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Las críticas al "Barbero de Sevilla" en el Real
NOTA: Paloma O'Shea y Fernando Vilallonga, a torta limpia
Por Publicado el: 18/07/2013Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas al «Postino» en prensa nacional

He aquí las críticas al «postino» que van apareciendo en la prensa nacional. Amilbarada corrección.

EL MUNDO, 18/07/2013

Metáforas de luna y manzana

‘IL POSTINO’

Autor: Daniel Catán. Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de esce­na: Ron Daniels. Reparto: Vicente Om­buena, Cristina Gallardo-Domás, Leonardo Capalbo, Sylvia Schwartz. Pro­ducción de la ópera de Los Ángeles. Teatro Real, 17 de julio.

Calificación: **

La ópera, que se ha nutrido en sus inicios del poema más o menos mitológico, para acudir des­pués a la literatura dramática, acude hoy al cine como inspira­ción. El malogrado compositor mexicano Daniel Catán encon­tró en una modesta película una colección de grandes temas, desde la poesía como alimento espiritual hasta el compromiso del intelectual.

A falta de un conflicto autén­tico, desfilan los importantes asuntos enunciados por un li­breto que acumula tópico tras tópico, y una partitura limitada a la fluencia de una música de fondo, soporte de un recitado más cerca del habla que del canto.

El Pablo Neruda aquí recreado, que habla con metáforas de luna y manzanas, merecería, por su sonrojante cursilería, el calificativo con que le obsequió Juan Ramón Jiménez, que le llamó, con evidente injusticia, «un gran mal poeta». El cartero Mario es un comunista majísi­mo, que muere víctima de la represión al querer leer su primer poema. El escritor consagrado y el representante del sano pue­blo alcanzado por la lírica son los dos polos, suma y comple­mento del sentimentalismo ago­biante que inunda en un océano de almíbar la anécdota; reduci­da la larga peripecia a la mitad, espolvoreada con algunas gotas de humor, y un mayor realismo a la hora de contar con las limi­taciones propias, habría sorteado el peligro de la pretenciosi­dad y ganado en eficacia.

El compositor se ve que aspi­ra a Debussy, con El mar como modelo inaccesible, pero se queda en la ambientación conven­cional de una naturaleza sin imágenes sobre las que apoyarse, pues la producción de la Opera de Los Ángeles, que es­trenó la obra, ha optado por una iluminación agria en general y un discurso teatral esquemático, que no contribuye a que la obra levante en vuelo.

Pablo Heras-Casado se em­plea a fondo para dotar de brillo a la pobre partitura, consigue un buen sonido de la orquesta y es de agradecer su empeño pa­ra dotar de un cierto ritmo al melodismo moroso de que dis­pone. Su ímpetu le empuja a menudo a elevar el volumen sonoro, con el peligro de sepultar las voces de los cantantes, a los que no por ello descuida, pen­diente siempre de integrarlos en un fluir musical, que parece se­guir sus propios derroteros.

El conjunto del reparto es competente y entregado, en el empeño de encarnar el maras­mo sentimental, del que deben salir a flote. Vicente Ombuena, en el papel de Pablo Neruda, debió sustituir a Plácido Do-mingo, defensor en escena de una criatura, a cuya gestación contribuyó decisivamente con su encargo. El tenor valenciano cumple con dignidad, pero le falta el empaque, la prestan­cia y la capacidad de fascina­ción que la figura del mítico poeta chileno debe ejercer so­bre el ingenuo arrobo del sim­pático cartero.

Cristina Gallardo-Domás, bien conocida aquí, hace una esposa todo lo enamorada que corresponde, muy contenta de tener a su lado a un piropeador tan exquisito. Nancy Fabiola Herrera hace gala de su impe­cable profesionalidad en el imposible personaje de Donna Rosa, renunciando a su atracti­vo como una mamma italiana obtusa, dispuesta a pegar cua­tro tiros al aprendiz de poeta.

Mario y Beatrice, a cargo de Leonardo Capalbo y Sylvia Schwartz destacan de los demás, consiguiendo que el can­dor de la pareja enamorada se mantenga en el riguroso terre­no de la emoción, sin que sea preciso recurrir a la llantina. El se come vocalmente al Neruda de Ombuena, y ella es la mujer sincera y refinada, con un ins­trumento gratísimo, sabiamen­te manejado.

