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AL FLUIR DEL AGUA
SUNTUOSIDAD
Por Publicado el: 28/11/2008Categorías: Crítica

PRAXIS DE LA GRISURA

13 Ciclo de Grandes Intérpretes (Fundación Scherzo)
Obras de Haydn, Schumann y Debussy. Christian Zacharias, piano. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 26 de noviembre de 2008.
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El germano Christian Zacharias (Jamshedpur, India, 1950) pertenece a una generación pianística –Andras Schiff (Budapest, 1953), Emanuel Ax (Leópolis, 1949), Nelson Freire (Brasil, 1944)- que no ama el riesgo. Como Schiff, con el que tantas cosas tiene en común, es un artista seguro, técnicamente adecuado, de lenguaje íntimo e interpretación concentrada; también como Schiff, pero con más éxito, se ha lanzado en los últimos años de forma creciente a la dirección de orquesta. Zacharias goza de nombradía como “poeta del teclado”, pero no siempre sus actuaciones encienden la chispa de lo extraordinario, y ello ha ido ‘in crescendo’ en los últimos años. Los hiper-pianistas del pasado, en algún caso no tan lejano de nosotros, sí se arriesgaban: pensemos en Arrau, Kempff, Rubinstein, Richter, Backhaus o Horowitz. No eran técnicamente infalibles –aunque Richter y Horowitz sí lo fueron en sus años de esplendor-, pero, como en más de una ocasión ha señalado Alfred Brendel, diez minutos de magia en una de sus actuaciones justificaba la experiencia. Esos minutos más allá de la razonablemente buena y ajustada interpretación sólo se atisbaron en la última actuación madrileña de Zacharias. Apenas hubo traza de ello en la primera “Sonata” de Haydn elegida (la 44 en Fa mayor) y en el prodigioso “Humoresque” de Schumann.
Al inicio de la segunda parte, la siempre inaudible megafonía del Auditorio anunció una obra adicional de Debussy, que no pudo ser entendida por el público, suscitando irritación en unos y regodeo en otros. “La catedral sumergida” de Debussy estuvo muy lejos del misticismo que acertadamente invocaba Pérez Adrián en sus notas al programa, pero en dos momentos, breves, de esta segunda mitad Zacharias pareció justificar su renombre, la desolación mórbida de “Pasos en la nieve” de Debussy y el Adagio central, casi ‘Arietta’ a la italiana, de la Sonata 39 de Haydn.
Sin justificación, porque la reacción del público estaba bastante distante del entusiasmo embravecido, Zacharias se lanzó a la interpretación de dos piezas fuera de programa, Mozart y Scarlatti, que contribuyeron a alargar un recital dietético, sin sal ni especies, digestivamente inocuo. Pero hasta para preparar cardo a la plancha se puede poner arte y fantasía. José Luis Pérez de Arteaga

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