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Opiniones sobre Flórez en el Foro
Unos y otros frente al "Burbero" en el Real
Por Publicado el: 04/11/2007Categorías: Diálogos de besugos

No diferenciar entre Bellini y Rossini

O de cómo se puede escribir una crítica sin saber lo que es de Rossini o Bellini. He aquí la crítica de Tomás Marco en la que habla de las propinas finales de Bartoli. No fue Bellini sino Rossini lo que Bartoli repitió, concretamente el «Rondó» de «Cenerentola». El caso me recuerda cuando, tras una propina que era una repetición de un movimiento de una obra tocada ya en el programa, un célebre crítico me preguntó «¿Sabes de quién era esto?».

Y, ya que estamos, también les traigo otras críticas:
ABC. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Es verdad que Cecilia Bartoli mide su carrera con habilidad mercadotécnica y que sus beneficios son importantes. La biografía de la cantante da fe de una cuenta de resultados de lo más halagadora. Son millones los discos vendidos, numerosos los premios recibidos y cientas las semanas en lista de ventas. Así las cosas, puede considerarse un pecado venial la afirmación de que con su trabajo «lleva la música clásica a los corazones de millones de personas». Dejémoslo en mero divertimento para el mundo.
Al fin y al cabo a Bartoli le sobran virtudes, más allá de la imagen de marca. Gracias a ellas, la cantante puede hoy pasear por el mundo proyectos tan singulares como el que la asocia a María Malibrán, primera «opera star» de la historia, en una gira promocional a la que han prestado atención hasta los informadores de sucesos. Disco, dvd y un camión con una exposición itinerante de lo más simpática acompañan a la cantante, quien, lejos de buscar el rendimiento del gran espectáculo en cualquier estadio prefiere seguir por los teatros sometiéndose al juicio de dos mil almas expectantes. Ahora ha sido el Real de Madrid el que se ha rendido ante los alardes vocales de la mezzosoprano.
De entrada por su arrebatadora naturaleza artística, capaz de hacer música hasta con las nimias notas de algunas partituras; luego por el dominio de una técnica que tiene en el más desaforado virtuosismo vocal su gran baza. La voz contenida de Bartoli se convierte en fuego cuando engancha una tras otra las agilidades, del mismo modo que transporta intensidad cuando se encoge en medias voces apenas imperceptibles. Hoy, el histrionismo ha dejado paso a un tenso reposo lleno de personalidad, aunque siga buscando los extremos, aquí en impecable complicidad con los instrumentistas de La Scintilla. Porque si algo interesa, en verdad, es descubrir cuánto de original puede haber en sus interpretaciones. Mejor aún: lo mucho que es capaz de hacer por reconstruir con sentido artístico, que no por resucitar con voluntad histórica, la memoria de aquella aclamada diva de nombre María Malibrán.

La Malibrán revisitada. TOMAS MARCO. Recital de Cecilia Bartoli

Cecilia Bartoli quizá sea, hoy por hoy, la más grande diva del bel canto. Mezzosoprano auténtica, con graves redondos, tiene, además, una electrizante coloratura capaz de cualquier agilidad. Además conoce el show bussines como nadie y sus recitales y discos resultan multitudinarios. Así ha sido con el que presentaba en el Teatro Real en torno a María Malibrán, la gran diva del Romanticismo (de origen español) cuyo bicentenario es inminente.

Todos los trozos cantados tenían que ver con ella. Así, cayeron arias de La hija del aire de Manuel García (su padre), de Inés de Castro, del escasamente conocido Persiani, de Cenerentola y del Otello de Rossini, de La muchacha de Artois del irlandés Balfe o de La sonámbula de Bellini, así como la escena Infelice que Mendelssohn escribió para Malibrán y un Aria a la tirolesa de Hummel. Separando las partes vocales se interpretaron trozos instrumentales a cargo de la orquesta acompañante, La Scintilla de la Opera de Zurich, que es honorable, sin más, y toca con presuntos instrumentos de época. Cumplieron su función y nos dieron piezas de García, Mendelssohn, Rossini, Donizetti y Bériot, el segundo marido de la Malibrán, que era famoso violinista. En un fragmento del Concierto nº 7 de éste intervino la violinista Ada Pesch, que en todo lo demás era la concertino/director del grupo. En otro fragmento del Concierto para clarinete de Donizetti actuó como solista Robert Pickup.

