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Por Publicado el: 28/01/2021Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Los últimos años de María Callas

Los últimos años de María Callas

La Callas fue un fenómeno social. Una figura de un arte minoritario que llegó a ocupar las portadas de la prensa del corazón. Una cenicienta que encontró y perdió su zapato en la lujosa vida social. Pero hoy, por encima de todo, queda su influencia en el arte lírico. Sus interpretaciones, en discos o en vídeos de oro, son admiradas, analizadas y desmenuzadas por aficionados y profesionales. Desapareció pero nos dejó una herencia imperecedera. Prueba de ello son las películas sobre su vida o las obras de teatro sobre sus clases en la Julliard o la que acaba de estrenar Boadella en los Teatros del Canal sobre sus últimos años. Repasémoslos.

Hasta llegar a 1.964 tan sólo se produjeron algunos conciertos y en los dos años siguientes prácticamente se despediría de los escenarios operísticos. El Covent Garden vivió unas brillantes Toscas y en la Opera de París debutaría y diría adiós simultáneamente con su última Norma. El sentido dramático vino a borrar las deficiencias de una voz, ya no en plenitud, que incluso llegó a romper un agudo, el cual repitió con plena exactitud tras hacer retornar unos compases a la orquesta. Zerfirelli comentaría al recordar aquellas representaciones “En los dúos “Norma” y “Adalgisa” han de cantar cogidas de la mano en cerrada armonía. Cuando María hacia una seña para terminar una frase, la Cossotto la ignoraba y sostenía la nota unos segundos extra. !Que falta de generosidad!. Esto hirió a María y yo juré no trabajar más con la Cossotto. Lo que hasta la fecha he cumplido”. En 1.65 se despidió definitivamente de ambos teatros con las mismas obras y del Metropolitan con Tosca.

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Callas con Di Stefano en la playa

En 1.966 renunció a la nacionalidad americana conservando la griega como vía preparatoria para su matrimonio con Onassis. Un matrimonio que a decir de algunos no se produjo por falta de una partida de bautismo de María, cuando todo estaba preparado y ambos se encontraban en Londres esperando al sacerdote ortodoxo que llegaba en avión privado de Onassis. Incluso se llegó a hablar de un embarazo frustrado. La entrada en escena de Jacqueline Kennedy acabó de malograr estos proyectos y María se encontró sin una carrera y según sus palabras “incluso sin un buen amigo”. 

Más alumbrador puede resultar repasar los meses en que hubo de transcurrir el supuesto embarazo, es decir, de julio de 1959 a marzo de 1960. ¿Se presentó María Callas embarazada en Bilbao? Sólo actuó tres veces en nuestro país, en dicha ciudad, Barcelona y Madrid, pero miren por donde los bilbaínos que entonces la trataron podrían tener la clave de esta historia.

En los últimos sesenta se proyectó la filmación de su más grande interpretación escénica: Tosca. Se grabó el sonido pero a última hora se planteó el problema de la existencia de unos derechos exclusivos para firmar dicha obra pertenecientes a la firma alemana Beta, cuyo director artístico era Karajan. Permiso y cesión de derechos fueron peticiones denegadas, siendo la única solución que Karajan dirigiese la partitura, lo que a su vez fue rechazado. Por una mera razón administrativa se perdió la oportunidad de preservar visualmente el arte de la Callas, aunque afortunadamente quedan algunos maravillosos videos de segundos actos de la obra. El cine -una “Medea” con Passoloni mejor valorada hoy que entonces-, las clases de canto en Nueva York y la pésima dirección escénica de una desgraciada producción de Vísperas Sicilianas en Turín junto a Di Stefano fueron sus penúltimos pasos.