El público parecía necesitar varias cucharadas de miel, y aplaudió con alegría a todos los intérpretes, después de un desarrollo sin muestras de entusiasmo. Se ve que el bálsa­mo de una mú­sica agradable, presentada con la calidad exigi­da a la impor­tancia de su teatro, acabó calando en los espectadores, después de las turbulencias de la temporada, que finaliza aquí.

Seguro que también en el patio de butacas se pensaba en el tenor Plá­cido Domingo, aclamado ma­drileño, que, para alivio de to­dos, ya parece que se encuentra mejor. Álvaro del Amo

ABC, 18/07/2013

El tierno corazón de Pablito

«IL POSTINO» ****

Catán: «Il postino». Intérpretes: V. Ombuena, L. Capalbo, S. Schwartz, C. Gallardo-Domás. N. Fabiola Herrera, Coro y Orqueta Titulares del Teatro Real. Dirección escena: R. Daniels. Dirección musical: P. Heras-Casado. Lugar: Teatro Real. Fecha: 17 de julio.

Tiene mérito «Il postino», la ópera de Daniel Catán con la que se cierra la temporada del Teatro Real, pues te­niendo las circunstancias en contra convenció anoche a los espectadores que asistieron a la primera de las cin­co representaciones previstas. Como se sabe, las circunstancias tienen por nombre Plácido Domingo, promotor de la obra y padrino de la misma en sus sucesivas interpretaciones por el mundo a partir del estreno en Los Ángeles hace tres años, quien en el últi­mo momento ha tenido que cancelar su actuación madrileña a consecuen­cia de una embolia pulmonar de la que se recupera satisfactoriamente.

El detalle es importante por cuan­to «II postino» y Domingo caminan tan parejos que es muy dudoso que, sin este aval, una obra de tan inmedia­ta comunicabilidad hubiese llegado a Madrid donde poco puede añadir al afán de inteligente modernidad que caracteriza al actual Teatro Real. De manera que faltando Domingo la ópe­ra quedaba coja, provocando el desa­liento entre muchos aficionados que se habían decidido a comprar la en­trada anteponiendo su presencia a cualquier otra razón. Los claros que anoche se vieron en el Real y las pri­sas de algunos espectadores por salir tras el primer aplauso algo deben te­ner que ver con este hecho frente al que merecería la pena ponderar la bue­na ley con la que se presenta, para sorpresa de prevenidos y escépticos.

Hay que citar en primer lugar al te­nor Vicente Ombuena, sustituto de Domingo a última hora, colaborador con él en anteriores representaciones y magnífico intérprete en el papel del poeta chileno Pablo Neruda. Por pre­sencia escénica, calidad vocal y rigor en la interpretación Ombuena demues­tra ser un sólido protagonista en el contexto de un reparto solvente y de marcado acento español. Esta es otra rareza en el actual Teatro Real que también se ha hecho posible de la mano de Domingo. Parece que a quien no quería caldo con «Il postino» le han caído dos tazas y dentro de ellas a Syl­via Schwartz, Nancy Fabiola Argenta, Federico Gallar, Eduardo Santamaría, además de los hispanos Cristina Gallardo-Domás, Víctor Torres y José Car­lo Marino.

Por partes, el tenor italo-estadou­nidense Leonardo Capalbo ha de si­tuarse en un lugar preferente. El es el cartero que admira al poeta, de quien aprende el valor de las metáforas y quien muere tratando de ayudar a los desprotegidos mientras lee un poema en medio de una manifestación. La buena apariencia del espectáculo debe mucho a la convicción con la que Ca­palbo y los demás miembros del reparto defienden su interpretación, particularmente la soprano Sylvia Schwartz cuya calidad vocal, estupen­da línea y expresividad la sitúan en una posición muy interesante.