El público, naturalmente, había ido a escuchar a la Bartoli y la pudo oír en estado puro. La diva conserva una capacidad vocal extraordinaria, un dominio absoluto de las agilidades virtuosísticas (por ejemplo en la pieza de Hummel que es musicalmente indigente pero extraordinariamente difícil y lucida). En el final, toda la pirotecnia del aria de Bellini, que en cambio es musicalmente muy hermosa, lució como una traca que pusiera colofón al concierto. Y lo hizo por dos veces, ya que en la parafernalia de los bises, que habitualmente arruinan el mejor concierto, fue coherente y ofreció dos canciones compuestas por la propia Malibrán y repitió el Bellini. Completaba así todo el disco que acaba de sacar y que tiene asegurada la venta millonaria. El público, que ya la recibió previamente con clamor, la despidió con delirio. Por una vez, sí había una diva de verdad sobre el escenario del Real.
Gonzalo Alonso. La Razón
Pocas artistas del mundo de «lo clásico» de nuestro tiempo han alcanzado la notoriedad y el impacto de Cecilia Bartoli (Roma, 1966), si bien es cierto que, a diferencia de Callas o Pavarotti, su fama se circunscribe sólo a los aficionados. Con una voz bastante pequeña, pero de un color tímbrico seductor, musicalidad, una increíble capacidad para coloraturas y ornamentaciones, inteligencia en los planteamientos de su carrera y el formidable apoyo mediático de una multinacional discográfica ha logrado uno de los cachés más altos de hoy. Se puede permitir ahorrarse los largos ensayos de las óperas en los teatros, pasearse por todo el mundo cada dos años para promocionar su último disco, mantener una agenda conn muchas fechas libres por si hay ocasión de un muy remuneradísimo recital y cantar ópera escenificada de forma fija prácticamente sólo en Zurich. A nadie pueden escapársele las razones fiscales de esto último, pero también que el reducido tamaño del teatro se adecua perfectamente a sus medios vocales y personalidad.
En España es también un fenómeno desde su presentación en el Auditorio Nacional allá por 1991. Prueba de ello no es sólo la enorme ovación con la que fue recibida, sino también hechos anteriores como que el Alcalde de Madrid escriba un previo sobre ella o que el Ministro de Cultura pose en el carromato de María Malibran, en parte financiado por su departamento. Que estas líneas no parezcan una crítica, pues nada más lejos de la realidad. Admiro a Bartoli en lo personal y profesional, admiro la sabiduría con la que ella y Decca planifican su carrera -fundación incluída- y no me pierdo ni una de las óperas que interpreta en Zurich.
Tras los formidables éxitos de los Vivaldi o Salieri en discos y giras, le toca turno a un homenaje a la cantante española María Felicia García, la Malibran (1808-1836), figura mítica en su tiempo que redondeó su fama al morir en un accidente a los 28 años. Repertorio mezcla de bellísimas páginas piezas desconocidas y otras muy populares. No podía faltar entre ellas algunas del célebre Manuel García, padre de Malibrán. Bartoli lució todo su esplendor desde la impetuosa página inicial de «La hija del aire» del citado compositor, cantante y profesor de canto andaluz al pirotécnico rondó de «Cenerentola». Todas arias del reciente disco, aunque en el Real sin coro ni segundas partes. Uno disfruta con las agilidades casi circenses y menos con los agudos, ya un poco estrechos, pero se rinde especialmente ante el canto en legato, ese canto íntimo que parece dirigido a cada uno de los oyentes, como si no hubiera nadie más alrededor Así sucedió con el «Cari giorni» de la «Inés de Castro» de Persiani, el maravilloso aria del sauce del «Otello» rossiniano o el «Ah, non credea mirarte» de «La sonambula» belliniana.
La acompañó, bajo dirección de la concertino, la Orquesta La Scintilla de la Ópera de Zurich, bastante falible pero muy atenta en no apagarla nunca. Éxito apoteósico coronado , incomprensiblemente no coronado con la propina «Yo soy contrabandista» de García, única pieza en español del cd. Cierto es que precisa un cuadro flamenco, pero también es cierto que los honorarios dan más que suficiente para ello y que, en el peor de los casos, se hubiera podido adaptar. La amplia gira por España bien lo merecía. Lástima que los inspectores de su director artístico se encargasen de evitar cualquier «contrabando» visual o sonoro, impidiendo que el propio personal del teatro pudiera seguir el concierto por los monitores interiores o incluso que los dos de la sala funcionasen con normalidad para compensar a las entradas sin visiibilidad. Lo dicho, admiro a la artista pero no soporto la mercadotecnia que la rodea. A ella, está claro, le ha hecho millonaria. Gonzalo Alonso