En plena depresión, Di Stefano la invitó a pasar unos días en casa de George Moore en Sotogrande. Ella llegó medio despeinada, con la raíz del pelo gris, las medias descolocadas… un desastre. Era una mujer que había tirado la toalla con abandono. Pero el tenor, que la apreciaba de verdad y posiblemente quería resolver problemas financieros, logró cambiarla de ánimo con sus conocidas jugosas anécdotas y convencerla para emprender la terrible tourné de despedida por EEUU, Japón y Europa. Era una mujer que había tirado la toalla con abandono. Di Stefano le arrancó la primera carcajada a Maria Callas y la cambio de tono sentimental con una anécdota sobre sus inicios. Cuando él empezaba se puso enfermo el tenor en San Sebastian que cantaba “Manon” con Victoria de los Angeles y tuvieron que buscar apresuradamente otro. Se encontró con veinte años y doscientas mil pesetas en el bolsillo. Llegó al teatro destemplado y soltó un gallo descomunal. Tuvo un pateo imponente. A la mañana siguiente quiso gastarse parte de las doscientas mil pesetas probando en una casa de tolerancia -así se llamaban entonces- una “bruna spagnuola” de las que le habían hablado mucho. Llegó al mediodía y las morenas estaban almorzando. Le sacaron una rubia que fue muy cordial, la madama le dio conversación y, tras preguntarle qué hacía un italiano por San Sebastián, le espetó “¡Ah, pero usted es el italiano de anoche! Usted es un perro, canta fatal” y le echó entre improperios de todas las pupilas. El se defendió, no era un perro y cantó con todas sus ganas. Le invitó a volver a entrar y no salió de aquella casa más que para cantar los tres días que estuvo en la ciudad. Así la acabó de embarcar a aquella tourne desastrosa.

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Maria Callas, Antonio, Gonzalo Alonso al fondo

Di Stefano no arriesgaba nada mientras que Callas lo arriesgaba todo. Asistí en la gala del Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid y conservo una foto con ella y con el bailarín Antonio.  Pude advertir el desesperado intento de salir a flote con una voz que ya estaba rota. La habilidad para mantener frases largas había desaparecido, los recitativos y las florituras eran inseguros y se reflejaba únicamente una sombra de su anterior autoridad en ellos. Aplaudimos en recuerdo a la antigua grandeza, pero contemplar tal sombra del pasado resultó triste e incluso doloroso. Lloré. A aquella Callas bien se podrían aplicar las palabras de Pauline Viandot: “Sí, es como el Cenacolo de Leonardo da Vinci, las ruinas de un cuadro, pero ese cuadro es la más grande pintura del mundo”.

Después, sin vida ya aquellos seres para ella tan queridos como Visconti, Passolini u Onasis, se refugiaría en un premonitorio silencio del que ya sólo salió un 16 de septiembre de 1977. Su sirvienta la encontró muerta en la bañera. Se justificó como un colapso pero, sin autopsia y con sospechosa premura fue incinerada, y sus cenizas esparcidas por el mar Egeo. Ni desaparecida dejó de ser centro de atención. Se habló de excesiva ingestión de pastillas -Di Stefano confirmó su dependencia de ellas- y se levantaron auténticas disputas por sus bienes.

Años más tarde hice una entrevista a Di Stefano en el hotel Due Torri de Verona. Entre puros y copas, animado al ver que su entrevistador sabía de lo que hablaba y le gustaba hablar de lo que a él también le gustaba, me preguntó si quería escuchar algo inédito de Callas. Me llevó a su habitación y me puso una grabación que me sacó los colores. ¡Había grabado una noche de amor! Era Di Stefano.

Hoy, veinte años después, resulta evidente que su mejor herencia quedó para su discográfica, que continúa haciendo una fortuna con sus discos. No faltan quienes buscan por los archivos de los teatros que pisó cualquier grabación que no haya visto aún la luz. Se darían millones por una toma de su ese “Pirata” scagliero que, según se dice, sólo conserva la mujer de Corelli y esconde para evitar que el público escuche los gallos del tenor en una noche aciaga. Con la Callas no sucedió lo que con otros grandes artistas, que su desaparición sirve para rebañar su pedestal. María Callas se asienta cada día más como una figura de referencia y estudio obligado para cuantos se acercan a la lírica. Quince años de éxito y la gloria eterna. ¿Volverá a conocer la ópera algo igual? Gonzalo ALONSO

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