Ante todos está el director musical Pablo Heras-Casado, buen concerta­dor y sentido maestro que deja aflo­rar con naturalidad la indudable vena lírica de la partitura, particularmen­te en el último acto donde la música toma una dimensión más compacta y evocadora. Con ese mismo afán se tra­za la escena dirigida por Ron Daniels. Luminosa, de colores planos y brillante claridad destaca por la agilidad con la que se suceden los distintos cuadros y por algunos momentos especialmen­te sugerentes: la escena de los pescadores es una de ellas y, sin duda, aque­lla en la que el cartero atraviesa el mar grabando los mejores paisajes sono­ros de Cala di Sotto, isla del sur de Ita­lia en la que Neruda vive exiliado. Es, además, un momento en el que aflora la ternura de fondo que remata «II postino» cuya buena dosificación debe mucho a la habilidad del convencido operista que fue Catán, a su buen ofi­cio y a algún que otro golpe de humor. No hace falta más receta para un obra de indudable bonhomía. Alberto González Lapuente

 

LA RAZÓN, 18/07/2013

Un Neruda epidérmico

Daniel Catán: «Il postino». Vicente Ombuena, Laonardo Capalbo, Sylvia Schwartz, Cristina GallardoDomâs, Nancy Fabiola Herrera, Víctor Torres, Federico Gallar, Eduardo Santamaría. Orquesta Sinfónica de Madrid.Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de escena: Ron Daniels.. Madrid,
Teatro Real. 17-7-2013.
El papel de Neruda fue escrito expresamente para Plácido Domingo, que no pudo cantar al estar convaleciente de una embolia pulmonar. La ópera, curiosamente, no se basa en la novela de Skármeta, sino en la película que sobre éstarealizó Michel Radford. El lenguaje musical de Catán puede califi carse, sin ambages, de neorromántico y abiertamente tonal, más allá de alguna esporádica ambigüedad. Es melódico y despide gratas emanaciones líricas a lo largo de unas estructuras bien organizadas, fluidas, perfumadas de rasgos populares muy estilizados. Nos recuerda a Puccini, a Ravel o, más atinadamente, a Korngold.
No a Berg, como decía el músico.Catán es autor del libreto. La estructura narrativa, construida mediante escenas breves situadas en localizaciones cambiantes y tiempos diversos, tiene una clara impronta cinematográfica que exhibe a las claras su fuente de inspiración, que se mueve y se anima por sensaciones y sentimientos muy cálidos. No ha denegarse la habilidad del compositor para crear una base instrumental sólida, subrayar estados de ánimo y trazar melodías de hermoso cuño, y para construir un tejido rico en efectos y, por qué no decirlo, también en efectismos. El foso aparece poblado de caracoleos de las flautas y las maderas, de exposiciones dulzarronas del oboe y el corno inglés. Hay percusión,  bien utilizada, y las voces entonan con frecuencia una suerte de recitativo melódico más bien plano. El espectro tímbrico, con secuencias abonadas a notas pedal,  es agradable pero monótono, tirando a edulcorado; como lo es la historia, en el fondo simplona y exenta de claroscuros.  Neruda ha de pronunciar siempre frases
lapidarias y poéticas. Los textos, que proceden de sus poemas, resultan dichos retóricos y hueros. La obra emparenta quizá en exceso conel estilo de la comedia musical. Eso sí, estuvo servida con profesionalidad.

En el foso Heras-Casado matizó con cuidado y embelleció los momentos más significativos. Como el que da lugar, sobre una  música  namente irisada, al gran solo de Mario. Muy banal el canto a Chile. También lo pareció la puesta en escena, servidora sobre espacios muy abiertos y un mismo suelo de baldosas de todo tipo de aconteceres. No se quebró los sesos desde luego Daniels, que abusó de proyecciones, entre ellas mares embravecidos y textos autógrafos del poeta. Pese a todo, un montaje más bien trasnochado, como gran parte de la música. El equipo vocal rayó a buena altura. La peor parte se la llevó Ombuena, que sustituía a Domingo. La suya es una voz poco coloreada, no muy voluminosa, de tenor lírico con ribetes de ligero. No la adecuada para acometer un papel escrito con destino a una voz más grave, oscura y timbrada, aunque ya cansada como la del dedicatario. Gallardo-Domâs solventó con  destreza su escaso cometido. Bien Capalbo, un cartero con arrestos y extensión,aunque de emisión engolada. Afi nada y pulquérrima, exactísima en su aguda lí-nea de canto, Schwartz. Tonante y en su sitio Torres y sobrada Herrera. Los demás bien. Como el coro y la orquesta.
Arturo REVERTER

 

