultado de una colaboración (para usar un eufemismo) demasiado estrecha entre periodistas y teatros; cuyas repercusiones recaen en la libertad de prensa y, peor aún, en el derecho y deber de ser honestos periodistas y honestos directores artísticos del que fuera un tiempo el máximo teatro italiano. Comentamos esta noticia con la Salome de Daniel Harding y con María Yudina, artista que fue contrastada durante décadas por el régimen soviético, y ante la cual el mismo Stalin tuvo que callarse. Hoy no tenemos herederos de María Yudina, pero sí abundan los imitadores de Stalin. Il Corriere della Grisi. (http://www.ilcorrieredellagrisi.eu/2013/02/min-cul-pop-la-critica-e-lecita-solo-se-gradita/)

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