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Por Publicado el: 09/12/2007Categorías: Artículos

Luis G. Iberni, la música y la vida

Luis G. Iberni, la música y la vida Oviedo debe uno de los mayores vuelcos de su opulenta historia musical a este musicólogo respetado, querido y admirado, fallecido el pasado día 3 de diciembre

COSME MARINA
La repentina muerte de Luis G. Iberni ha sacudido con fuerza el mundo de la música y la musicología españolas. Acostumbrados a su trabajo continuo en Oviedo, quizá la que era una de sus ciudades más queridas -porque Luis era de muchos sitios, pero también de Oviedo-, se había desdibujado un poco su categoría como intelectual y musicólogo respetado, querido y admirado por la inmensa mayoría de sus colegas. Se ha escrito mucho sobre él desde diferentes ópticas en esta última semana -su fallecimiento se produjo el pasado día 3- y, en este sentido, poco más se puede añadir a la fascinante biografía de este Piscis vitalista y apasionado, que el próximo mes de febrero cumpliría 44 años.

Luis era un apasionado de la música, pero también era generoso, hiperactivo, estudioso y divertido. Tenía empatía con la gente y le gustaba sentirse libre. Esa forma de ser levantaba grandes adhesiones, pero también algún odio africano. Todo ello configuró una personalidad poliédrica, que le permitió afrontar una trayectoria profesional de enorme riqueza y a pleno rendimiento desde edad temprana.

El canónigo que ofició la misa de su emotivo funeral, celebrado el pasado miércoles en Zaragoza, que lo conocía desde muy joven, dijo que su inteligencia ya brillaba con fuerza en su infancia zaragozana. Cuando llegó a Oviedo lo hizo para estudiar la especialidad de Musicología, y en la capital del Principado comenzaría a sentar las bases de la que sería su actividad profesional, bajo la tutela de Emilio Casares, su padre intelectual.

La investigación, la docencia, el periodismo y la organización de conciertos fueron sus ejes profesionales, ámbitos en los que siempre aspiró a la excelencia, y en muchos casos la logró. Su dedicación y entrega al trabajo fueron ejemplares, sólo al alcance de personalidades fuertes y decididas. Por encima de todo, Luis era absolutamente certero y seguro en su vida profesional. Olfateaba el talento como nadie, y decenas de artistas dieron sus primeros pasos en el mundo del espectáculo con su impulso. Emocionaba estos días escuchar a algunos de ellos hablar con tan profundo agradecimiento de quien había sido capaz de abrir una puerta que tantos otros cerraban. En la investigación publicó libros y artículos magníficos, muy bien escritos y documentados hasta la perfección. Y de su pasión por la docencia podemos dar fe los cientos de alumnos que hemos pasado por sus clases a lo largo de dos décadas, primero en la Universidad de Oviedo y después en la Complutense de Madrid.

En el periodismo se convirtió en una institución en los ambientes musicales, y su labor de divulgación en LA NUEVA ESPAÑA, «ABC», «La Razón», «El cultural» de «El Mundo» y diversas revistas especializadas hizo de él una de las personalidades más influyentes de la vida musical española. Era el colaborador perfecto. Tenía las buenas virtudes del periodista, es decir, veía la noticia e iba a por ella. Era rápido y jamás fallaba. Lograba entrevistas casi imposibles y lo hacía con la naturalidad del que cree en lo que hace, sin alardes.

Y ¿qué decir de su capacidad organizativa? Oviedo le debe uno de los mayores vuelcos de su opulenta historia musical: el Festival de música y danza de la Universidad, los ciclos de conciertos, primero en el Campoamor y luego en el Auditorio y, su «niño mimado», las Jornadas de piano, que nacieron para festejar el centenario del teatro Campoamor en 1992 y llegan a nuestros días en un estado de madurez envidiable. De su mano acudieron a la capital del Principado las principales formaciones sinfónicas mundiales y los solistas de la élite internacional y, junto a ellos, se presentaron en España jóvenes intérpretes hoy convertidos en estrellas. El entusiasmo vertebraba todos estos proyectos desde un íntimo «Viaje de invierno», de Schubert, hasta la descomunal «Sinfonía de los Mil», de Mahler, que llevó al límite la capacidad del Campoamor con la Orquesta y coros de Liverpool.

Tenía muy claro el diseño de la programación, las líneas a seguir y la necesidad de que los proyectos musicales tuviesen continuidad a medio y largo plazo para lograr un desarrollo pleno. Era absolutamente consciente del potencial de la ciudad como destino cultural, y ahí se enmarcan iniciativas más recientes como el Festival de danza -respaldado masivamente por un público entusiasta- y el pequeño Festival de verano, germen de lo que él creía que debía dar paso a iniciativas más ambiciosas.

Trabajó fielmente para el Ayuntamiento de la ciudad, con dedicación y honestidad mayúsculas, desde finales de los ochenta, siendo alcalde Antonio Masip, y siguió realizando su labor en los sucesivos mandatos de Gabino de Lorenzo. Ambos mantenían una amistad y confianza sinceras, basadas en la lealtad mutua, que él siempre ejemplificaba explicando el respeto que De Lorenzo tenía hacia su trabajo, virtud -decía- que no era moneda de cambio en otros políticos. Además de esta proyección pública, se fajó a fondo en la «fontanería», solucionado problemas continuos y apagando fuegos. Y eso teniendo una infraestructura limitadísima, que desde otros ámbitos se miraba con asombro. Contó con colaboradores leales y formó a la mayor parte de los que ahora trabajan en la actividad organizadora del entramado musical de la ciudad. A él se deben varios aciertos absolutos, como el de María Riera, gerente de la Fundación Musical Ciudad de Oviedo, en la que está la Orquesta Oviedo Filarmonía, y una de las profesionales más respetadas en el sector a nivel nacional.

Creo firmemente que, pese a lo corta que ha sido su vida, su legado es grande y, mientras vivamos quienes lo quisimos y admiramos, además de seguir su estela, no dejaremos que se apague su recuerdo.

Puede que Luis ya no esté físicamente con nosotros, pero sí lo está el amigo fiel y divertido, el pedagogo encantador, el que convirtió su vida en una milicia al servicio de la música, el que se relajaba haciendo horóscopos y hallando la carta astral de los amigos, y ahí estarán, a nuestro lado, tantas vivencias -con triunfos y derrotas compartidos-, y siempre su sonrisa angulosa y vivaz, que supo ver en la amistad el eje sobre el que construir una vida hermosa y fugaz, pero de intensidad plena.

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