Juan Angel Vela del Campo. El País
Ni siquiera han pasado dos años desde que la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli se presentó en el Teatro Real con un programa estructurado alrededor de la ópera prohibida por el Vaticano en los primeros años del XVIII. Volvió ayer, en clima de aclamaciones ya desde su salida, en el contexto de una gira europea que la absorbe de octubre a junio y en la que se contemplan nada menos que 36 recitales. El de Madrid ha sido el cuarto. Su propuesta se centra culturalmente en torno a la revolución romántica de María Malibrán y a ella se incorpora una exposición ambulante con objetos relacionados con la mítica cantante.

Como bandera del proyecto figuran una grabación discográfica y un DVD, con una documentación abundante, rigurosa y lujosamente presentada. Bartoli sabe combinar los guiños afectivos con la solidez informativa y la rentabilidad comercial. Dosifica a las mil maravillas la complementariedad de corazón y cabeza.

Por encima de todo, Cecilia Bartoli es una cantante con una irresistible capacidad de comunicación. Envuelve con su sonrisa, transmite una energía fulgurante, interpreta las canciones con un magnetismo fuera de serie. Lo que consigue en sus actuaciones es lo más cercano a un orgasmo colectivo a través del canto. Es un huracán, desde luego, pero las razones y sinrazones de su hechizo están cuidadosamente medidas.

De entrada, la mezzosoprano se ha movido siempre con unos compositores de cabecera ligados al concepto más hedonista del canto, llámense Haendel, Vivaldi, Mozart o Rossini. Después está su actitud apasionada en todo lo que hace. En cierta ocasión afirmó que para cantar bien hay que vivir la vida intensamente. Cecilia Bartoli se entrega al máximo en cada actuación. Su generosidad está fuera de dudas. El público comparte con ella este sentimiento de nuevo divismo: tan cercano, tan lleno de fuerza y consolación.

Lo que vale para un disco no tiene por qué servir de la misma manera para un recital. Bartoli se apartó un poco de la selección de su disco e incorporó a uno de sus músicos de cabecera: Rossini. Con el Nacqui all’affanno, de La Cenerentola concluyó la primera parte del recital e incluso lo repitió como tercera propina. Ahí lució su prodigiosa técnica sin esfuerzo aparente. Otro momento de especial encanto del recital fue Ah, non credea mirarti, de La sonnambula, de Bellini, un compositor al que la mezzosoprano le está cogiendo gusto últimamente. Una faceta curiosa de Bartoli es su habilidad para sacar petróleo del desierto. Su interpretación de Rataplan, de María Malibrán es una prueba de ello.

Sorprendió muy gratamente la orquesta La Scintilla con unas lecturas de gran frescura en los pasajes rossinianos y con excelentes intervenciones de la violinista Ada Pesch o el clarinetista Robert Pickup. El éxito fue apoteósico, con lanzamiento de flores y esas cosas que se llevan cada vez menos. Cecilia Bartoli, además de cantar con gran personalidad, transmite una ilusión contagiosa en sus actuaciones. Es un privilegio verla y escucharla.

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