EL PAÍS, 18/07/2013

‘Il postino’: Ópera en español con pasaporte americano

En uno de los lúcidos ensayos contenidos en su libro Partitura inacabada, el creador mexicano Daniel Catán se refiere al compositor y su oficio afirmando: “Esta especie de locura voluntariamente inducida que el compositor vive, no parece ser necesaria, que yo sepa, para la adquisición de ningún otro oficio. Pero ningún otro oficio permite al artista la tremenda satisfacción que representa el manejo del tiempo. Es algo así como viajar libremente sin el peso del cuerpo; algo así como una probadita de eternidad”. A Daniel Catán hay que situarlo en primer lugar como pensador. La dedicación a la creación musical y, en particular, a la ópera tiene en su caso algo de respuesta filosófica a sus inquietudes. Su mayor desafío viene de la posibilidad de hacer ópera en español desde América. No es casual que dos de sus títulos líricos más representativos hayan visto la luz en la Ópera de Houston –Florencia en el Amazonas y Salsipuedes- y no es extraño que la ópera que ahora se representa el Real proceda de Los Ángeles, donde se estrenó en 2010, iniciando un recorrido con parada y fonda en Viena, París, México y Chile. Conviene recordar que la Ópera de Houston está en el grupo de las big five estadounidenses, habiéndose estrenado allí Porgy and Bess,de Gershwin, o la primera producción escenificada de Treemonisha de Scott Joplin, además de la ópera pop Jackie O. de Daugherty, o títulos significativos de Bernstein, Tippett o Adams, entre otros. El prestigio de Catán se ha cimentado en Houston, aunque su introducción en Estados Unidos fuese a través de la Ópera de San Diego con La hija de Rappacini, sobre un texto de Octavio Paz, previamente estrenada en el Palacio de Bellas Artes de México.

Es, pues, Catán un compositor que goza de un gran reconocimiento en Estados Unidos. Los valores estéticos primordiales de sus obras líricas son considerablemente diferentes a los que priman en Europa. Tiene mucho mérito que en ningún momento Catán haya renunciado lo más mínimo a su reivindicación del español cantado y a la selección de libretos o puntos de partida textuales de gran calidad literaria. Todo ello impone una forma moderna de “recitar cantando”. El realismo mágico convive con las exigencias teatrales de una manera naturalista de contar. Hay un sentido melódico permanente, que en ocasiones está aderezado de elementos populares con intenciones sentimentales como en el boleroComprendo —hasta tres veces en Il postino— o reforzado por instrumentos tan entrañables como el acordeón. La comprensión en clave escénica fuerza a otro sentido del tiempo, a una manera muy personal de plantear las metáforas. El razonamiento teórico de partida tiene una solución práctica perfectamente definida. (Es curioso que esta ópera suceda en el tiempo a Wozzeck en la programación del Real. Un teatro debe mostrar espectáculos musicales en las antípodas. Desde luego, las óperas de Berg y Catán lo están).

Un valor añadido reside en la oportunidad de conocer de primera mano lo que viene de América y es aceptado allí sin ningún tipo de reservas. Cuando Gerard Mortier desembarcó en Madrid señaló en varias ocasiones que el Teatro Real iba a ser un puente entre Europa y América desde el punto de vista lírico. Las óperas del otro lado del charco han venido con cuentagotas, todo hay que decirlo. En Catán se hace realidad, por otra parte, la correspondencia positiva entre Iberoamérica y Estados Unidos. Todo ello refuerza el interés cultural de esta propuesta, a pesar de la caída de cartel a última hora del tenor Plácido Domingo.

El reparto vocal, la dirección musical y el planteamiento teatral son de una gran coherencia. Importa lo que se quiere contar pero también la forma de hacerlo. Podrá gustar más o menos —de hecho hubo en el Real reacciones muy favorables y otras más distantes— pero el espectáculo tiene sus reglas del juego y en ese sentido es impecable. La comunicación sala-escenario es fundamental. Se defiende con convicción el apartado poético. Se narra desde una visión escénica conceptualmente sencilla y en todo momento al servicio de la historia. Se deja a un lado el riesgo lingüístico y no se renuncia a las emociones propias de la lírica. La representación de Il postino tuvo una acogida más que favorable en Madrid. A destacar de un modo preferente la línea músico-teatral de Nancy Fabiola Herrera, la dirección musical de Pablo Heras-Casado y la seguridad de Vicente Ombuena sustituyendo a Plácido Domingo. La ópera en español que viene de América en el siglo XXI tiene sus reglas propias. Para bien o para mal es un tema que invita a la reflexión. Juan Angel Vela del Campo

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