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Cuento de Violetta y el barón
Por Publicado el: 05/12/2008Categorías: En la prensa

La carrera de obstáculos de un ‘galáctico’

RELEVO EN EL TEATRO REAL

La carrera de obstáculos de un ‘galáctico’

La intromisión política, el público, la espantada de los divos y el porvenir de la orquesta definen los primeros desafíos de Mortier en el coliseo madrileño

RUBEN AMON. Corresponsal
EL MUNDO, 5 DICIEMBRE 2008
PARIS.- Parecía que el Teatro Real de Madrid presentaba ayer a un galáctico, un crack, una estrella mesiánica. Mérito de la ejecutoria pretérita de Gérard Mortier y ejemplo de un providencialismo que debe resolver ahora los obstáculos históricos (y futuros) del coliseo.
Los hay estructurales, como la intromisión política y la inestabilidad. Los hay esotéricos, como el gafe y el mal fario del templo. Los hay traumáticos, como la inminente espantada de los divos. Y los hay sociológicos, como la composición de un público a caballo entre la tradición y el cambio.

La libertad.

Gérard Mortier no habría aceptado el cargo sin plenas garantías de independencia y de libertad. Se las han prometido, aunque el compromiso queda relativizado con la predisposición tradicional al intrusismo, con las tentaciones al comisariado y con la definición burojerarquizada del coliseo madrileño. Mortier es técnicamente el director artístico. Y tiene por encima al director general, al presidente del patronato y a una comisión ejecutiva que representa a las instituciones (Ministerio de Cultura, Comunidad de Madrid). La tela de araña, antes o temprano, ha atrapado a todos los predecesores de Mortier y ha redundado en una inestabilidad enfermiza. ¿Dejarán trabajar al intendente belga? ¿Va el Teatro Real a sacudirse la fama de juguete político, de cortijo cultural y de pesebre chic?

El público.

Provocaron estupor en París unas declaraciones que Mortier arrojó al diario germano Die Welt en 2005: «Francia es un país increíblemente conservador». Era un mensaje envenenado a los espectadores de la Opera de París, aunque el autor de la bravuconada no podía sospechar que la carta tiene ahora una posdata en Madrid.

Si el público parisino es conservador, el madrileño está en el precipicio de las tradiciones. Y eso que la gestión de Antonio Moral ha iniciado una transformación y un rejuvenecimiento progresivos de la platea. No sólo por la democratización y la accesibilidad del Real. También por la apertura al repertorio contemporáneo, al redescubrimiento del barroco y la dimensión de la ópera como espacio de diálogo interdisciplinar.

Mortier aterriza con el Teatro bastante preparado, aunque las desmesuras del intendente belga y su capacidad de escandalización pueden convertir el terciopelo capitalino en una sucursal del tendido 7 de Las Ventas.

Premisa: Mortier detesta Puccini. ¿Delirio de grandeza?

Los divos

. Gérard Mortier se ha definido como azote del star system. Abomina de los divos, incluso ha llegado a humillarlos públicamente. Por ejemplo, cuando dijo que Carreras no podía cantar porque era un enfermo.

Hace bien en despojar la ópera de la excesiva comercialización, aunque no está claro si la expulsión de los mercaderes también obedece a una batalla de egos y de antagonismos freudianos.

De momento, los cantantes más queridos y aplaudidos en el Real han anunciado que se bajan del autobús en cuanto lo conduzca Mortier. Es el caso del tenor argentino Marcelo Alvarez y es la decisión que también ha adoptado Juan Diego Flórez, estrella suprema del repertorio belcantista.

A ellos se añade el peso pesado de Plácido Domingo, cuyas últimas declaraciones en Roma demuestran una manifiesta e histórica incompatibilidad de caracteres: «Para que Mortier triunfe en Madrid, tendrá que cambiar sus ideas», señaló el tenor.

La orquesta.

He aquí el problema fundamental. Al menos considerando que el foso es la sala de máquinas. Ha trabajado en ella a destajo Jesús López Cobos, director musical saliente, y ha logrado elevar el prestigio de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Ensayo a Ensayo. Título a título.

El modelo de Mortier implica el sacrificio de un director titular en beneficio de esquema rotatorio. No es una buena idea porque la orquesta pierde la disciplina y la adhesión a un criterio, a un proyecto.

Y tampoco es una buena solución porque la idea de contratar a varios maestros esconde, realmente, la carta marcada de Sylvain Cambreling.

Mortier lo tuvo en Bruselas, se lo llevó a Salzburgo, lo ha empleado en el Ruhr y se lo ha traído a la Opera de París. Una obsesión llamativa, teniendo en cuenta la mediocridad del director de orquesta y considerando la aversión de la crítica y del público a Cambreling. ¿Cuántas funciones le va a encomendar a su pigmalión? Muchas, nos tememos.

El dinero.

Gérard Mortier está acostumbrado a trabajar con partidas presupuestarias descomunales. Dispuso de ellas en el Festival de Salzburgo y las ha manejado a su antojo en la Opera de París. Tanto que la compañía de la capital francesa, desdoblada en La Bastilla y en el Palais Garnier, se alimenta con 200 millones de euros anuales. Es prácticamente cuatro veces el presupuesto del Teatro Real, así es que Mortier tendrá que agudizar el ingenio y renunciar, por ejemplo, a los tres millones de euros consagrados en París al último montaje de Tristán e Isolda (Peter Sellars/Bill Viola).

La falta de recursos económicos ha truncado in extremis el contrato de Mortier con la New York City Opera. Y ha propiciado una carambola que ayer resonó en Madrid con pujanza galáctica.

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